POR JORGE BARROETAVEÑA
Alberto patea, ataja, pide la hora y encima, toca el pito
Atajando los penales, los mandobles de los propios aliados y una realidad esquiva, Alberto Fernández se encamina a su primer examen como Presidente. Jamás habrá soñado, ni en el peor de los mundos, que le tocaría lidiar con una pandemia asesina de gente y de sueños. Quizás esté maldiciendo su suerte. Pero es lo que le tocó.
Jorge Barroetaveña Será por eso que, por allá y por acá, salieron sus funcionarios a pedir la reelección. Necesita 8 años para hacer las cosas, largaron, sin que se les pusiera roja la cara de vergüenza. No por el deseo que puede ser válido sino por la ausencia de realidad que lo rodea. Alberto atraviesa el peor momento desde que es Presidente y se enfrenta a los meses que le marcarán el rumbo de su estancia en el poder. ¿Será cierto que Cristina está arrepentida de haberlo elegido? ¿Será cierto que cree a esta altura que ella sola hubiera podido ganarle a Macri y compañía? A juzgar por su comportamiento todo indica que sí. Pero la realidad le impone los límites y deberá tolerar las consecuencias de una decisión que ella misma tomó. Ella y su conciencia. El Presidente se enfrenta a una elección en la que tiene más para perder que para ganar. ¿Por qué? Porque aún ganando la victoria nunca le será plena, siempre tendrá que compartirla. Si pierde, cargará con todo el peso de esa derrota, y los socios-aliados, se harán los distraídos. “La culpa será suya porque no supo administrar el impacto de la pandemia”, lanzarán. Hábiles los que encabezan las listas más visibles son los soldados del Presidente. Tolosa Paz es la mujer de Albistur, uno de sus mejores amigos y quien le prestaba el departamento de Puerto Madero. Leandro Santoro es otro escudero fiel, ideal para un electorado refractario como el de CABA. El dirigente devenido de las filas radicales sabe que pierde, pero Tolosa Paz tiene la obligación de ganar y aportarle al proyecto los millones de votos de la tierra bonaerense, esa donde Cristina es ama y señora. En los últimos días, y con los números en la mano, las ambiciones del oficialismo sufrieron un recorte. A esta altura se conforman con ganar ‘por un voto’. Siempre será más fácil vestir bien la derrota de esa manera. Juega para esa cancha, la gran elección de Cambiemos del 2017 que será difícil de repetir para la oposición. Apenas igualando aquellos números podrían renovar lo que ponen en juego. Menos será menos y el gobierno quedará a un paso de tener quórum propio. Pero Alberto tiene que sortear varios obstáculos para llegar a la meta. El inesperado escandalete del festejo en Olivos le ha consumido energías y le pegaron debajo de la línea de flotación. Su reacción fue equivocada, tanto que su pedido de disculpas quedó teñido de contradicciones. Sólo el 12 de septiembre a la noche sabremos hasta dónde la sociedad le creyó y estará dispuesta a renovarle el crédito. Encima, la secuela de enredos judiciales, y finalmente la imputación de un fiscal, por el delirante hecho de haber violado un decreto que él mismo firmó, lo siguen empujando. La economía ha empezado a dar pequeñas señales pero lejos están de llegar a ser visibles. Son lucecitas que apenas titilan y se vuelven imperceptibles para buena parte de la sociedad. Es obvio que ningún país de la tierra puede estar siempre en el fondo del pozo. Por efecto rebote o por el impacto de las políticas aplicadas, la recuperación deberá darse tarde o temprano. ¿Son esas luces tenues indicios claros de recuperación o sólo brisas que preanuncian más tempestades? Hace dos años, cuando las PASO del 2019 marcaron el final de Mauricio Macri en el poder, la tierra se abrió bajo sus pies. En los días posteriores a esos comicios el peso de devaluó como nunca y la corrida sobre el dólar fue dramática. La reacción del ex presidente, negando la realidad, tampoco fue la mejor. ¿Qué pasará si el oficialismo es derrotado? ¿Cuál será la reacción del Presidente? ¿Qué harán sus aliados? Alberto sabe que, si quiere tener una chance mínima de ser reelecto, tiene que ganar este turno electoral. Sabe que una derrota hipotecará su ambición y condicionará su gobierno en el segundo bienio. Crecerán pues, estimulados por las hormonas populares, los deseos de Cristina que llevan a Axel Kicillof a la Rosada y a Máximo a La Plata. Sería el peor escenario para un Alberto vacío. Habrá chocado la Ferrari como le vaticinan los que siempre lo miraron con desdén. Claro que ese escenario, contemplativo para algunos, puede volverse pesadilla para todos. ¿Por qué? Porque las urgencias de gobernar no esperan. Las demandas se seguirán multiplicando hasta el infinito y un Alberto debilitado deberá seguir enfrentándolas. Aquellos que sospechan de consecuencias acotadas, con un solo responsable se equivocan. Igual, estas elucubraciones no dejan de ser pura especulación. El peronismo siempre fue el dueño del maso. Y reparte como más le gusta.
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