DISTINGUIDA POR EL CONSUDEC
Adela Aranda: "Soy una convencida de que las vidas cambian con una educación desde el amor"
La gualeguaychuense Adela Aranda ha sido reconocida por su trayectoria educativa en la comunidad cristiana. Es la primera vez que una docente de la diócesis recibe esta distinción.
Por Marcelo Lorenzo En un acto especial programado para el 27 de septiembre próximo, en el colegio El Salvador de Buenos Aires, se le entregará el galardón “Jesús, Maestro de la Vida” a la docente local Adela Aranda. Ella es una de los 35 educadores del país que, como cada año, son reconocidos por el Consejo Superior de Educación Católica (Consudec) por su testimonio cristiano de toda una vida al servicio de la educación. En la diócesis de Gualeguaychú se ha recibido con alegría la distinción no sólo porque recae en esta maestra normal que se ha desempeñado en distintos establecimientos educativos, sobre todo en la escuela San Francisco, como maestra y directora, sino porque es la primera vez que alguien de la diócesis recibe este premio. El Consudec busca con esta distinción destacar la labor de sacerdotes, religiosos y laicos que han sido reconocidos en su comunidad educativa por su compromiso con la fe cristiana. A propósito de esta noticia, EL DÍA entrevistó a la docente, que actualmente es apoderada legal de la Escuela Privada Nº 107 “San Francisco de Asís”, de la Escuela Secundaria Nº120 “Lidia Carmen Leissa”, del Instituto “Pío XII”, y del Instituto del Profesorado “Sedes Sapientiae”. En la charla, Aranda contó cómo se inició en la educación, quiénes fueron las personas que marcaron su vida, la importancia de su familia, y el ideal pedagógico cristiano que ha animado su actividad. “Estudie desde el jardín de infantes hasta que me recibí en la Escuela Normal -relató-. Es decir que soy maestra normal nacional, de aquellas antiguas maestras. Empecé de grande a trabajar como docente, porque antes era productora agropecuaria, una actividad que inicié a los 23 años, desde que mi padre me legó el campo familiar. Allá por los ‘90, me involucré en la docencia por influencia de una amiga, Lucy Bogliacino, que me había visto dar catequesis a los adultos. Me dijo que tenía toda la pasta para trabajar como maestra. Fue así que entré en el colegio Sagrada Familia, de la parroquia Santa Teresita”. - ¿Cómo continuó su labor educativa? Adela Aranda:- Pasé luego a la escuela primaria San Francisco, donde casi todo el tiempo estuve en el séptimo grado, dando Lengua y Ciencias Sociales. Con la transformación educativa, pasé al primer año del Instituto Lidia Leissa. Al poco tiempo, se produjo la jubilación de la directora de la San Francisco, Ana Garrigue, una gran mujer. Fue entonces que el Padre Jeannot Sueyro, que era el apoderado legal, me llamó un jueves. Recuerdo que eso me pareció raro. Porque desde que entré a San Francisco todos los miércoles me quedaba a la tarde para ayudarlo al padre en la secretaría y luego teníamos largas charlas (...) Es decir, había estado el miércoles con él, y el jueves se acercó hasta el Instituto Leissa y me dijo: ‘tengo urgencia de hablar con usted, cuando termine la misa’. Y me aclaró: ‘pero tenemos que ir al Santísimo porque es Él el que se lo pide, no yo’. Y entonces me dijo: ‘necesito que el lunes se haga cargo de la dirección de la escuela San Francisco’. Era una decisión difícil, porque había que asumir la responsabilidad de conducir un colegio con más de 300 chicos, en un barrio con características sociales particulares. Aunque yo estaba imbuida de esta realidad, porque venía trabajando con los chicos y las familias de la zona, a través de un sinfín de actividades. Dije finalmente que sí y asumí como directora. - ¿Cuándo y en qué circunstancias se convirtió en apoderada legal? - Me jubilé en enero de 2009. Al poco tiempo me convocaron para trabajar en el proyecto educativo del colegio Sirio Libanés. Se trató de una experiencia muy linda que duró cerca de dos años. La comisión del Sirio Libanés es gente muy querible, abierta y sensible a la educación. Junto con esto, estando monseñor Jorge Lozano como obispo de la diócesis, me convocó para ser apoderada legal del Instituto Leissa en 2009. A los pocos meses hizo lo propio con la escuela San Francisco, diciéndome que seguramente aceptaría porque ésa era mi casa. Luego me dijo: tengo otra cosa que pedirte, te necesito en el Sedes Sapientiae. Ahí le dije que lo tendría que pensar, aunque después acepté. Así, estoy cumpliendo diez años de apoderada legal en los tres establecimientos. Después monseñor Lozano me pidió que por unos meses asumiera como apoderada legal del Instituto Pío XII, cuando se fueron las hermanas mercedarias. - ¿Cuál es la función del apoderado legal? - Es el responsable del funcionamiento integral de la institución educativa, en este caso en cuanto comunidad de la Iglesia Católica. Aunque debo decir que me siento respaldada, en los colegios donde trabajo, por equipos directivos maravillosos. Además formo parte del área de legales de la Junta de Educación Diocesana. En este momento, estoy acompañando al padre Roberto Crettaz, en los procesos de elección, por presentación de proyectos, de todos los cargos directivos educativos de la diócesis (...) LA EDUCACIÓN REPARADORA - ¿Qué es lo que más le gratifica de esta tarea? - Muchas cosas. Siempre pienso que tengo a mi cargo chicos desde cuatro años hasta jóvenes que se recibirán de contadores o profesores. Y que esas vidas pueden ser mejores con la educación. Muchos de esos chiquitos, a los que vemos frágiles, con problemas, con muchos dolores, pueden ser redimidos por una educación integral desde el amor. Es decir, esas vidas se pueden cambiar. Yo he sido muy dura con algunas maestras diciéndoles: ‘si vos maltratás a un chico tenés que irte, porque no sos para esto’. Y esto porque lo que le demos a ellos en la niñez, sea amor o dolor, los marca para toda la vida. Muchos de nuestros niños vienen de entornos familiares complicados, no tienen todas las oportunidades y algunos portan dolores físicos y morales. Si ese chico va a la escuela y no encuentra en ella una ambiente de contención y reparación, y también la posibilidad de orden, pero un orden desde el abrazo, entonces estamos fracasando. (...) Yo no concibo, por ejemplo, que se lleva a un chiquito de 5 años a la dirección como si fuese un delincuente. ¡Tiene 5 años! - ¿Cómo concilia su fe religiosa con la tarea educativa? - Son cosas inescindibles para mí. No puedo separar mi concepción cristiana de la vida de lo que hago. Es una mirada que nace de la oración y del corazón. Es ver a Jesús en el otro. Es un todo (...) En este sentido, el apoderado legal no debe agotarse en la actividad burocrática, sino comprender lo que está en juego en las instituciones educativas, por donde pasan tantos chicos y jóvenes. En mi caso, me siento responsable de abrirle las puertas de la educación a aquel alumno que por equis razón no puede seguir estudiando. La idea es que nadie deje de estudiar por falta de medios o por otra circunstancia de la vida como una enfermedad. La escuela, de última, es servicio al prójimo. EL PODER MULTIPLICADOR DE LA EDUCACIÓN - ¿Qué sucesos o personas la marcaron en su vocación educativa o dejaron fuerte impronta en su vida? - He mencionado ya el testimonio cristiano del Padre Jeannot Sueyro. Por otra parte, todo lo que hago es posible por el respaldo constante de mi hija María Elena que cuida mi vida en todos los detalles. Está siempre atenta a lo que necesito. Y debo decir que cuanto soy lo he recibido de mi casa, de mi hogar, donde aprendí la caridad cristiana. Tengo presente el ejemplo de las abuelas Camila Lema de Calveira y Adela Mardon de Aranda, que eran mujeres extraordinarias. Tengo grabado de ellas que siempre dieron lo mejor a los que necesitaban ayuda. - En algunos sectores existe el estereotipo según el cual la Iglesia Católica administra colegios que son para una clase social acomodada… - Es un prejuicio que no se ajusta a la realidad. Eso es desconocer que en la ciudad la Iglesia tiene colegios en barrios muy humildes, donde incluso no llega la asistencia del Estado, cumpliendo así una función social y cultural importante. Cito como ejemplo las instituciones educativas que funcionan en los barrios San Francisco, Munilla, o La Cuchilla. La escuela San Francisco, que abrió en 1964, nació por iniciativa de las mujeres de la Iglesia Catedral, que daban catequesis en el barrio, y que veían que los chicos no concurrían a las escuelas de la ciudad. El Padre Jeannot tenía bajo su patrocinio hasta cinco escuelas en lugares remotos. Pero esto sucede en todo el país. Por otra parte, no es cierto que a las escuelas del centro, como el Pío XII, asistan sólo sectores privilegiados que tienen dinero. A nuestros colegios concurren chicos de distintas procedencias sociales y tenemos una importante política de becas para ayudar a las familias que lo necesitan (…) - ¿Qué es lo que más la desvela o le preocupa de la educación en este momento? - Estamos viviendo una época muy individualista, donde la gente se repliega en sus propios intereses. Creo que perdemos de vista que nosotros somos administradores de los dones de Dios. Tenemos que ir hacia una pastoral de la comunión. Hay que compartir las cosas, los saberes, todo. En este sentido la educación, que es una acción a favor de otros, vale la pena. Pensemos que no sólo impacta en los chicos, sino también en las familias. Yo digo que tiene un efecto multiplicador en toda la sociedad. Al respecto, a mí me duele que docentes muy valiosos, tras jubilarse a los 52 o 53 años, desaparezcan luego del ámbito educativo. Creo que es una gran pérdida, porque es gente que le haría mucho bien a los colegios si se involucrara. Yo predico para que retornen, ocupando distintos espacios.
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