LA PALABRA COMO HERRAMIENTA DE SANACIÓN
Depresión en primera persona: Autoexigencias, miedos y la necesidad de poner en palabras una “enfermedad espantosa”

Josela Aramburu tiene 31 años. Hace algunas semanas comenzó a subir a su perfil de Facebook videos en los que habla de su enfermedad. “No se trata de poner la mente en positivo, hay una situación biológica que resolver”, dice. En esta nota, la opinión de la psiquiatra Luisa Schmidt y el aporte de la psicóloga Soledad Terrada.
Por Luciano Peralta
“Hola, ¿cómo les va?, estoy bastante nerviosa por hacer este video, les quería contar que tengo muchas ganas de expresar todo lo que me está pasando con la depresión y todo el caminito que vengo recorriendo hasta hoy. No voy a hablar de psiquiatría, no voy a hablar de biología, voy a hablar solamente de mi experiencia personal, de las recetas que fui creando en el medio y, así, poder charlar un poco de este tema que no está en agenda, no se habla prácticamente”, dice, del otro lado de la pantalla, Josela Aramburu.
La joven politóloga fue diagnosticada con depresión en diciembre del año pasado. Antes, había sufrido ataques de pánico, trastornos de ansiedad y el descanso por las noches empezaba a ser un problema grave.
Pasó cuatro meses “muy complejos”, en los que prácticamente no pudo valerse por sí misma y recién ahora empieza a sentirse estabilizada. “Lo de los videos es, por un lado, para que se hable del tema, porque se que hay mucha gente que puede estar pasando por una situación parecida y, por otro lado, en lo personal, creo que es una forma de procesar todo esto y poder contarlo a mi familia”, dice la joven que si bien nació en Concepción del Uruguay, vivió toda su infancia y adolescencia en Gualeguaychú.
“Empecé a tener ataques de pánico, con trastornos de ansiedad. La sensación es que me moría, que me estaba por dar un paro cardíaco o un ACV. No paraba de temblar, de sudar, no podía fijar un pensamiento, se me pasaban muchas fotos en la mente, pero pasaban tan rápido que no podía fijar en ninguna. Sentía que me estaba volviendo loca, es una situación espantosa”, asegura, y cuenta que lo único que pudo hacer en esos momentos fue acostarse y tratar de concentrase en la respiración.
"La sensación es que me moría, que me estaba por dar un paro cardíaco o un ACV"
Esa primera alerta se encendió en noviembre del 2020, en plena pandemia. Durante los primeros meses del año pasado estos sucesos se fueron repitiendo, a lo que se le sumaron trastornos alimenticios y en el sueño. “Si bien podía dormirme, me levantaba entre cuatro o cinco veces por noche y, entonces, el ciclo del sueño no se lograba cumplir. Vivía cansada”, recuerda.
En julio, decidió visitar a una médica psiquiatra, quien, finalmente, la diagnosticó en diciembre del año pasado. “Yo me daba cuenta que estaba triste. Mi psiquiatra me hizo una pregunta que para mí fue clave, me preguntó como me sentí cuanto me recibí de politóloga. Y la respuesta fue que estaba triste. Ahí me di cuenta que iba a jugar al hockey o al básquet y lo hacía estando triste, que ya no disfrutaba de pequeños placeres, como puede ser comer, tomar un mate o bañarme”.
“Pasé por un estado de deshumanización: camina encorvada, muy lento, no podía hablar; cuando me daban los ataques de pánico tardaba mucho tiempo en volver en sí. Si le pedía a quien estaba conmigo que me haga preguntas simples, como de qué color es la mesa o cuál es el nombre de mi hermana, y tardaba cinco minutos en responder. Porque no se trata de poner la mente en positivo, hay una situación biológica que resolver. Mientras no funcione bien el sistema nervioso no se puede hacer nada”, dice Josela, del otro lado del teléfono.
Al respecto, la médica psiquiatra Luisa Schmidt explicó, para esta nota, que “la depresión clínica, es una enfermedad muy común que afecta física y mentalmente en el modo de sentir y de pensar. La depresión puede provocar deseos de alejarse de la familia, los amigos, el trabajo y la escuela. Generalmente cursa con ansiedad, pérdida del sueño, del apetito y falta de interés o placer en realizar diferentes actividades”.
De hecho, “casi todos hemos sentido alguna vez una inmensa tristeza en nuestras vidas. Esto es normal. Pero si esta tristeza continúa por más de dos semanas, aproximadamente, se debe buscar ayuda. Sentir tristeza es normal, estar deprimido clínicamente no lo es”, diferencia Schmidt, y apunta a uno de los problemas recurrentes al hablar de depresión, la subestimación del cuadro: “La depresión clínica no es simplemente una angustia, es también una tristeza o melancolía permanente. La persona se siente inútil, vencida, sin esperanza, siente pérdida del placer en la vida diaria, tensión en el trabajo y en las relaciones, pueden agravarse condiciones médicas, en especial los pacientes cardíacos y diabéticos, e incluso puede llevarla al suicidio”.
"La depresión puede provocar deseos de alejarse de la familia, los amigos, el trabajo y la escuela"
“Para mí, se le resta importancia en algún punto”, aporta la psicóloga Soledad Terrada, especializada en niños y adolescentes. “La depresión es un cuadro clínico, una patología y, como tal, tiene diferentes niveles o grados”, aclara, y cuenta que en la clínica cotidiana lo que más se encuentra es la depresión reactiva, “causada por la mala adaptación a circunstancias ambientales o cuestiones estresantes en el ámbito laboral o familiar”.
“También la neurosis depresiva: el paciente se te presenta de modo enmascarado, porque vas viendo pequeños datos, como si fueran puntitas de icebergs, que son emergentes. Sintomatizaciones, somatizaciones, como alguna cuestión en la piel, en la panza o en el habla. Van pasando diferentes cosas desde lo físico, porque la persona es incapaz de tramitar esto que le está pasando y lo lleva al cuerpo”, explica.
“Es fundamental poder trabajar interdisciplinariamente con quienes hacen psiquiatría, para poder abordar al paciente como un todo. La medicación debe ser algo planificado en cierto tiempo, luego se debería apuntar a cambiar hábitos y rutinas de la persona”.
Actualmente, Josela toma tres medicaciones diarias, más el hierro por la anemia que le generó dejar de comer, se siente mucho mejor que hace algunos meses, pero sabe que el camino es largo. “Todavía no me siento equilibrada, todavía escapo a situaciones que creo que me pueden desequilibrar. Por eso no le pregunto a mi familia cómo vivieron los cuatro meses que estuve sin levantarme de la cama. Tengo miedo que eso me vuelva a desestabilizar. Al trabajo no he vuelto, sigo de licencia, no sé como voy a hacer para volver, porque la depresión afecta el proceso cognitivo y la memoria a corto plazo; no podés concentrarte, no podés leer, no podés hacerte cargo de un montón de cosas. Yo todavía no puedo cocinarme y al bañarme tiene que haber otra persona en el baño y que me hable, antes ni siquiera podía bañarme sola”.
¿Qué nos deprime?
“Las razones para caer en un estado depresivo son muy variadas. Algunas personas caen en depresión clínica cuando experimentan un evento emotivo en sus vidas, por ejemplo, perder el trabajo, una mudanza, un duelo o terminar una relación amorosa importante. Sin embargo, hay gente que puede llegar a sentirse deprimida sin ninguna causa. Otro factor a tener en cuenta son los antecedentes familiares, teniendo un familiar depresivo hay más posibilidad de padecerlo, pero no necesariamente. Solo es un dato a tener en cuenta”, distingue Schmidt.
Terrada, por su parte, también apunta a los modelos del éxito de la sociedad en la que vivimos. “Esto de que haya estándares tan altos sobre qué es ser exitoso, que tienen que ver con cuestiones culturales que nos impone la máquina capitalista, también nos afecta”, dice. Y, sin saberlo, le da el pie a Josela, que habla de sus “autoexigencias” y de las consecuencias de las mismas.
“Mi vida era perfecta, había logrado todo lo que para mí tenía que ver con el éxito: el mejor trabajo, la pareja ideal, vegetariana, militante, feminista, todo lo que siempre soñé, pero me di cuenta que eso no me hacía feliz. Podría haber seguido con esa vida perfectamente, pero preferí escucharme”, asume.
“Si bien la depresión es una enfermedad espantosa, también tiene un aprendizaje muy grande para mí. Que es cuestionarme quién soy y quien quiero ser. Y, dentro de ese quien soy, cuestionarme qué tanto soy por la sociedad y qué tanto soy por mi esencia, por mi espíritu”, diferencia, lúcida.
“La depresión es algo que te transforma para siempre, es un gran aprendizaje que se tiene en la vida y uno nunca más va a ser igual. Para el día de mañana me gustaría crear hábitos saldables y tener mayor seguridad sobre mí”, sintetiza la joven politóloga.

Por su parte, Terrada celebra el hecho de hablar sobre esta patología, muchas veces tan rodeada de prejuicios, y aclara que, así como los adultos se deprimen, los niños, niñas y adolescentes también lo sufren.
“Hay niños deprimidos, esta semana tuve reunión en Independiente, en el Bértora, en el Agrotécnico y en la Villa Malvina, por pacientes”, cuenta. Y explica que “los síntomas suelen ser similares a los de un adulto, con la diferencia de que los niños y los adolescentes tienen muchas más posibilidades de salir adelante. Por ahí no se ve tanto desgano o tristeza, pero sí ira o frustración, la frustración que les provoca la vida diaria, que a la larga te termina llevando a estar triste”.
“Considero que el tabú de consultar a un psiquiatra es cada vez menor”, dice Schmidt, por su parte. “Los medios periodísticos, el ritmo de vida actual, constituyen factores para que la gente se acerque más a pedir ayuda. La gente está cansada de sentirse mal”.
“En este momento lo más dificultoso para la población en general es acceder a los servicios de salud mental públicos, ya que están desbordados y el presupuesto para la salud mental es mínimo”, cuestionó la profesional, que sabe de lo que habla porque es parte del sistema público de Salud Mental. Pero la realidad es que “hoy vas al hospital a pedir turno para psiquiatría y tenés una demora de tres meses. Es una realidad de todo el país, no solo de nuestra ciudad”, aclara, lo que no lequita gravedad a la misma.