LA CREATIVIDAD AL PODER
Blends, el secreto encanto de la mezcla
Aunque la Argentina se destaca cada vez más con sus Malbec, toda gran bodega tiene sus vinos insignia que, por lo general, suelen ser blends; es decir, tintos y blancos que han sido elaborados mezclando distintos tipos de variedades de uva, en los cuales la experiencia y creatividad del enólogo se muestran como un factor clave.
Cuando uno tiene delante una copa de vino, luego de verificar el color y saber si se está frente a un tinto o un blanco, la pregunta siguiente, antes de saber de qué añada es o de qué zona proviene, es si se beberá un varietal o un blend.
¿Qué es esto de varietales y blends? Técnicamente, un varietal es un vino elaborado con una sola variedad de uva, al menos en un 85% según la legislación local. Es decir que un Merlot que tenga una pequeña parte de Tannat (generalmente se usa para ganar cuerpo y estructura) bien puede obviar este agregado y definirse en su etiqueta como un varietal de Merlot. En cambio, vino de corte, assemblage, blend o genérico se llama a aquel que es una mezcla de dos o más cepajes, siempre y cuando ninguno de ellos alcance el porcentaje anteriormente citado en la composición final.
Antes que nada, vale recordar que desde siempre los vinos fueron en su gran mayoría mezcla de cepas: toda la vitivinicultura tradicional se cimentó sobre ejemplares de corte. La moda de los varietales, y prácticamente el uso mismo del término, surgió alrededor de la década del 60 con el nacimiento de los “Vinos del Nuevo Mundo”, liderada por los Estados Unidos, país pionero en este movimiento de la industria.
Desde un principio, mostrar la tipicidad de un cepaje fue la forma de diferenciarse y competir con los tradicionales assemblages franceses, vinos que siempre fueron de corte y se identifican más por la zona de la que provienen que por la variedad uvas que los componen. Allí nadie dice “bebamos un Merlot o un Pinot Noir”, sino “bebamos un Pomerol o un Borgoña”. Incluso, muchos consumidores europeos ni saben qué cepas componen las distintas Apelaciones de Origen.
Pero, en fin, ese marketing monstruoso que suelen desplegar los estadounidenses cuando quieren imponer algo hizo que en muy poco tiempo estos productos con su denominación de “varietales” ganaran espacio en las copas de todos los consumidores.
En la Argentina, el primer varietal que logró prestigio fue el Malbec Estrella 1977, de Bodegas Weinert, hecho por uno de los padres de la enología moderna nacional: el fantástico don Raúl de la Mota.
Luego de esto, se comenzaron a elaborar ejemplares de una sola variedad en las distintas zonas productoras del país y hoy en día una marca puede tener hasta diez varietales distintos en góndola. Pero más allá de que a veces esta avasallante diversidad pueda marear al consumidor, distintos estudios han demostrado que los varietales han logrado acercar el vino a la gente ya que el hecho de saber qué se está tomado deja de lado el academicismo del terruño y su sofisticado halo europeo y permite identificar los cepajes con las características organolépticas de cada uno: “el Torrontés es más floral” o “el Merlot es más suave y redondo”.
La industria local
Actualmente, en el marco de nuestra vitivinicultura, el panorama local está dividido: definitivamente se pueden encontrar tanto grandes varietales como grandes cortes en todas las franjas de precio, pero lo cierto es que la mayoría de las bodegas importantes tienen su “blend especial” como ícono. Suelen ser las etiquetas más caras, en las que el enólogo gana protagonismo jugando con las características de cada cepa a través de su experiencia y creatividad para lograr sabores diferentes, complejos y carácter propio.
Assemblages hay de las más variadas combinaciones, aunque el clásico corte mendocino podría resumirse en la fórmula Cabernet Sauvignon-Malbec-Merlot, las cepas finas locales tradicionales. Así y todo, luego se fueron agregando otras menos comunes que aportan su toque de exotismo, como Cabernet Franc, Syrah o Petit Verdot, muy usadas en los tintos top argentinos para emular los blends bordeleses.
En Salta sucede algo parecido con el Tannat, que aporta su fuerza tánica y estructura; por eso, es común que la variedad termine de conformar los blends íconos de distintos establecimientos vitivinícolas.
¿Y los blancos?
En el caso de los blancos, las alternativas son más reducidas porque no hay un corte típico. Lo que sí identifica a gran parte de los cortes blancos argentinos, salvo excepciones, es el Chardonnay como cepa madre, que aporta estructura, untuosidad y perfil señorial. Hay opciones interesantes como el Santa Julia Nacional Semillón-Torrontés de Santa Julia, el Amalaya Blanco de Corte de Colomé, el Blend Collection White de Nieto Senetiner, el White Blend de Famiglia Bianchi, el Blanco de Altos Las Hormigas, el Corte de Blancas de Salentein, el Blend de Extremos Torrontés-Torrontés de El Esteco, el Altura White Blend de Norton, el D.V. Catena Blanco Histórico de Catena Zapata, el De Sangre White Blend de Luigi Bosca, el Apartado de Rutini, el Gran Corte Friulano de Lurton y el Lágrima Canela que hace el enólogo Walter Bressia, entre otros que se pueden conseguir en la ciudad.
No está demás recordar que todos los espumantes son vinos blancos y de corte, así que hay la oferta de etiquetas se amplía de forma considerada.