Cambia, todo cambia
Nos encontramos en una era de transición: la complejidad que entraña en sí misma la educación escolar se ha profundizado debido a la velocidad de los cambios mundiales que ocasionan mayor diversidad cultural, nuevas tecnologías, nuevas demandas educativas. Por Susana Lizzi Nos encontramos en una era de transición: la complejidad que entraña en sí misma la educación escolar se ha profundizado debido a la velocidad de los cambios mundiales que ocasionan mayor diversidad cultural, nuevas tecnologías, nuevas demandas educativas. La estructura y, por qué no decirlo, la infraestructura escolar, no están en condiciones de lidiar eficazmente con esta mutación. Aparentemente, la respuesta de la escuela al fenómeno descrito consiste en una apuesta a la estandarización. Se cumple así aquella premisa que afirma: “más vale malo conocido que bueno por conocer.” Seguimos en la escuela del recuerdo, esa que hemos sublimado como la ideal, sin darnos cuenta de que tal vez una escuela así ya no sea posible. Entonces, estos cambios a que estamos sometidos, nos dejan en desventaja frente a los alumnos. La tensión del conflicto puede generar reacciones distintas, podemos pensarla como desafío o mantenernos en la postura de “todo tiempo pasado fue mejor.” Los docentes llevamos las de perder si no nos sentamos a reflexionar acerca de nuestras prácticas educativas:
1) Por el contexto de inseguridad en el que se encuentran los jóvenes que reclaman enormes dosis de comprensión e inclusión.
2) Por la formación anacrónica que poseemos los docentes no capacitados para lidiar con los cambios vertiginosos que se han producido.
3) Por la fuerte discriminación de que son objeto los sectores sociales más desprotegidos.
La escuela como institución se encuentra en un contexto social que no está determinado solo por la gente, sino también por cómo piensa esa gente en términos de comunidad, a qué intereses está respondiendo con su imaginario, cómo se relacionan los estamentos sociales y como interactúan los individuos entre sí ante los distintos estímulos provenientes de los medios masivos de comunicación, por un lado, y la realidad cotidiana, por el otro. El acceso al conocimiento en una democracia debería ser igualitario, no patrimonio de quienes tienen poder adquisitivo para adquirirlo. La docencia debe erigirse desde un lugar de comprensión hacia sus alumnos porque, como decía Adam Smith, no puede haber democracia a menos que se desarrolle la capacidad de empatía con los que nos rodean. Si un docente está pensando en un alumno en términos de enemistad o con desprecio por el diferente que loconfronta con sus deficiencias pedagógicas, entonces las posibilidades de inclusión disminuyen. “Nuestro futuro como sociedad depende de lo que se llama inteligencia colectiva, la inteligencia de toda la comunidad.”, dice Andy Hargreaves[1] (2008). Desde esta perspectiva, no es una opción esforzarse por estandarizar el conocimiento, sino posibilitar que desde la diversidad se arribe a nuevas formas de enseñanza y aprendizaje, nuevas estructuras escolares en las que se incluya un pensamiento abierto de parte del docente, directivos sensibles, gobernantes con conciencia de bien común. El autor citado más arriba sostiene que “La estandarización significa concentración del poder en las burocracias, restringe la profesionalidad de los docentes y socava la autonomía. Y además, en realidad, alimenta la exclusión, porque no es posible que todos los alumnos alcancen los estándares. La estandarización significa uniformidad en el curriculum, un curriculum enfocado no en crear conocimiento, sino centrado en contenidos que puedan ser reproducidos y que en la práctica se concreta en la administración de rudimentarias pruebas de evaluación sobre matemática y lengua básicas. Lo que los chicos encuentran allí son factores de desconocimiento y unos criterios homogéneos de rendimiento.” En este sentido, el autor de “Profesorado, cultura y posmodernidad. Cambian los tiempos, cambia el profesorado.”afirma que para poder enseñar a todo tipo de alumnos hay que ser muy creativo y flexible.Como docentes nos encontramos muchas veces “diciendo letra”, con un guión establecido que ciñe nuestra didáctica y la asfixia, y atendiendo al apuro de cumplir con una planificación estricta; todo esto frente a alumnos que no tienen conocimientos previos y que expresan su frustración ante la imposibilidad de aprehender lo que le estamos brindando con desinterés y rechazo. Esta es, ni más ni menos que la prueba del fracaso de nuestros métodos.En consecuencia, los docentes tendremos que exigir que se nos den posibilidades de desarrollo profesional, de capacitación; tienen que generarse recursos para que los maestros y profesores podamos adecuar nuestra tarea en el aula de la escuela pública, que es la que cuenta con menos recursos. Para esto tenemos que contar también no solo con los gobernantes y profesionales de la educación, sino también con la gente, con los padres. En el nivel secundario nos encontramos con estudiantes que nos aventajan en el manejo de las nuevas tecnologías; para ellos es difícil concentrarse en una enseñanza que no se identifica con sus intereses ni con sus necesidades, ni con su estilo de vida, por diferentes factores raza, clase social, pobreza. Cada vez que digo: la educación es pésima, me incluyo. Entonces tengo que pensar en el aporte que puedo hacer para mejorar la realidad del aula. Y lo primero que se me ocurre es que habría que encontrar un espacio donde los docentes nos reunamos para pensar en esto, para analizar la situación, reunir información. No solamente entre profesores de una misma escuela, sino de otras. De otro modo las prácticas no quedarían aisladas y podría accionarse en conjunto en beneficio de los alumnos. La escuela es la responsable de que el estudiante aprenda, por eso está obligada a encontrar el camino para que esto se logre. La diferencia sustantiva en los logros puede quedar establecida cuando la comunidad escolar está accionando con prácticas colectivas (Hargreaves, 2008).La mayoría de los docentes se muestran escépticos y no se los puede culpar, porque para encontrar nuevas estrategias que provoquen un mejoramiento de los procesos educativos habría que trabajar desde un lugar colaborativo, con una comunidad de profesionales de la educación abocados a encontrar nuevos modos de enseñar que no comprometan nuestra vocación y no perturben nuestra empatía para con el alumno. Para lograr eso tendríamos que disponer de tiempo. “El problema en lugares como la Argentina es que los docentes están tan mal pagos que tienen más de un trabajo y no creo que el problema del tiempo se resuelva hasta que ese problema se resuelva, hasta que tengan un salario que les permita que la docencia sea su única ocupación o que puedan concentrase en una institución.”, dice Hargreaves. Mientras esperamos el apoyo necesario, debemos prepararnos para el cambio, abandonar el lugar seguro, el conocido, el de comodidad, por el que nos permitirá ser flexibles y creativos, que es decir inclusivos, el lugar donde no tengamos que sentarnos a ver qué pasa con la educación sino incluirnos a nosotros mismos, que es una condición esencial si queremos una escuela inclusora. Quiero creer que puede optimizarse la enseñanza en la escuela pública, en la escuela que proponga el cambio, que obtenga resultados positivos y que pueda sostener y esparcir el cambio. Porque, como dice A. Hargreaves: “Una buena escuela es una escuela donde todos los chicos puedan aprender, donde todos los chicos quieran estar y donde los maestros aprendan y puedan ser ellos mismos para que los alumnos aprendan y sean ellos mismos.” BIBLIOGRAFÍA
HERGRAVES, Andy. Profesorado, cultura y posmodernidad. Cambian los tiempos, cambia el profesorado, Madrid, Morata, 1996.ROMERO, Claudia (2008). Entrevista a Andy Hargreaves, en el International Centre for Educational Change (ICEC) OISE/Universidad de Toronto. Extraído desde Propuesta educativa / 27 Dossier / Disponible en: http://www.propuestaeducativa.flacso.org.ar/entrevista.php?num=27[1] Andy Hargreaves, Sociólogo inglés residente en Canadá. Actualmente ocupa la Cátedra de Educación Thomas More Brennan de la Lynch School of Education del Boston College (Massachusetts, Estados Unidos). Durante quince años (1987- 2002) fue co-director y profesor del Centro Internacional para el Cambio Educativo (ICEC), en el Instituto de Ontario para Estudios en Educación (OISE) de la Universidad de Toronto, Canadá. En los comienzos de su carrera dio clases en escuelas primarias inglesas. Es autor de más de treinta libros y de numerosos artículos que han sido traducidos y se distribuyen por todo el mundo y reconocido internacionalmente como una de las autoridades más destacadas e innovadoras en los campos del cambio educativo, el desarrollo profesional docente y la cultura escolar.
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