
Es uno de los periodistas con mayor trayectoria de elDía. Actualmente trabaja en Gualeguay aunque continúa colaborando con su columna "En Vigencia" de los domingos.
Por Jorge Barroetaveña Llegué un día de lluvia de 1996. En el mostrador de la entrada estaban Mirta y Marta. Las dos me miraron amables, pero de reojo. Se habrán preguntado quién era este muchacho. Yo, recién casado y con todos los bríos que se tienen cuando arranca la profesión, estaba lleno de dudas. Unos segundos después, apareció Oscar Lapalma, atrás de él Rubén Skubij y el resto de los muchachos. En rigor, a varios de ellos ya los conocía, porque Gustavo Carbone se había encargado de 'presentarme' en sociedad con los integrantes del staff del diario, para el que venía escribiendo desde hacía un tiempo.En rigor, llegué al diario de la mano de Gustavo, como lo había hecho un tiempo antes a LT38. Después 'Chichito' me trató con un cariño inmenso que tampoco olvidaré jamás. Fueron años luminosos en los que, para mi debut 'periodístico' fueron determinantes. Esos días con sus noches interminables, los sábados de madrugada y las historias que todos los días se repiten, no se borrarán jamás de mis recuerdos.¿Cómo no acordarme el día que llegó 'Balín' (con todo respeto) y con bombos y platillos le anunciamos que tenía su móvil. Ese móvil que tanto reclamaba. ¿Adónde? Arriba del escritorio...lo esperaba un lustroso y precioso triciclo...creo que no nos habló por una semana, pero nosotros nos reímos la misma cantidad de tiempo.Cómo no extrañar la bonhomía de Fabían, o los cuentos de 'Joselo', o la mansa espera del Negro 'Rondán' y de Santillán cuando una edición se atrasaba por alguna noticia importante. Cómo no recordar las largas tertulias con Rubén, su amor por 'Baso' o las eternas cargadas de Fabián Miró y sus historias del deporte. "¿Qué hay para mañana?", era la pregunta siempre retórica de 'Chichito' cuando salía de su estudio. Claro, eso si a la tarde no había venido Gustavo para hablar de alguno de los tantos proyectos nuevos que siempre tenía entre manos o de cómo se ilusionaba con mejorar el diario y estar a tono con las demandas del lector.Por aquellos años me casé y tuve mi primer hijo. Fueron años de progreso profesional y personal que dejaron una huella marcada en mi cuerpo y en mi alma. Hoy, algún tiempo después (no exageremos porque tampoco somos tan viejos) levanto la copa y brindo por aquellos que ya no están y posibilitaron que el diario sea lo que es hoy. Y por los que están hoy y pelean todos los días, con amor y pasión, por hacer el mejor diario posible.A la distancia, les digo que algo de mí vivirá siempre en esos pasillos, en esas oficinas y en esas máquinas. Porque la vida, al cabo, siempre busca el combustible de los lindos recuerdos. Yo guardo los mejores de mi querido diario El Día y eso nada lo podrá cambiar.