OPINIÓN
Coronavirus en Gualeguaychú: El Arca de Noé versión 2.0

Por Luis Castillo
Las crisis como la que estamos atravesando, tienen la capacidad de despertar —en casi todos— la imaginación. En algunos casos, como un positivo signo de reflexión y posterior acción; en otros, apenas la búsqueda de la explicación más sencilla, básica, elemental, que les permita, a lo sumo, no sentirse responsables y mucho menos culpables de nada de lo que está sucediendo. En este último caso, tenemos los seguidores —reconocidos o no— de las teorías apocalípticas, los castigos bíblicos u otras explicaciones seudo espirituales que, al igual que hace 5000 años, justifican los sucesos como algo ajeno por completo a nuestra voluntad y designios. Bajo diferentes argumentaciones, la explicación es la misma, una fuerza superior decide nuestro destino. En una línea semejante, están los adoradores de las teorías conspirativas. La ciencia ficción en su máxima expresión terrenal. Los buenos y los malos. La lógica binaria, la del blanco y negro, la lógica de la grieta. La geopolítica internacional explicada en una página de una revista de espectáculos. una fuerza superior decide nuestro destino ¿Qué tienen en común estas dos visiones? En ninguna de ellas nos cabe responsabilidad alguna por lo que está pasando. En la primera son los dioses celestiales, en la segunda los dioses terrenales, en ninguna estamos nosotros como responsables de nuestros propios actos. Sin embargo, lo que sabemos, lo que todos en mayor o menor medida sabemos, es que la degradación ambiental está favoreciendo el incremento de trasmisiones infecciosas entre diferentes especies animales silvestres y los seres humanos. Ya nadie —salvo algún negacionista no exento de intereses corporativos— puede no ver la conexión directa entre el cambio climático y la aparición de enfermedades infecciosas en lugares hasta entonces libres de ellas, así como la llegada y adaptación de nuevos insectos transmisores de microorganismos (por si no se nota estoy hablando del Dengue). Desde la aparición del SIDA, ya hace casi 40 años, estamos asistiendo al “salto entre especies” (y ahora sí estoy hablando del COVID-19). "La degradación ambiental está favoreciendo el incremento de trasmisiones infecciosas entre diferentes especies animales silvestres y los seres humanos" Estamos depredando el planeta. Y de eso somos todos, por acción u omisión, responsables. La Organización Mundial de la Salud (OMS), esa organización que recién ahora están descubriendo muchos, viene desarrollando desde hace mucho tiempo, junto a otras organizaciones mundiales como la FAO (que lucha contra el hambre), la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y otras, el concepto de la protección de la salud pública por medio de las políticas de prevención y control de la interfaz entre personas, animales y medio ambiente. La salud humana, animal y ambiental están interconectadas y no puede entenderse la una sin la otra. Algo que habrá que comenzar a considerar hoy para empezar a ponernos en acción apenas la pandemia nos dé una tregua, será adoptar soluciones de cambio en la estrecha relación entre la salud y la conservación del ambiente. De una vez y para siempre debemos entender que ecosistema, ambiente y salud pública son algo indivisible. La salud no puede sostenerse —y la prueba más evidente es nuestro actual estado de cuarentena obligatoria— si no está en relación directa con el ecosistema. Ahora que en cada rincón del planeta están descubriendo la importancia de la salud pública, quizás sea una buena oportunidad para replantearnos cómo tratamos al planeta. La degradación ambiental está favoreciendo el incremento de trasmisiones infecciosas entre diferentes especies animales silvestres y los seres humanos Ahora bien, el daño está hecho y estamos padeciendo sus consecuencias. ¿Podemos hacer algo a partir de ahora? Sí. Mucho. A nivel legislativo municipal se debe continuar con las políticas de protección del ambiente y a escalas más audaces todavía, ya que no hay mayor enseñanza que la que se siente en carne propia. Las políticas sobre utilización de todo aquello que no sea reciclable o certera o potencialmente contaminante deben ser contundentes, la protección de la fauna debe ser extrema (no debemos olvidar que solo el 8% del ejido municipal corresponde a planta urbana y el resto es chacra o monte), el turismo debe ser planteado definitivamente en términos de sustentabilidad y protección del ambiente. La sanidad animal deberá entenderse como una parte inseparable de la sanidad humana y la legislación deberá adecuarse a ese cambio de paradigma. Hace muchos años hubo una película que marcó un hito: El planeta de los simios. En el final, el personaje central se daba cuenta que el planeta al que había llegado no era otro que la Tierra y lo entendía al ver, semi sumergida, la estatua de la libertad. La metáfora, se me ocurre, no solo daba cuenta de que había vuelto al planeta sino que la libertad de unos se sustenta en la esclavitud de los otros. El amo y el esclavo o eran o los hombres o eran los animales. Quizás esto que nos sucede nos sirva para darnos cuenta de que estamos todos, aunque le cueste a nuestra soberbia de humanos, en la misma escala zoológica. Que en el Arca de Noé, para la supervivencia de nuestro mundo, debíamos estar todos juntos.
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