Cuando siempre es buen momento para aprender
¿Qué hace que un adulto decida terminar la escuela o empezar una carrera fuera de lo que marcan los tiempos tradicionales? Historias de vida que motorizan sueños propios y ajenos. Florencia Carbone (*) A los 62 años, Irma Magne decidió terminar la secundaria. ¿Saldar una "deuda personal"? ¡Nada más lejano! Completar los estudios era una formalidad que la habilitaba para cumplir con el propósito de fondo: ser mecánica dental y facilitar el acceso de sus amigos jubilados a nuevas dentaduras. Dos años después, Irma cumplió con el autodesafío.El mundo avanza a una velocidad tan vertiginosa que hace que muchos sientan que el cambio los expulsa, pero también están los que consideran -sin intención de crear un trabalenguas-, que ese cambio es, precisamente, una invitación al cambio.¿Qué mecanismos son los que se activan para que un adulto, con una aparente vida resuelta -o al menos encaminada- decida romper con las reglas de la cronología tradicional y concluir estudios o arrancar una carrera?Belén Grecco, psicóloga especializada en neuropsicología, comenta que en esos casos se reconoce un abanico de recursos psicológicos muy valiosos."Los seres humanos tenemos de alguna forma una libertad limitada por la realidad, que siempre se impone. Sin embargo, frente a las condiciones externas -favorables o no- tenemos la libertad infinita de asumir una actitud. Las actitudes se vinculan con las creencias, con la forma en la que interpretamos el mundo externo, nuestro pasado y nuestro futuro. Quienes asumen el desafío de emprender nuevos estudios en la tercera edad, en primer lugar creen que tienen futuro, que ese futuro les puede deparar cosas buenas, y no se sientan a esperar que llegue, van en su búsqueda", dice Grecco.Luego explica que si el asunto se observa desde una perspectiva neuropsicológica, es claro que el paso del tiempo genera un declive cognitivo en los seres humanos: "Así como a determinada edad comienza a arrugarse la piel, el cerebro también se arruga. Pero el cerebro humano no es un sistema cerrado, está en permanente intercambio con el mundo exterior, con lo cual, si al declive natural le sumamos actitudes negativas frente al presente y al futuro, si nos aislamos y nuestro medio social se reduce cada vez más, si no le proponemos desafíos, nos volvemos vulnerables a muchas enfermedades, entre las que se destacan las neurodegenerativas, como el Alzheimer".Grecco enfatiza que la actitud de estas personas está exactamente en las antípodas de ese proceso y que puede vincularse a uno de los recursos más valorados: la flexibilidad cognitiva, que no es otra cosa que la capacidad que tenemos los seres humanos de adaptarnos a situaciones novedosas. Saldar una deudaRocío "Keka" Rivas (55 años, tres hijos y cuatro nietos), comparte orgullosa su historia.Entrerriana de nacimiento y marplatense por adopción, hace 34 años que llegó a Mar del Plata desde Gualeguay, donde al completar el primer año del secundario, abandonó los estudios.Mientras trabajaba limpiando casas de familia y como encargada de edificios, pensó que sería bueno hacer un curso de administración de edificios. A los 47, aprovechando la cercanía de una escuela nocturna, decidió que había llegado el momento de saldar aquella vieja deuda: cuando terminaba la jornada laboral, iba a cursar. "Recibirse siendo abuela es una satisfacción enorme. ¡Fue mucho sacrificio!", recuerda. Por aquellos tiempos la tarea era por partida triple: a la del hogar y el trabajo se sumaba la escolar. Sin embargo, el esfuerzo valió la pena: no sólo consiguió su título secundario sino que su ejemplo inspiró a dos de sus hijos que también habían abandonado la escuela, para cerrar esa etapa."Me hubiera gustado seguir estudiando para ser asistente social, pero necesitaba trabajar...", confiesa, y casi de inmediato agrega sonriente: "No importa, sé que algún día voy a cumplir con ese sueño también". Tiempos vs. obligacionesAlberto Roy (55 años) recuerda que cuando "cronológicamente correspondía", empezó a cursar ingeniería en Sistemas. Sin embargo, un año después, las obligaciones se impusieron: formó una familia, tuvo cuatro hijos y el trabajo desplazó al estudio.Durante 22 años se desempeñó en el área de Sistemas del diario La Nación. Después fue a Clarín -donde sigue en la actualidad- En el medio, un "problema de salud" (que resume en 4 operaciones y 5 stent), cambió todo. "Ese tipo de situaciones hacen que te replantees muchas cosas y empieces a revisar qué quedó pendiente", dice. En aquél momento reapareció la cuestión del estudio."Había muchas cosas que conocía en la práctica, pero me faltaban fundamentos técnicos. Me decidí y hace un par de años empecé a cursar la Licenciatura en Producción Gráfica, en la Fundación Gutenberg", relata antes de contar con especial orgullo que de las 12 materias que lleva cursadas, aprobó 11.Las jornadas son largas -trabaja de 10 a 18 y cursa todos los días, de 19 a 22-, pero los resultados compensan cualquier cosa. Alberto destaca el apoyo familiar y admite que la gran duda era si podría resistir el ritmo y retomar la rutina del estudio después de tantos años.Los dos hijos que siguen viviendo en su casa -Cristian (25) y Kevin (16)- participan indirectamente de su proyecto. "El más chico se enganchó por el lado de ver de qué se trata la facultad, cómo es la metodología de estudio, etc -en una suerte de previa relatada y vivida por su padre-. El otro está cursando el profesorado de Educación Física así que bromeamos comparando las calificaciones que obtiene cada uno", cuenta.Grecco elige destacar un aspecto de modo particular. "Si bien podemos encontrar motivaciones diversas en cada una de estas personas, hay algo en lo que es importante detenernos: la decisión. Justo en el momento en el que la sociedad comienza a extenderles el pasaporte al "retiro", cuando el mercado no los elige, cuando se vuelven "menos necesarios" para propios y ajenos, cuando parece que todo comienza a recubrirse de sabor a fin, ellos "deciden" COMENZAR. Es sin lugar a dudas el mayor acto de rebeldía que pueden cometer y el mejor ejemplo para las nuevas generaciones", detalla la psicológa.Alguien dijo alguna vez que mientras esté vivo el deseo de aprender, todo es posible. Estas historias confirman la veracidad de esa afirmación.*Publicada en revista Convivimos Una universidad para grandesSilvia Inés Sallenave, una argentina que vive en Estados Unidos, explica cómo se diseñó un programa que facilitó el acceso de la educación superior a gente adulta, que trabajaba.Silvia Inés Sallenave, doctora en Lingüística y en Literatura Norteamericana, nació en Gualeguay, pero junto con su esposo, César Chelala, emigró a Estados Unidos en 1971.Ambos cursaron sus estudios universitarios en Tucumán - de donde es oriundo César-: él medicina, ella, inglés en la Facultad de Filosofía y Letras. Ya recibidos y con su hija Celina pequeña, decidieron mudarse a Nueva York. César, que por entonces trabajaba en investigación en el Instituto de Federico Leloir, podría dedicarse a la investigación en genética molecular; y ella, hacer la maestría en Literatura Norteamericana que tanto había soñado.Aunque inicialmente contemplaban regresar a la Argentina después de cierto tiempo, la realidad alteró los planes y la estadía se fue prolongando (de hecho aún hoy viven en Nueva York). Como todo, la situación tuvo aspectos buenos y malos. Uno de los efectos positivos fue que Silvia Inés concluyó su doctorado en lingüística y empezó a trabajar haciendo foco en la escritura y la forma de los textos.Hasta el año pasado, cuando se retiró, enseñó en varias universidades norteamericanas, y como parte de su rica experiencia, fue testigo (y protagonista) de un innovador proyecto educativo que permitió incorporar al mundo universitario a los adultos."A principios de los '70, las autoridades educativas del Estado de Nueva York decidieron organizar una institución universitaria con características distintas: el Empire State College, que es parte del conglomerado de instituciones bajo la llamada SUNY (una sigla en inglés que identifica a la Universidad Estatal del Estado de Nueva York). Trabajé en esta institución, que ahora tiene alrededor de 10.000 alumnos provenientes de todo el Estado, de otros estados y países, por más de 25 años", comenta.Silvia Inés explica que la currícula de estudios se planificó según estándares académicos rigurosos y resultó que "el nuevo énfasis fue de gran interés para estudiantes adultos quienes tienen una rica experiencia de vida".Cuenta que los estudiantes, que en su mayoría trabajan durante el día, no necesitan asistir a clases sino que pueden organizar sus estudios de distintas maneras: en forma individual con un profesor, en grupos pequeños en forma de seminarios, o en grupos más grandes como las clases más tradicionales.Además, pueden rendir exámenes libres para demostrar sus conocimientos en materias que se pueden equiparar a partes de cursos o a cursos completos."El conocimiento puede haber sido adquirido en situaciones formales (cursos de entrenamiento en lugares de trabajo, por ejemplo) o por su estudio a nivel personal. Con el tiempo y las innovaciones en telecomunicaciones se agregaron otras modalidades de estudio. Para aquellos estudiantes jubilados de sus trabajos, el volver a estudiar les da nuevos ánimos y les abre un mundo nuevo de posibilidades y experiencias, al que ellos se entregan con enorme entusiasmo. Nuestra institución tiene también programas en otros países como la República Checa, Albania (trabajó en ambos), Líbano, y Grecia. Sin embargo en estos casos la edad de los estudiantes es más tradicional (16-22 años)".Silvia Inés comenta que el Empire State College fue ideado como un programa universitario para aquellas personas que no pudieran ir a clase en los horarios tradicionales y que el resultado fue que adultos o jóvenes que no habían considerado estudiar, pudieran hacerlo. Así fue como los adultos resultaron ser mayoría.Los estudiantes pueden obtener títulos en varias categorías distintas: humanidades, arte, psicología, trabajo social, economía/negocios, matemáticas/ciencias técnicas, y educación.
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