UN FENÓMENO DIFÍCIL DE CONTROLAR
Ciberbullying: El flagelo contemporáneo que mantiene el acoso escolar durante las vacaciones
A pesar de los esfuerzos por combatir el acoso y las intimidaciones contra miles de niños y adolescentes, este flagelo continúa presente en las escuelas de la ciudad. Sin embargo, cuando las clases terminan, lejos está que el problema acabe. Las herramientas tecnológicas y redes sociales trasladan las agresiones fuera del aula. Para muchos, la llegada de las vacaciones de verano significa que la pesadilla continuará en la virtualidad.
El acoso escolar existe desde tiempos difíciles de precisar. Desde hace algunos años, países como Argentina comenzaron a identificarlo con el anglicismo “bullying” y muchas instituciones educativas, sociales y deportivas adoptaron una postura activa para concientizar sobre esta problemática y erradicarla de los espacios compartidos por niños y adolescentes.
Sin embargo, el alcance de estas iniciativas aún es limitado y, como si fuera poco, las formas que encuentran los chicos para burlarse, hostigar o infringir violencia hacia sus pares se han visto profundizadas y complejizadas por la aparición del ciberbullying: la difusión instantánea e ilimitada de textos, imágenes, videos o audios a través del espacio digital con el fin de ridiculizar, molestar o dañar a alguien.
Lejos de que este acoso termine con el fin del período escolar, la pesadilla para muchos chicos continúa en los meses de verano, esta vez de manera digital. “Es una continuidad muy real, aunque los chicos no lo vivan a diario en directo”, señaló la psicóloga local especialistas en infancias y adolescentes Soledad Terradas, quien además marcó que “quienes sufren acoso pasan muy solos el periodo sin clases”.
“Todo depende de las herramientas que tengan a mano para enfrentar los meses de vacaciones. Algunos lograrán hacer amistades o mantener las del barrio u otras actividades. Sin embargo otros se encerrarán y se creerán todo lo que les dicen virtualmente”. Para la profesional gualeguaychuense, el acoso digital trae consigo numerosos cambios y desafíos dado que en él hay una mayor pérdida del control. “Además, muchas veces es impersonal, lo que complica el asunto aún más”, agregó.
Por su parte, María Zysman, referente en el tema a nivel nacional, psicopedagoga y directora de la Asociación Civil Libres de Bullying, coincidió en que las características de la virtualidad generan condiciones propicias para el acoso que antes eran inexistentes.
“Si bien la tecnología permite a los chicos estar conectados mucho tiempo, esa conexión no implica estar emocionalmente con el otro. Pueden hablarse, escribirse, pero les ha quitado profundidad en sus vínculos. Contestan cuando les parece oportuno hacerlo o no lo hacen, o contestan de una manera y no se entiende si es chiste, sarcasmo o ironía, porque hay muchas sutilezas del lenguaje que no brinda la virtualidad. Entonces se dicen comentarios de forma impulsiva y después se arrepienten, pero ya es tarde. O se suman a la viralización de algún contenido para no quedar afuera (stickers, memes, grupos en contra de alguien, chismes, etc), pero no tienen conciencia real del daño y de la huella que dejan”, agregó en declaraciones a Ahora ElDía.
“No hay conciencia ni registro de la cara del dolor del otro cuando está leyendo lo que escriben sobre él, y eso hace que desde el anonimato y con la accesibilidad permanente, sumado a la desinhibición que generan los nuevos dispositivos y modos de vincularse, el problema se agrava y el daño es permanente”, advirtió Zysman, quien también alertó sobre el alcance del ciberacoso: “Si bien en la escuela los espectadores pueden ser muchos, en el espacio virtual pueden ser muchísimos más. Además, esa humillación que en la presencialidad tiene un comienzo y un final, en las redes no termina nunca. Ese contenido ofensivo está ahí y puede ser reflotado cuando uno quiere y reenviado cuantas veces se quiera”.
Orígenes de un problema sin fin
“Hay más conciencia sobre la teoría del bullying, pero lo que realmente falta es que las personas se la empiecen a jugar: que los docentes frenen lo que ven, los padres apoyen al docente y que se apoye a las familias que la pasan mal. He visitado cientos de escuelas en 2024 y he notado que hay una impotencia muy grande por parte de los adultos en relación a cómo intervenir frente a la burla, el destrato y el acoso. Una de las acciones más más visibles, por lo menos en primaria y en los primeros años de secundaria, es la exclusión intencional, que es cuando los chicos se construyen como grupo en tanto y en cuanto haya alguien que no pueda integrarlo. En otras palabras, dejar afuera al otro para sentir que tengo un grupo de pertenencia”, argumentó al respecto María Zysman en declaraciones a Ahora ElDía.
“Los chicos cuidan menos sus vínculos, y eso se los enseña el espacio digital. En chats o en redes sociales no aparece un cuidado de los demás. Está el ‘Digo lo que digo cuando quiero’. Cancelo, escracho, muestro, oculto, soy o dejo de ser amigo, descarto, bloqueo. Los vínculos son muy poco cuidados en la digitalidad y no nos asombra que después en la presencialidad algo de esto también esté presente. Además, en los espacios digitales los chicos se comparan, se construyen en función de cuántos seguidores tienen y tienen modelos muy altos de lo que es el deber ser y no el quién quiero ser: ser popular, mostrarse, tener éxito, etcétera. Eso está acrecentando muchísimo las situaciones de bullying y de todo lo previo al mismo”.
“Creo que el bullying no ha disminuido”, sostuvo por su parte la psicóloga local Soledad Terradas. “Entiendo que muchos ahora lo ven y tal vez antes no lo registraban como tal, pero, lamentablemente, mientras no se viva en el seno familiar es difícil que se tome conciencia. Somos muy individualistas. No es que no se pueda cambiar esta realidad, pero es complejo. Sería maravilloso poder trabajar bien en las aulas cuando los niños son más pequeños”, dijo, y expresó con esperanza: “Hay algo en el caldero de la infancia que promete ser diferente, más sano y más conectado”.
El también psicólogo y especialista en el tema Andrés Mazue reconoció que “hay casos de bullying en las escuelas de Gualeguaychú”, pero al mismo tiempo ofreció una visión más esperanzadora: “La concientización de esta problemática da resultados, y no creo que vaya en aumento comparado con lo que ha pasado décadas atrás. Me parece que la aparición de determinados discursos tiene su efecto y hace que el fenómeno del bullying no sea igual que lo que era hace algunos años. Los discursos han cambiado y la sociedad toma en consideración esos cambios. Por ejemplo, hace pocos años no existía el discurso de que cada uno tenía derecho a ser como es y de que la diversidad es algo valorable. Por lo contrario, los discursos eran más bien hegemónicos y había que ser de determinada manera, tener determinadas características o determinada orientación sexual, y todo lo que se apartaba de ahí era mal considerado”.
¿Por qué los chicos hacen bullying?
La pregunta aparece junto a la angustia e impotencia de padres, docentes y especialistas. ¿Qué lleva a que un niño o adolescente se ensañe sin motivo alguno contra otro? ¿A qué se debe ese “impulso de crueldad”? ¿Basta con reprimirlo o debería transformarse la matriz social y cultural para que no exista como tal? Los expertos consultados responden.
“No pienso que haya una sola razón por la cual los chicos hagan bullying, pero creo que una de las más importantes es el querer que los demás lo registren, lo sigan y le den la garantía de que siempre va a tener un grupo al cual pertenecer. Al reírse de un par encuentran un lugar de poder, que se lo da el grupo que celebra, festeja, acompaña, teme y disfruta de ver lo que este chico o chica hace. No es una cuestión de falta de empatía, sino que el victimario sabe lo que el otro chico siente, pero ese dolor que sabe que inflige no es más fuerte que su deseo de poder”, explicó Zysman.
En la misma línea, Mazur dejó en claro que “el fenómeno es multicausal”, y aportó la explicación de que dichas situaciones conflictivas “se dan porque hay un concurso de causas en distintos niveles, que van desde lo más macro, como la sociedad en general o lo cultural o las instituciones, luego al nivel grupal y, por último, al individual-personal, donde se incluye lo familiar”.
En cuanto al nivel grupal, detalló: “Tiene que aparecer un conjunto humano con características especiales, donde haya elementos de exclusión y la proyección de aspectos negados en un chivo expiatorio, que es a quien se le localiza todo lo despreciado. Con esto, el resto del grupo se salva de quedar marcado bajo ese signo. Es decir, al aprovecharse de alguien porque es el tonto, el gordo o el afeminado, se salvan de caer en esa descripción. Esto siempre se ve acompañado por líderes negativos, que muchas veces reproducen activamente lo vivido en forma pasiva. En otras palabras, tras haber sido víctimas de situaciones de violencia después las reproducen como victimarios como forma de desembarazarse de la situación traumática. A esto se le agrega un grupo silencioso, que es testigo o cómplice de los abusos y siempre está presente. Todo esto es parte de la tríada del bullying, que necesita del mismo además de la víctima y victimario. Ese grupo testigo es fundamental y pasa a cobrar importancia mayúscula cuando hablamos del ciberbullying”.
En un mundo donde los avances tecnológicos nos permiten estar más comunicados, al mismo tiempo amplifican situaciones que dejan a muchos niños, niñas y adolescentes en un estado de total vulnerabilidad.
Las agresiones ya no son físicas y en un contexto acotado como lo puede ser la escuela, donde por más que el flagelo continúa sucediente, al menos hay autoridades de carne y hueso que pueden intervenir. En cambio, con la llegada del verano y el ciberespacio en general, los límites se desdibujan y las autoridades aquí sí que son inexistentes. Cuando antes el verano era una época de respiro y de escape de un círculo vicioso, ahora con el ciberbullying la angustia es permanente, y pocos tienen la receta para detener todo esto.