POR JORGE BARROETAVEÑA
A una semana de las elecciones, el recuerdo de las PASO del 2019 aún está fresco

La verdad, nadie quiere pasar por esa experiencia. Ni siquiera el oficialismo quiere correr tantos riesgos. Por eso todos piensan en la foto del domingo a la noche. Si las encuestas tienen alguna certeza, va a estar bueno porque todos se proclamarán ganadores. Habrá que ver si la sociedad lo percibe de la misma manera.
Por Jorge Barroetaveña El discurso triunfal de comienzo de campaña sufrió mutaciones entre los candidatos del Frente de Todos. El Presidente, con sus derrapes discursivos, ha centrado sus últimos días en distritos amigos. El jueves en Chaco, para marcarle distancia a los industriales, pero lejos de provincias refractarias como Córdoba o Santa Fe. Su principal esfuerzo irá, como siempre, a la vasta Buenos Aires. Lo que pasó en Corrientes puso más intensa la luz roja. Si bien es un distrito en el que le peronismo no gana hace mucho tiempo, la magnitud de la derrota sorprendió e impactó en el ánimo presidencial. Es que el temor al voto castigo es la principal angustia que persigue a los armadores oficiales. El votante argentino suele apelar a ese argumento a la hora de tomar decisiones en el cuarto oscuro. Los ejemplos abundan en los últimos años. Hay una pregunta que hace vislumbrar esa posibilidad. A lo largo y a lo ancho del país, la imagen presidencial se derrumbó y cuando la pregunta a la gente, casi el 60% afirma que desean que el gobierno pierda las elecciones. Claro que los votos y su recorrido no son tan lineales. Y la oposición debe demostrar si está en capacidad de canalizar todo ese descontento. Estos comicios son tan particulares que nadie se atreve a predecir el porcentaje de votantes. En las legislativas suele ser bajo, pero ahora se suma la salida de la pandemia, y mucha gente que no tiene las dos dosis y tiene miedo de ir a las escuelas por posibles contagios. La pregunta que más ese escucha es: ¿hay obligación de ir a votar? Es el preanuncio del "no voy ahora y voy en noviembre". No hay registros de una previa como esta para un comicio en la historia reciente de la Argentina. En ese tembladeral es que florecen los discursos insultantes, como el de Javier Milei, que tienen acogida entre las generaciones más jóvenes. Este economista devenido en político, lidera la franja entre los menores de 26 años. Con un discurso furibundo, rupturista, cargado de adjetivaciones insultantes, cultiva seguidores juveniles y se nutre de la apatía y el descreimiento que han generado los políticos tradicionales. Claro que reflejarlo no es hacer leña del árbol caído ni apostar a soluciones mágicas. Al cabo, son los propios políticos los que han fomentado con su comportamiento ese estado de ánimo general. Pero nadie duda que la salida es más y mejor democracia y un mayor compromiso social. Si lo fantasmas están al acecho, lo peor es ignorarlos. Si Alberto arrastra sus propios males, su escasa autoridad y cuestionamientos cada vez más grandes dentro de la coalición gobernante, la oposición luce desdibujada, en medio de una campaña que no hizo más que sembrar confusión. La furibunda pelea de la provincia y los tironeos en CABA, Córdoba y Santa Fe pueden ser un salvavidas de plomo. Apenas el resultado exitoso de Corrientes podría rescatarlos. Es cierto que las internas potencian, que, si todos se aceptan el resultado final, pero el equilibrio es muy delgado y el riesgo ante la sociedad, cuando se dicen cosas graves, es sonar poco creíble. Si te tirás los platos por la cabeza y a los dos minutos estás a los besos y a los abrazos, no es muy confiable no? Si encima, el origen es la política, menos aún.
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