OPINIÓN
Y la banda siguió tocando
Uno de los dilemas más importantes que suele atravesarnos es discernir ―y a partir de allí, decidir― entre lo urgente y lo importante.
Estamos atravesando tiempos difíciles, sentenciaba hace poco un amigo quien, ante mi silencio respetuoso que debe haber interpretado como un asentimiento, prosiguió: creo que nunca hubo momentos más turbulentos que los que estamos viviendo. Fue inevitable pensar (no expresarlo, naturalmente, ya que la prudencia muchas veces convoca al silencio) qué habría opinado mi amigo de haber estado viviendo la hambruna de la Francia previa a la revolución, la América de la conquista española, la Rusia de Stalin, la India de Gandhi… ¿Cuándo, me preguntaba, hubo tiempos que no fueran turbulentos en la historia de la humanidad?
Naturalmente, nuestra historia es la historia de hombres y mujeres con sus grandezas y bajezas, con santos y traidores, con réprobos y prohombres. Es lo que fuimos y lo que somos. Lo que pretendemos ser y lo que apenas alcanzamos a ser. Historia de vencedores y vencidos, de conquistadores y sojuzgados, de mártires y de impíos. Nunca hubo tiempos fáciles. Difícilmente los habrá.
Entonces, frente a la adversidad, ¿qué podemos hacer? La respuesta es tan contundente aunque en apariencia pueda parecer una tautología: hay que hacer lo que hay que hacer. En definitiva, lo urgente y lo importante se entrecruzan en forma permanente, a veces casi antagónicamente, otras (las menos) logran confluir, pero solo no podemos no hacer nada. Cada uno desde su lugar. Desde el sitio en que haya elegido o le toque estar. Previo a la decisiva batalla de Trafalgar en donde, recordemos, el almirante Nelson derrotó a Napoleón Bonaparte y dibujó un nuevo mapa político en Europa (y en la América que estaba intentando emanciparse, obviamente, ya que al año siguiente se produjo la primera invasión inglesa) exhortó a la tropa con estas palabras: “Inglaterra espera que todos cumplan con su deber”.
Hoy, diría yo, nuestro país, nuestra provincia, nuestra Gualeguaychú, espera eso: que cada uno de nosotros haga lo que tiene que hacer. Ni más ni menos. Hacer lo que deba, lo que sepa, lo que pueda. Desde el lugar al que cada uno, por elección, por convicción o por esas situaciones desconocidas a las que llamamos azar, la historia nos haya colocado. Todo es importante. Todo es urgente. Nadie es prescindible. Nadie sobra.
Alguna vez escuché a quienes tildaban de disparatada la decisión de los músicos del Titanic que, dicen, mientras el barco se hundía ello seguían tocando. Sin embargo, creo yo, ellos estaban haciendo lo que sabían hacer, lo que creían que debían hacer, lo que sentían que tenían que hacer y por eso, de un modo u otro, perduraron en el recuerdo de aquella tragedia. Aún en las condiciones más adversas y los momentos más críticos, si cada uno de nosotros hace lo que debe, lo que sabe, lo que puede, quizás no alcance para evitar el naufragio, pero tendremos la convicción profunda de que estábamos haciendo lo correcto. Lo que se esperaba de nosotros. Lo que, en definitiva, para bien o para mal, escribirá nuestra intima o pública historia.