
Con la casona del Museo de Lapalma como telón de fondo, músicos, estatuas vivientes y artistas callejeros entretuvieron a los 400 vecinos que se acercaron a disfrutar de las restauraciones hechas en ese histórico rincón de Gualeguaychú.
Amílcar Nani
Los pocos menos de 100 metros que conforman esa porción serpenteante de calle San Luis, anoche volvieron a tener un revival y sus adoquines sintieron el paso de los más de 400 vecinos que a lo largo de varias horas se acercaron a disfrutar de ese rincón de la ciudad que respira historia y misticismo.

Con la enorme casona del Museo Azotea de Lapalma, ayer fueron inauguradas las renovaciones y puesta en valor que el Municipio realizó en el que es conocido como Pasaje Azotea, esa porción de camino vistoso de San Luis, entre La Rioja y Jujuy, que anoche contó con la presencia de músicos en vivo, tangueros y milongueros, estatuas vivientes y artistas callejeros que entretuvieron y divirtieron a todos los que se acercaron.

El espectáculo sobre el escenario montado frente a la famosa Azotea comenzó apenas cayó el sol, y los primeros tempraneros fueron ocupando las mesas y sillas dispersadas a los largo de todo el pasaje. Siendo la hora de la cena, la cantina comenzó a despachar enseguida fuentes y fuentes con empanadas de carne, que fueron degustadas entre tangos y milongas.

Dentro del museo, los visitantes eran recibidos por el mismísimo Juan Lapalma; un actor que interpretó al primer médico que llegó a Gualeguaychú y cuya compenetración en el personaje sorprendió a más de uno.

Lapalma era el encargado de contar la historia de la segunda casa más vieja de la ciudad, sus vaivenes desde que fue construida en 1835 y cómo la chacra de 45 hectáreas que coronaba llegaba hasta los terrenos que hoy en día ocupa el Hospital Centenario. Y en el patio, el que continuaba con anécdotas de uno de los lugares más históricos de la ciudad era Olegario Víctor Andrade, otro actor con igual énfasis que jamás salió de su personaje.

Pero mientras los actores hablaban, muchos preguntaban por la que intérprete de Isabel Frutos, la mujer que murió por amor en 1856, y que desde ese día circula la leyenda de que su alma en pena mora por los rincones. Todos quedaron entre fascinados cuando una joven vestida de blanco apareció entre las plantas del patio, para luego desaparecer a los pocos metros. Nadie pudo comprobar fehacientemente si acaso era o no una actriz.