Arregla televisores pero su hobby lo convirtió en el luthier del chamamé

Gabriel Spiazzi es para muchos un total desconocido pero para aquellos inmersos dentro del mundo del chamamé, su nombre es sinónimo de reconocimiento. Desde hace años repara, modifica y afina los acordeones de los grandes artistas de la música litoraleña de la Argentina, y mucho de eso se lo debe a su hijo Lucas de 16 años. Carlos RieraSubiendo por unas escaleras se llega al mundo de Gabriel. Es un cuartito chiquito, donde conviven fuelles, teclados y viejos acordeones, que este hombre de 39 años restaura a nuevo, luego de muchos años de uso por grandes músicos.Él en realidad es técnico mecánico electricista, una profesión que le sirvió y le sirve para su verdadera ocupación, arreglar viejos televisores. Pero lo que empezó como un hobby ha tomado un lugar de preponderancia en la vida de Gabriel, a tal punto que lo que hace con los acordeones y bandoneones pasó a ser su principal ingreso económico.Gabriel es una persona muy amigable, de trato simple y sin reticencia a explicar lo que hace con estos maravillosos y complejos instrumentos que pocos conocen y se animan a tocar. Culpa de LucasEmpezó a estudiar acordeón siendo muy chico, cuando tenía 12 años, pero algunos lo podrán recordar como uno de los integrantes del conjunto "Los Horcones del Chamamé", que llegó a grabar dos discos en Buenos Aires en calidad digital (CD) "cuando existían muy pocos en Gualeguaychú".Cuando se rompía una nota en el acordeón era todo un problema arreglarla. Gabriel recordó a Juan Sittner, el único capaz de realizar ese trabajo, pero a él siempre le gustó arreglar las cosas hasta que de a poco se animó a "meter mano"."Empecé a conseguir acordeones viejos, a sacar repuestos, a ver cómo funcionaban, cómo trabajaba el instrumento porque me intrigaba", contó Gabriel sobre sus curiosos inicios como luthier cuando tenía 14 años.Por aquella época Gabriel vivía en el barrio 338 pero igual se las ingenió para recibir trabajos a pesar de que las dimensiones en su casa no eran demasiadas amplias. Llegó a arreglarle el acordeón a Daniel Espósito, un famoso acordeonista de Gualeguaychú, y eso fue un puntal para lo que se iba a venir con el tiempo."Siempre estuve ligado al chamamé", comentó Gabriel y explicó el motivo: "por lo general el chamamé siempre se tocó con acordeón de tres hileras, con botones, porque el acordeón a piano tiene más limitaciones ya sea por digitación y por la forma de meter las notas. Se puede tocar pero es más complicado"."Las notas en el acordeón a piano están como en otra posición y siempre tuve en mente reformarlos, sacarle todo el mecanismo y el teclado, y hacerle un mecanismo completamente distinto, una adaptación", relató sobre sus ideas, porque todo eso se iba a proyectar mucho más adelante.Fue culpa de su hijo Lucas, que tenía cinco años en aquel entonces, el que llevó a Gabriel a animarse a hacer su primera modificación. "Empezó a tocar el acordeón a piano pero yo siempre quise hacer un acordeón con botones, pero hasta ahí nunca había reformado uno", recordó Gabriel. Y le metió manoGabriel no quedó satisfecho porque su impulso - y por qué no también su destino - y le compró a Lucas un acordeón con botones, pero como tenía algunos problemas decidió reformarlo a su gusto y para su sorpresa, los arreglos le quedaron bien.Transcurrieron algunos años hasta que su hijo comenzó a tocar con un ex miembro del Grupo Ivotí, un conjunto emblema del chamamé argentino, con muchos años de trayectoria. "Un día me llamó Antonio Arballo para una actuación porque no tenía acordeonista y le dije que mi hijo Lucas estaba más empapado en el tema" y fue así como hoy su hijo es uno de los grandes valores dentro de la música litoraleña.A raíz de que su hijo debía hacer presentaciones con el conjunto de Arballo, Gabriel no lo dejó solo y lo acompañó en diferentes espectáculos. En esos encuentros le preguntaban quién había hecho los arreglos en el acordeón de su hijo y a partir de ese momento comenzó a mostrarse - sin querer - como una persona que arreglaba acordeones."Así empecé, me gustó y me trajeron otra y otra, debe hacer unos siete años que estoy con esto", señaló Gabriel Spiazzi, uno de los poco luthier de Entre Ríos que se dedican al arreglo de acordeones y bandoneones. De acá a la Argentina"A raíz de que Lucas anda por todos lados, que lo llaman de un conjunto y de otro para tocar, además hay videos subidos a You Tube, todo eso me ha servido como para que se conozca lo que hago. Me han traído de muchas partes, de La Pampa, de Buenos Aires, de Zárate, de Entre Ríos prácticamente de todos lados, 'Los Majestuosos del Chamamé' me lo traen a mí", comentó con mucho orgullo sobre los artistas de quien recibe los instrumentos.Gabriel cambia los teclados, los reemplaza, afina, cambia los fuelles que compra en Buenos Aires. Mientras cuenta los trabajos que le realiza a los instrumentos muestra uno y de solo verlo se nota la complejidad, el trabajo casi artesanal que debe realizar para dejarlo en perfectas condiciones.Reconoció que hay algunas cosas que se complican conseguir porque todo es material de importación, principalmente lo que se llama celuloide, que es el forro que recubre al artefacto, la parte estética del acordeón. Explicó que para reemplazar el piano y colocarle botonera de tres hileras debe cortar la madera, o sea el casco del instrumento, y hacerle las modificaciones, darle una inclinación especial. Cromáticos y diatónicosPara esta tarea Gabriel no solo maneja la madera, también trabaja el celuloide y el aluminio, todos componentes vitales para que el tono salga claro, porque los acordeones pueden ser cromáticos y diatónicos. Los cromáticos suenan de la misma forma se abra o se cierre el fuelle, pero los diatónicos cambian su sonido dependiendo si se abre o se cierre el fuelle."El acordeón diatónico normalmente tiene dos hileras de botones y se lo conoce como 'verdulera' porque llegó con los inmigrantes italianos que abrían verdulerías en Buenos Aires y mientras esperaban la llegada de clientes se ponían a tocarlo en la calle. Son chiquitos y tienen 21 botones en dos hileritas", explicó con gran entusiasmo.Explicó que en una reparación o modificación puede llegar a tardar unos 40 días, todo dependiendo de los trabajos que también lleguen a su comercio de arreglos de TV. "Si mido esta actividad con el taller de televisión diría que esta pasó a ser mi principal actividad porque me tuve que dedicar más tiempo por todos los trabajos que tengo", indicó."Todos los acordeones no son iguales. Hay que ir resolviendo los problemas que se te van presentando porque una reforma no siempre es igual, tenés que ir modificando, si todos los mecanismos fueran iguales haría una matriz y listo, pero acá tenés que ir doblando el aluminio con la mano o una pinza, ir probando, todo está hecho a mano", describió Gabriel.Sin querer encontró una salida laboral en algo que lo apasiona, le puso música a su vida y hoy se codea entre los grandes chamameceros pero no como un colega sino como la persona que les arregla los instrumentos.
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