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De tumbas y silencios
Nuestra historia natural pivota sobre dos hechos únicos, irrepetibles e involuntarios: la vida y la muerte. Desde el primer errante hasta la socialización, hubo razones para limitar lo bueno de lo malo y obrar en consecuencia: el premio y el castigo. Un castigo definitivo, como la pena de muerte u otro no tan radical pero no menos brutal, como la prisión o el destierro. La esencia era la misma, separar la paja del trigo. Lo bueno de lo malo. Lo que aporta de lo que destruye. Cambiaron las sociedades, mutaron las formas, pero el objeto es el mismo.
Por Luis Castillo
Desde la cueva enrejada en la que Sócrates esperó su hora hasta las modernas prisiones con tecnología de punta, el binomio inseparable del carcelero y el preso continúan incólumes. Submundo desconocido sobre el que es preferible no saber. Zoológico de personas. Inspiración de bestiarios escritos con sudor y con olvidos. Muros. De alambre, de piedra o de ladrillos. Muros que atestiguan con su silenciosa presencia que por allí pasaron y murieron sueños, pasiones y miserias. Mudo testigo de una sociedad que crece y se transforma en derredor suyo y lo que ayer se quería tener lejos termina quedando dentro mismo como una irónica muestra de que siempre, de un modo u otro, estuvo cerca.
Las cárceles siempre existieron y existirán mientras existan los hombres (y las mujeres, claro), mientras exista una sociedad y mientras siga siendo necesario separar lo bueno de lo malo, lo que creemos bueno de lo que creemos malo, a quienes creemos nobles de quienes consideramos réprobos.
En 1889, cuando se inauguró la Unidad Penal 2 de Gualeguaychú, era el edificio más alto de la provincia en ese momento. Sus muros la convertían, para el paradigma carcelario del siglo XIX, en la primera cárcel de máxima seguridad, cucarda que lució durante muchísimos años, hasta que la máxima seguridad dejó de depender de la altura de los muros.
Paradójicamente, con pocos meses de diferencia también se inauguraba el nuevo cementerio. Recordemos que a las cárceles, en la jerga, se las llama tumbas. Solo quien alguna vez estuvo allí sabrá explicar el porqué de la analogía.
En diciembre de 2022 dejó de cumplir el objetivo para el cual fuera construida. Hoy, es un gigante caído que muestra impúdico sus paredes derruidas. El silencio aturde el barrio. Los fantasmas se niegan a abandonar los goznes herrumbrados. El viento sigue agrietando las paredes que se ven teñidas de vegetales oportunistas.
El gigante está ahí. Callado. Sombrío. No me caben dudas de que en esa inmovilidad se oculta un profundo y oscuro deseo de contar historias para quienes quieran oírlas, de mostrar sus huesos que acariciaron otros huesos, de mostrar con lágrimas de salitre la profunda tristeza que allí se acumuló con los años, con los gritos, con las sombras y los miedos.
El gigante está ahí. Quizás, esté durmiendo. No está muerto.