
No había dudas de que Ramón Magallanes era un hombre de campo, pero bien de campo, con los 60 que calzaba cuando comienzo este relato.Por Carlos Ramón ArigóscolaboraciónDesde muchachito y guiado por su padre, luego de tantos años de vida había trabajado como peón rural, arador, carpidor, resero, tractorista, olivador de árboles achaparrados, y por qué no también, en orden a los ocios y recreos, buen domador de baguales que parecían indómitos, corredor de cuadreras, acertado jugador de bochas y pícaro competidor de truco.El paso de los años y el deseo de tener una vida más sosegada lo había llevado en los últimos tiempos a afincarse en lo Don Horacio González Olmos, viudo y sin hijos, famoso criador de petisos de polo y adiestrador consumado de yeguas y caballos que vendía, cambiaba, arrendaba o prestaba a destacados jugadores de polo que se arrimaban a la estancia de Don Horacio sabiendo que siempre conseguirían un excelente petiso con la boca más blanda y dócil que perrito faldero.Por cierto que Magallanes en lo último 20 años se había convertido es experimentado cuidador de petisos, era el alma vigilante y prolijo de la manada que se componía de unos 30 animales fluctuantes que manejaba perfectamente con la ayuda de dos peones que con él presentaban los caballos de una manera impecable que entusiasmaban al posible comprador, para así llevarse el pingo sin mucho firuletes, pruebas, exámenes y revisiones.El comprador sabía, con confianza, que llevándose un pingo de González Olmos sería dueño de un excelente petiso de polo, porque la fama del estanciero y de su petisero Magallanes trascendía los límites de la región en varias leguas a la redonda.La relación de Magallanes y su patrón era muy buena, cordial y respetuosa. Ninguno se tomaba confianzas usurpadas o inmerecidas, por lo cual durante tanto tiempo no hubo ni un sí ni un no entre el paisano y el estanciero. Por el contrario González Olmos se entregaba en un todo a los criterios y pareceres de Ramón, salvo en los precios de venta que manejaba exclusivamente el terrateniente con gran habilidad.Un día se produjo una zozobra que hizo temblar un poco la relación, pero era muy tenue, muy ambigua y Magallanes no le dio crédito o no lo perturbó, cuando alguien dijo en el almacén de Benítez, con unas cuantas ruedas de caña en el garguero de todos los concurrentes, que corría el runrún de que González Olmos vendía su petisada porque se notaba y se sentía vejancón y ya no estaba para negocios y otras yerbas. Decía que prefería sentarse en su jardín a escuchar el canto de los pájaros, el bramido de los ciervos y el volar de las mariposas y los picaflores con un buen libro de cuentos en sus rodillas.Pasaron los días, tal vez tres meses, y el runrún cobró mucho vuelo con grado de certeza: Don Horacio González Olmos había vendido todos sus petisos a unos jeques árabes que le pagarían una millonada por 32 petisos.La noticia corrió como pólvora encendida y los vecinos no podían creerlo. Menos lo creía Magallanes pues la decisión lo "mataba" a él que se quedaba sin conchabo a los 60 años y ya no era un pibe para andar mendigando trabajo por otros lados.Mascó Ramón la hiel de la novedad, no la comentó con nadie, pero de ahí en más se lo vio en gestiones que tampoco nadie conocía pero que emprendía montado en su soberbio alazán criollo que todo el mundo le envidiaba y que había adiestrado por su paso de andadura compadre y elegante.Así estaban las cosas cuando un día Ramón Magallanes enjaezó sus caballos con las mejores platerías adornando cabezada pretal, estribos, riendas y montura con el albor brillante del noble metal, pero sorprendiendo mucho, se veía sobre el caballo un enorme bolsón dividido en dos porciones iguales a los costados de las ancas.Con aperos, jaeces y bolsón se dirigió Ramón al casco de la estancia y al verlo llegar Don Horacio pegó un salto y en menos que canta un gallo se puso al lado del jinete y le espetó caso gritando:
¿Pero que es ésto Don Ramón? ¿adónde va con ese atuendo y esa carga? ¡Qué es lo que estoy viendo Magallanes!- Bueno Don Horacio, la cosa es muy sencilla. Usted esta viendo una realidad.
¡Pero que realidad Magallanes!; al verlo así yo estoy viendo, según parece, que usted se está yendo de viaje.- Y así es, Don Horacio, no está usted errado porque me voy de viaje, pero no muy lejos, según le explicaré.
Pero explíqueme Ramón porque no entiendo nada y lo que veo es insólito y no aguanto.- No es nada insólito Don Horacio y si me escucha atento y tranquilo yo le explicaré. Sin que usted me haya dicho nada (y eso si que es insólito), yo me he enterado porque es un secreto a voces, que usted ha vendido toda la petisada a un árabe que siempre merodeaba por esta zona. Eso y decirme que me quedaba sin el trabajo de petisero que es lo único que sé hacer a esta altura de mi vida, era la misma cosa.
Pero Ramón esa es una mala idea suya. Usted no se iba a quedar nunca sin trabajo en la estancia. Siempre habría alguna changa, algún arreglo, un alambrado caído que lo iban a tener ocupado.- No Don Horacio, esas son migajas que no despreceo, pero usted sabe qué no se compadecerían con mi viejo oficio de cuidar petisos, no nos engañemos, y es por eso que busqué faena por otro lado en labor más parecida a lo que he venido haciendo para usted.
¿Y qué es lo que ha hecho Magallanes?- Bueno Don Horacio, yo creo que usted lo conoce a Don Patricio Contreras, el estanciero que está atrás de la lomada como a dos leguas de aquí, que tiene la estancia "La Armonía", pero que me parece que no es amigo suyo.
No, no es así, nos llevamos bien salvo un encontronazo que tuvimos hace muchos años pero que ya fue superado. Usted sabe que él cría vacunos y la bronca vino porque sus animales se pasaban a pastar a mi campo por culpa de un alambrado caído que a él le correspondía arreglar pero que no hacía pese a mis reclamos. Pero eso ya paso y es historia antigua. Aunque sin frecuentación somos amigo que nos respetamos.- Bueno me alegro que así sea y paso a relatarle lo que ocurrió conmigo. Él se enteró de la venta de sus petisos y se dio la casualidad de que un capataz que le cuidaba tres caballos viejos se fue tras el rastro de una china buena moza a la cual le arrastraba el ala que se fue a vivir a Ceibas.Es indudable que la venta de sus petisos le vino como anillo al dedo a Don Patricio porque a esos tres caballos les tiene un cariño enorme. No crea que son unos matungos, pues si bien son viejones, de entre 20 y 22 años, el buen cuidado y el no hacer nada los mantiene gallardos al tordillo, al zaino y al pangaré, que visten ese pelaje. La oferta que me hizo Don Patricio Contreras fue buena Don Horacio, pues me dará para vivir una linda casita, comida natural y una buena paga. La idea bien clara del hombre, y lo dice con todas las letras, es que yo le cuide esmeradamente sus queridos caballos hasta que se vayan muriendo los pingos o se muera él. Mi faena, exclusiva y excluyente será entonces el cuidado y vigilancia de los caballos para darles un buen vivir en lo que les queda de vida. Yo creo que era para aceptar y acepté señor.La cara de González Olmos exhibía una tristeza y amargura enorme, como si mostrara que se reprochaba la venta de sus petisos, pero la suerte estaba echada y parecía que ninguno podía recular de sus decisiones.La partida de Ramón era inminente entonces.- Bueno, Don Horacio, todo está dicho y ha llegado la hora de irme. Con su permiso voy a pasar, como dicen en Misiones, pero antes quiero decirle con mi pobre filosofía (y perdone la osadía de hablar de filosofía), algo que me atraganta y molesta. Yo creo que la amistad entre dos personas es algo sublime e inmensa cuando hay entrega total o casi total, cuando es recíproca, sin tapujos ni reservas.Yo creo que la columna vertebral de la amistad es un amor puro, excelso, que se muestra con una solidaridad permanente y recíproca entre dos individuos, inmanente a ambos, y con características que no se marca ni reconoce limitaciones o confines. Pero pienso que entre usted y yo esa sublimidad se ha quebrado; tal vez sea exagerado decir quebrado, pero creo que se ha resquebrajado, se ha menoscabado.Es una pena, tal como venía la historia, pero lo juro que de mi parte haré todo lo posible para cerrar las grietas que se han presentado, y así, de esa manera, aventar al diablo los malos pensamientos. Lo mismo espero de usted mi respetado amigo, lo que demuestra que en el fondo no somos malas personas. Que así sea y hasta más ver entonces, Don Horacio González Olmos.