HISTORIAS DE LA PANDEMIA
Cuando el coronavirus cambia hasta la forma de despedir a nuestros muertos
Ante la prohibición de realizar funerales, Pietro Fiori, intendente de Castelleone (Italia), decidió acompañar a los muertos de su ciudad para que la despedida final no fuera en soledad.
Por: Florencia Carbone En marzo de 2019, la ciudad italiana de Castelleone registró 5 fallecimientos. En marzo de este año, 55. Castelleone está en la provincia de Cremona. El pueblo de 9.500 habitantes se encuentra en la Lombardía, una de las regiones más prósperas y desarrolladas del país, y hoy, el centro desde el que el coronavirus golpea al país.
El COVID-19 se ensañó con el norte de Italia. En Lombardía se concentran la mitad de los casos y muertos que registra toda la península. En cuestión de semanas, el coronavirus logró alterar la vida de los lugareños en todas sus formas. De hecho, hasta cambió la muerte. Sin funerales ni abrazos Están prohibidos los funerales y los abrazos. Todo es de a uno. Los enfermos mueren solos, aislados, y llegan a lo que será su última morada “de este lado” escoltados por la mínima cantidad posible de empleados de una funeraria. Los chinos dicen que cada crisis encierra una oportunidad, y eso fue lo que hizo Pietro Fiori, el sindaco (intendente) de Castelleone: aprovechar el lugar que ocupa para aliviar el dolor ajeno. Pietro decidió que sería él, en nombre de la ciudad que dirige, quien acompañaría a cada uno de los difuntos. Y así lo hizo. Con su maletín de profesor de secundaria a cuestas, su figura desfiló por el cementerio escoltando a cada uno de los vecinos que no pudieron contra el coronavirus. “Con mi presencia llevo el abrazo de la ciudad a ese féretro, pero sobre todo a los familiares que no pueden estar ahí. En Castelleone esto es una tradición enorme. Cuando fallecieron mis padres, estuvieron presentes centenares de personas. Te sentís menos solo, aunque obviamente, los extrañás”, dice a El Día durante una videollamada. Como en la Divina Comedia El enorme significado humanitario de lo que podría parecer un acto mínimo, hizo que lo bautizaran como “Sindaco Virgilio” (en alusión al personaje que en la Divina Comedia guía a Dante a través del Infierno y el Purgatorio) y que el caso apareciera en buena parte de los medios de comunicación del país. Cuando se le pregunta por la repercusión que generó su decisión se muestra sorprendido. Dice que no sólo es algo natural, sino que muchos otros intendentes lo hacen. “No es que tenés mil cosas para hacer y te tenés que hacer tiempo para acompañar al difunto. Es exactamente al revés: esa es la primera cosa que hay que hacer, después viene el resto.” Despedida por WhatsApp Como en todo pueblo, en Castelleone los números son una formalidad: cada uno de las víctimas del coronavirus tiene nombre, apellido e historia. En el pueblo todos se conocen. Y eso queda en claro cada vez que al intendente le toca dar el último adiós a uno de los vecinos. Desde llevar el libro de poesías que escribió la persona a la que se despide ese día para leer algún pasaje en su honor, hasta lograr que gracias a la transmisión por WhatsApp, una señora que vive en Alemania pueda seguir el responso que el sacerdote está dando para su hermana en el cementerio, Pietro ha hecho todo. Cuando comenzamos la charla por Skype, en Italia son las 21.30. Durante la hora que conversamos no hubo minuto sin interrupción. El ruidito de los mensajes que llegan al teléfono del intendente aparece sin cesar. “Es que todos tienen mi número. Es importante para la gente poder comunicarse con quien está al frente de la ciudad”, explica pidiendo disculpas. Muertes en vano “Lo importante –destaca Fiori- es que las muertes que hemos sufrido no sean en vano, y para que eso sea así, siempre digo a los ciudadanos, debemos esforzarnos para respetar las reglas para hacer que no haya más muertos”. El intendente admite que hasta hace un par de semanas el “aislamiento social” era subestimado. “La gente no era consciente de la gravedad del problema y seguía saliendo a dar una vueltita. El problema es que los asintomáticos o los que dieron positivo -levantaron fiebre dos o tres días, y como se sintieron bien después de algunos días salieron- contagian.” “¿Por qué nos preocupa tanto el aumento de los contagios? Porque con ese número crece también el porcentaje de gente que no se salvará. Ese es el problema”, enfatiza Pietro. Sin campanas Por el número de campanas que hay en la ciudad, alguna vez apodaron a Castelleone como “isla sonora”. El coronavirus también privó a los habitantes de esa compañía. Como no se puede celebrar misa, las únicas campanadas que se escuchan son las que indican el cambio de hora. “Castelleone es una ciudad de trabajo, pero también de fiesta. Sólo en el verano tenemos más de 10 fiestas diferentes, como la de los Alpinos, por ejemplo. Cada pueblito de la zona tiene su fiesta. Tenemos muy fuertes tradiciones de fe. En el caso de nuestra ciudad, en 1511 apareció la Virgen y por lo tanto cada 11 de mayo se hace una gran procesión y hay cuatro días de fiesta”, relata. La marcha comienza en la Parroquia, en el centro, y se recorre la arbolada avenida Santuario hasta llegar precisamente al Santuario, en la entrada de la ciudad. Ese es el sitio en el que apareció la Virgen. A lo largo de ese kilómetro y medio de caminata confluye la ciudad. También está el Mercado que cada miércoles se hace en las calles del centro de la ciudad, o el Mercatino del Antiquariato, que se hace un domingo por mes. Y los bares, tratorías y pizzerías que son el punto de encuentro para compartir momentos con amigos. Hoy todo está cerrado y en silencio, a la espera de que la vida vuelva a ser (casi) lo que era. En el camino habrán quedado amigos, parientes, compañeros de trabajo, vecinos. Valores relativos “¿Hubiéramos imaginado alguna vez que un pedazo de tela (en referencia a los barbijos) valiera oro?”, se pregunta Pietro. “Lo que es de oro es la vida de las personas. Que tengan 90 años, 89, 100, 60 o 2, no importa; la vida es oro. Por eso, si esa máscara puede salvar una vida, es por eso que uno llora. Llora delante de la vida, no frente a un pedazo de tela. Esto me ha enseñado el coronavirus”. El sindaco de Castelleone tiene 53 años. Está en el primer año de su segundo mandato de 5 años. Los días empiezan a las 7 y terminan a las 2 o 3 de la mañana. El tiempo se reparte entre el Municipio, las recorridas por las instituciones, las gestiones, las innumerables reuniones de coordinación con las reparticiones más diversas y la escuela. Cuando empezamos a despedirnos, Pietro cuenta que cuando los mensajes “aflojan”, pasadas las 23, aprovecha para preparar sus clases. Dice que en estas semanas más de una vez tuvo que grabar las lecciones para sus alumnos en alguna sala de la Municipalidad y se emociona recordando el día que volvió a verlos, aunque sea de modo virtual. Servir a la comunidad “La verdad es que no quería presentarme para el segundo mandato, pero en nuestro grupo (político) evaluamos que era la persona más adecuada para este momento con el concepto de que quien ocupa este lugar está al servicio de su comunidad. Tengo un compromiso por los próximos 5 años pero se trata de un servicio temporal. Cuando en la escuela me preguntan cuánto me falta para jubilarme, enseguida aclaro: ¡No quiero jubilarme! Quisiera poder enseñar toda la vida”. “Cuando vi a mis alumnos, aunque haya sido a través de una videollamada, me emocioné. La enseñanza vía internet no es lo mismo, porque la enseñanza es relacionarse. Enseño Literatura, y cada lección se construye juntos, a través de la relación y el diálogo. Cada lección está hecha de emociones, miradas y contacto”, explica melancólico. No se avergüenza al confesar que hubo un día particularmente duro, hace una semana. Volvía de uno de los funerales, había recibido la noticia de la muerte de dos grandes amigos y colaboradores (Bruno Melzi, presidente de la Casa de Reposo Brunenghi, y Anacleto Taino, un empleado histórico de la Municipalidad y corazón de la Cruz Verde). Los números negativos no hacían más que crecer. Lágrimas de impotencia Entró en la iglesia para “encender una velita a Don Bosco” y cuando el sacerdote le preguntó cómo iba todo, estalló en un llanto tan amargo como impotente. Después de conversar con el cura, y mientras caminaba hacia la Municipalidad que está a pocos metros, sintió que el viento secaba sus lágrimas y la fuerza interior resurgía con más potencia. “El dolor se atraviesa, no se puede eliminar”, dice Pietro. “Entendí que tenía que volver a combatir con el peso sobre mi espalda de 50 personas que murieron”. “Sé que el intendente es una figura laica, pero creo que en este momento no se puede escindir el aspecto laico de la fe. Mi primera parada obligatoria, cada mañana, es ir a la iglesia para encender una velita a Don Bosco. Con esa vela rezo por la ciudad, por los que están sufriendo y por los difuntos. Y sigo adelante”, concluye. Pietro Fiori pasará a la historia como el intendente que dio pelea para que la soledad que inocula el coronavirus no pudiera ganarle ni siquiera a la muerte.ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
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