UNA GUALEGUAYCHUENSE QUE SE TRANSFORMÓ EN LEYENDA
Clara García de Zúñiga: La dama patricia cuya vida retó a la conservadora sociedad del siglo XIX
En el Instituto Magnasco se recordó días pasados a Clara, la hija mimada del terrateniente Mateo García de Zúñiga. Un escándalo de época rodeó la biografía de esta gualeguaychuense que enfrentó los cánones morales decimonónicos.
¿Qué tiene de interesante la vida de Clara García de Zúñiga y de Elía, una dama patricia nacida en Gualeguaychú el 15 de abril de 1845, quien con su familia terminó afincándose en Montevideo?
A decir verdad, su biografía reúne todos los condimentos de una tragedia shakesperiana, donde alguien con riqueza, poder y belleza cae de esa cima de una manera dolorosa, víctima de presiones externas.
Resulta que Clara se casó a los 14 años por un acuerdo de sus padres con alguien mucho mayor que ella. Fue un matrimonio forzado en el que fue infeliz.
Luego de separarse de su marido disfrutó de una vida amorosa muy liberal para los parámetros morales de la época. Pero lo dramático fue que le quitaron luego su fortuna por un juicio de insania, que provocó que la confinaran en una de sus propiedades.
Depende de la interpretación que se haga de los datos de la vida de Clara –aunque difícilmente se puedan conocer los móviles reales de cualquier ser humano– habrá lecturas disímiles sobre su historia.
Una contemporánea, afín a los nuevos tiempos feministas, ve en ella a una mujer transgresora que pagó el precio de querer vivir una vida libre de los preceptos sociales que le imponía una época victoriana.
Clara, entonces, sería una suerte de heroína feminista en medio de una sociedad burguesa y patriarcal, que imponía un disciplinamiento moral a las mujeres de su clase en la segunda mitad del siglo XIX, a las que se educaba para ser una “buena dama” y bien casada.
Otros ven, en cambio, una historia de odios y amores desbordados que estrujó a una familia de la aristocracia más tradicional del Río de la Plata, y que causó un debate en la sociedad de la época, escandalizada por los detalles íntimos ventilados públicamente.
Ya que los acontecimientos tuvieron epicentro en Montevideo (Uruguay), adonde los García de Zúñiga se radicaron, es en la capital uruguaya donde Clara es más conocida y de hecho es un célebre “fantasma” en el Museo Blanes, donde se exhibe un retrato suyo a la edad de 10 años.
Documentos de la familia García de Zúñiga y de su hija existen en el Instituto Magnasco de nuestra ciudad, lugar al que han acudido a informarse los interesados en la biografía de la gualeguaychuense.
Como es el caso del argentino Carlos María Domínguez, afincado hace años en Montevideo, y autor de “El bastardo”, donde retrata la vida de uno de los hijos ilegítimos de Clara, el poeta Roberto de las Carreras.
Fue en la entidad local, el pasado 19 de mayo, donde Inés Heller de Grané recuperó la historia de este singular personaje femenino, ante un grupo de más de 40 invitados.
Acompañada de Carmen Galissier de Lioni, que leyó documentos de la época, la expositora pasó revista a los hechos principales de la tumultuosa historia de la hija de esta familia patricia de Gualeguaychú.
Familia de abolengo
“Clarita” había nacido en “Campos floridos” una de las estancias de su padre, en Gualeguaychú. Era hija de Mateo García de Zúñiga y Rosalía de Elía Álzaga.
El padre fue un hombre poderoso, tenía gran fortuna y muchas estancias (se calcula que poseía unas 200.000 hectáreas), y fue durante seis meses gobernador de Entre Ríos. Era muy amigo tanto de Juan Manuel de Rosas como de Justo José de Urquiza.
Sin embargo, había mostrado simpatía política hacia el Restaurador, lo que lo malquistó con el entrerriano. Tras la caída de Rosas en Caseros, en 1852, ante la eventual represalia de Urquiza, se refugió en Montevideo con su familia.
Según el relato de Inés Heller, Clara tuvo una niñez feliz en Gualeguaychú, donde disfrutó de una libertad completa en la estancia familiar. Pero las cosas tomaron otro rumbo con el cambio de país.
Ya en Montevideo, a esta chica que se mostraba inquieta e inconformista, le designaron quién sería su esposo, a los 10 años de edad. Y así fue que cuando cumplió los 14 años la obligaron a casarse con el abogado José María de Zuviría Lezama, 22 años mayor que ella.
Heller cuenta que esta decisión –en perspectiva fatal para Clara y la familia– fue impulsada sobre todo por Rosalía, la madre, quien actuó muy influenciada por Jacinto Verna, un cura que después sería nombrado vicario de Montevideo.
El que no estaba muy convencido del matrimonio de su hija era don Mateo, que como hombre experimentado sospechaba de las intenciones de Zuviría.
“Pongamos las cosas en contexto. Hay que pensar que la mujer en el siglo XIX pasaba de la tutela del padre a la tutela del marido. Ni siquiera manejaba sus propios bienes”, precisó al destacar las restricciones que imponía a la mujer la sociedad conservadora de la época.
Matrimonio infeliz
Pero Clara, que rechazó su matrimonio desde el inicio, según declaró en varias ocasiones, cumplió no obstante con su deber de esposa, concibiendo tres hijos con Zuviría (Isabel, Clarita y Alfredo, quienes nacieron en Paraná, Entre Ríos).
Un intenso resentimiento desarrolló Clara con respecto a su madre, a la que achacaba su infortunio. Y al cabo, Rosalía comprendió su error, recriminándose por ello.
El verdadero drama comenzó cuando don Mateo se enteró por un amigo que su yerno Zuviría, en una reunión en Buenos Aires “habría expresado burlonamente, y delante de mucha gente, que su suegra (Rosalía) lo requería de amores”, relató Heller.
A partir de entonces las familias entraron en pugna y la pelea se hizo pública. “Es común la frase, en el ámbito doméstico, que los trapos sucios se lavan en casa. Pero en este caso no. Aquí los trapos sucios se ventilaron en la plaza pública”, destacó la expositora.
Así se desató un verdadero escándalo, alrededor del cual tomaron partido figuras de la política, el comercio, la religión y las letras de los dos países del Plata.
En este contexto, Clara terminó por abandonar a su esposo llevándose a sus hijos a la casa de sus padres. Zuviría, por su lado, inició un pleito judicial pidiendo la custodia de los niños.
La tragedia
La historia toma un giro drástico con la muerte de Don Mateo García de Zúñiga en 1872. De repente, Clara se sintió liberada del tutelaje paterno y pronto pasó a convertirse en la única heredera de una gran fortuna (porque sus dos hermanos ya habían fallecido).
“Imaginamos que se sentía rica, libre y muy joven, ya que tenía 28 años. A partir de entonces su vida dio un giro de 180 grados. Deja los chicos al cuidado de su madre, y se dedica entontes a disfrutar de la vida. Compra joyas, va al casino, al teatro, viaja y acumula vestidos. Y también acumula amantes”, refiere Inés Heller.
En su nuevo estilo de vida liberal, Clara, se casó con su abogado Alfredo García Lagos, con quien tuvo cinco hijos (Alfredo, Rosa, Ema, Conrado y Ricardo), y luego se relacionó con Ernesto de las Carreras, con quien tuvo a Roberto.
“Ella no crió esos hijos, se los entregaba a sus familiares, mientras que seguía con su vida de viajes y de placer”, refiere la expositora.
“En una ocasión –algo que luego le costará caro– asomada en la ventana de un hotel de Montevideo, apenas vestida con un camisón, tiró por la ventana una bandeja llena de onzas de oro y de libras esterlinas. De este episodio se hizo eco la prensa montevideana, con el título de ‘Lluvia de monedas’”, comentó.
En 1878 Clara se divorció de Zuviría, entendiendo la Curia Eclesiástica Metropolitana, de Buenos Aires, que había “graves dificultades” para que el matrimonio siguiera adelante.
Pero Zuviría no perdió el control de Clara, y con ayuda de influyentes personalidades del Uruguay, impulsó un tribunal médico y jurídico que, finalmente, la declaró mentalmente “insana”, circunstancia que hizo que no pudiera disponer de sus cuantiosos bienes.
En una de las tantas declaraciones judiciales en las cuales se le reclamaba por su vida disipada, Clara le dijo al juez que ella practicaba el amor “como se me da la gana y lo hago porque soy libre, muy joven y porque puedo, igual que usted y todos los presentes”.
Clara fue confinada en “Villa de la Duranas”, la casa que su familia había comprado en Montevideo, donde se construyó un altillo con ese propósito. Sumida en la soledad, pasó allí largos años de su vida, hasta que su hija Rosa logró llevarla con ella a Buenos Aires, donde falleció el 9 de septiembre de 1896.