DE CUADRERAS, FOGONES Y FAMILIA
Campo adentro: Lo de Impini, historias de un comercio rural que nunca dormía

Ubicada en el Paraje Rural de Talitas a pocos kilómetros de Larroque, es un ícono del lugar y de la zona. Tuvo profusa actividad -almacen, bar, estafeta posta, la famosa matera- hasta fines de la década del setenta. Jorge Impini, abogado de profesión, talitero de alma, entrevistado por ElDía, habló sobre la pulpería o el Boliche de los Impini.
Por Fabián Miró “Mi lugar en el mundo es Talitas”, dijo Impini, en el comienzo de la nota con ElDía, pese a que “hace largos años que estoy radicado en Gualeguay donde me dedico a la profesión”, agregó. Lamentablemente-continua-, la zona con el correr del “tiempo se fue despoblando, la pulpería cerró sus puertas, al igual que la escuela Hilaria Legna de Belgerien la que hice la primaria. En los sesenta y primeros años del setenta, concurríamos alrededor de cincuenta chicos a un establecimiento educativo (Escuela 17) que hoy no tiene alumnos en una clara muestra de lo que pasó en esa zona de Talitas; mientras que en la parte norte todavía encontramos a gente de 80 años y más, que vivió los tiempos de esplendor y un número importante de vecinos que viven y producen en el lugar”. Recordó que “estábamos rodeados de estancias, una de ellas la de los Olloquiegui, propietarios que no vivían en el campo, la de los Berisso que son muchas estancias-Luján, Santa Elena y La Porteña-, en definitiva grandes extensiones de campos, a los que se les debe sumar los cuentapropistas, entre ellos, nosotros los Impini, Fiorotto y Benedetti, campos de menor escala que se fueron subdividiendo”. A modo de ejemplo, detalló que con una “superficie de 200, 300 hectáreas una familia podía vivir, pero luego, con la conformación de varias familias, se dividió el campo en 50, 100 hectáreas, historia que se repitió con los nietos de los primeros pobladores, dejando de ser rentable el campo. Es así que muchos vendieron, y emigraron a Larroque, Gualeguay, Gualeguaychú y Buenos Aires”, detalló. En cuanto a la pulpería, dijo que se trataba de un emprendimiento familiar en el cual trabajó cuando chico. “Era un gurí en aquellos años, pero recuerdo perfectamente que si bien no servía para mucho, servía para todo. Era lo que hoy se dice el cadete, mientras que años atrás se conocía como el “gurí” que hacía los mandados”.
Aclaró que la “vida en el campo es totalmente diferente que la vive un chico en la ciudad. A los 7 años ya andaba a caballo, los vareaba, manejaba un citröen, ataba el sulky, ayudaba a ordeñar, tareas que todos los gurises del campo hacíamos”. Señaló que “hoy día, esa experiencia es muy rica y entrañable, dado que fue muy lindo y enriquecedor haber tenido esa vivencia”. Recordó que además de las tareas rurales, en “más de una ocasión me tocó atender el boliche reemplazando a una persona que era de la familia, y que como cualquier persona se tomaba unos días de descanso”. Es así que Jorge tuvo, a corta edad, “la vivencia de cualquier bolichero, atendiendo los parroquianos, los dueños de estancia, los encargados, jugar al truco, servir las copas, atender los que estaban un poco pasado de bebidas, lo cual no es poca cosa, ya que uno esperaba que se hagan las nueve, las diez de la noche para que se fueran, pero tomaban otra y otra, contando anécdota entre ellos, cuando siempre habían vivido juntos. Típico de personas encopadas que repiten una misma historia veinte veces”. Contó que hace cincuenta años “cargábamos la cerveza en heladeras de kerosén- no había servicio de energía eléctrica- que enfriaban un poquito más que debajo del agua en un fuentón y la gente tomaba igual”. Señaló que se comercializaba mucha bebida fuerte “ a tal punto que nunca logré entender cómo podían tomar Ginebra Llave a las nueve y diez de la mañana con un sol que partía la tierra”. Párrafo especial para gente que venía de la colonia y que “llevaba Caña Ombú que era un poco más que alcohol con un poco de gusto, la tomaban en la colonia, porque decían que mezclada con agua era un refresco”. Dijo que el “whisky no existía, pero se vendía el Cognac Tres Plumas, Paddy, y los aperitivos Lucera, Marcela, Amargo Obrero y los vinos que eran dos o tres. Baggio, Galardón y Arizu”. Señaló que el término Pulpería quedó, pero para Jorge es “Boliche de Impini, porque allí se hacía de todo”. Indicó que “todas las actividades, excepto el despacho de bebidas, pasaban por el galpón”. Una de ellas, la Matera, un Fogón que “cuenta la historia estuvo más de treinta años encendido, que pudieron ser más o menos, pero ronda en este tiempo”. Explicó que en una época “la actividad se iniciaba a las dos de la mañana, porque funcionaba una carnicería, había que cortar la carne, cargar los sulky y salir a repartir, uno al norte y otro al sur en transportes de tracción a sangre que regresaban a las diez de la mañana. A las dos se levantaban y tomaban los primeros mates. Después se iban intercalando. El que terminaba de ordeñar venía y se tomaba unos amargos. Después estaba el mate de las diez, once de la mañana, antes del vermucito, luego el del mediodía, el de la tarde, mientras que por la noche , además de matear, se hacían guisos, asados en un lugar que era un punto de encuentro y donde el último en acostarse echaba un par de palos para mantener el fuego y no tener que arrancar de cero a las dos de la mañana, conformándose un ciclo de veinticuatro horas los trescientos sesenta y cinco días del año”. Los boliches y carnicerías de campo tenían su propio sitio donde se faenaba, en forma artesanal al animal vacuno, no siendo la excepción lo de Impini. “En el medio de los corrales se encontraba un arco que hacía las veces de carneadero con piso de material, un desague, dos roldanas con el cual se colgaba al vacuno y se lo colocaba a la altura que fuera más práctico para trabajar en la faena. Todo se cortaba a mano con una sierra y las media res se las llevaba en carretilla. Esa media res se colgaba en la parte destinada a la carnicería en una heladera precaria con un tejido especial para protegerla de las moscas”. Señaló que la gente que trabajaba en esa época, sin luz, eran un “artesanos, dado que hacían todos los cortes con sierras, cuchillos y mucha baquía”. Contó que su padre y su Tío Abuelo eran los carniceros oficiales, los que se encargaban de la faena, reparto y venta diaria”. Las cuadreras Recordó que después de concurrir a la escuela, el tiempo que nos quedaba libre, además de las labores mencionadas anteriormente, era para “dedicarnos a los caballos y en mi caso, que era livianito los vareaba, y como no existía una pista en Talitas se corría en Irazusta, Larroque, Dos Hermanas, Puerto Ruiz, hasta que día, los viejos decidieron que había que hacer algo”. Es así que junto a los Gervasoni, familia tradicional de Talitas, de los cuales uno, Benito, era corredor en esa época “ se construyó una pista en el campo de los Impini”. Marcó las diferencias del que “le gustas el turf hoy y nació con el hipódromo con las gateras con lo que pasaba 50 años y más atrás en el tiempo. Primero se corría mano a mano, dos caballos, y en ocasiones hasta cuatro ejemplares, pero lo normal era el mano a mano. Se largaba en movimiento, lo que denominábamos partiendo. Es decir los dos jockey sin bandera. Se ponían de acuerdo y largaban. Luego se llegó a los cajones y la bandera, un oficio que no era para cualquiera, porque en la picardía del jockey estaba la pequeña diferencia que se podía hacer con el bandera. Después llegó el tiempo que se largaba con cajones y cinta. En aquella época los cajones eran fijos y lo que se corría era el disco, a diferencia de lo que pasa ahora que se trasladan las gateras”. Finalizó diciendo que “durante siete años se corrió con gente muy respetuosa. Cuando hacía Talitas no había cuadreras en otros lugares y viceversa”. Detrás de la cuadrera existía una previa muy interesante que era la de “varear, alimentar, limpiar, hablar con el caballo y cuando gana ese ejemplar, se le tiene más cariño, no por una cuestión de plata, sí de orgullo”. Comentó que en la “Matera”, uno de los temas que siempre se trató fue el de las cuadreras. Lunes y martes, se hablaba de “porque se perdió o ganó el domingo, abundando las excusas con el folclore propio de las carreras, y del miércoles para adelante se arrancaba con la que se iba a desarrollar el domingo siguiente”. La estafeta postal Indicó que el boliche tenía una “estafeta donde llegaban las cartas de gente que vivía en la zona, luego de que el panadero pasara por el correo de Larroque y traía, en un acto de mucha solidaridad, la correspondencia. Y cuando alguien no pasaba a buscar la carta, o no sabía que tenía una, los gurises, es decir nosotros, se la llevábamos al campo, haciendo las veces de estafeta, en tiempos en que no existía radio Gualeguay. También se hacían los resúmenes de los remates. La firma Daroca, Vico y Verón imprimían folletos anunciando remates ferias, además de enviar un resumen de lo paso en el último remate”. “Había estancias que pagaban una vez por año, luego de que anotáramos las compras en una libreta con varias hojas, llevaban la cuenta y entregaban una determinada cantidad de animales, siempre acorde a lo adeudado, en lo que podemos denominar como trueque; mientras que otros pagaban en efectivo. Tiempos en los que no se hablaba de inflación, y los aumentos se daban en carriles normales. Normalmente las cuentas eran abiertas, sin precios que se abonaban con los valores al momento de paga”, contó Jorge. La familia Su bisabuelo, Segundo Impini, llegó desde el Sexto Distrito (Gualeguay) a Talitas en el año 1921 y compra el lugar donde hoy se erige el galpón con el año 1889 en el frente del mismo. Recordó que “Segundo tenía dos varones que siguieron su legado; mientras que las mujeres, típico de la época, se casaron y emigraron con sus esposos en un patriarcado muy marcado”. Jorge Impini en el sitio pulperiaimpini.blogspot.com, escribió diez capítulos en lo que resume lo que fue la vida de un comercio de campo desde 1921 hasta fines de los 70. Luís y Juan (mi abuelo), formaron dos familias de Impini. Una de ellas, la de mi papá, muy chica con cuatro varones y dos mujeres.; mientras que por el lado de Luis, dos hijos, un varón y una mujer”. Recuerdos que se hicieron chamamé La historia del boliche o pulpería de los Impini se hizo canción con la “letra de Fabricio Castañeda (Gualeguay) y que Mario Suárez, un reconocido chamamecero de Villaguay puso su voz y guitarra además de participar de los arreglos musicales. Por su parte, Germán Fratarcangelli, oriundo de Berisso, quien acompañara en su momento al Chaqueño Palavecino, Landriscina, Teresa Parodi y Raúl Barboza, entre otros, fue quien interpretó el acordeón. Reinauguración Raúl era hijo de Luis y vivió en el Boliche desde que nació y fue quien después de mucho tiempo, con sus hijos –Federico, Bruno y Paolo- su hermano el Gringo, sus hijos Hernán y Luigi, reflotaron la pulpería, y la reinauguraron en el año 2.002 con una gran fiesta de vecinos. Fue una fiesta del reencuentro entre taliteros y/o quien tuvo su corazón en Talitas.- La idea que tenían, de poder continuarla como turismo rural, fue muy buena, pero el estado de los caminos, le puso un obstáculo difícil de sortear, quedando trunco el proyecto. En otro orden, celebró la gestión de Leonardo Hassel (Intendente de Larroque) que “reabrió y dejó en muy buenas condiciones el Corralito, a la vera del río Gualeguay, donde íbamos una vez por semana a lomo de caballo, y si bien teníamos prohibido bañarnos, lo hacíamos igual”.ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios