Diego o Juan Pablo encontró a su madre después de 30 años

Una historia triste de amor, pero con final feliz. De esas historias que se cuentan a través de películas o novelas, aunque en este caso no se trata de una ficción sino de un caso real.Los protagonistas, una madre y su hijo que fueron separados cuando el chico nació, se reencontraron después de 30 años. El lugar, el paraje Los Catutos, cerca de Zapala.Isabel Guaiquillán había quedado embarazada con apenas 15 años, a principios de 1983. Pero lo que podría haber sido una buena noticia se convirtió en una pesadilla para la adolescente, integrante de la comunidad mapuche de Quinchao. Los padres de Isabel no le perdonaron la vergüenza que habían pasado frente al pueblo y la echaron de su casa."Estaba sola sin nada y con una panza de siete meses. Unos maestros de la zona me recibieron, me dieron techo y comida", recuerda Isabel, después de 30 años, al diario Uno de Mendoza, medio que reconstruyó toda su historia.Cuando los padres se enteraron de que Isabel había sido hospedada, les pidieron a los maestros que les avisaran "cuando fuese a tener el crío, porque lo iban a regalar". "Yo era del campo, ignorante, y no me podía defender", se lamenta.Lo cierto es que, cuando nació, su hijo recibió el nombre de Juan Pablo, pero fue entregado al hospital, tal como habían advertido sus padres.En forma paralela, un matrimonio que vivía en Las Lajas se había anotado en la lista de adopciones para poder criar a un niño. El destino quiso que ese bebé que buscaban fuese Juan Pablo. Y el mismo destino terminó de separar definitivamente a la madre de su hijo. Juan Carlos Belluschi, el padre adoptivo que trabajaba como gendarme, fue trasladado a la provincia de Córdoba. Así, el pequeño Diego, como lo había bautizado su nueva familia, se fue criando un poco en cada lugar, de acuerdo con las ciudades que le asignaban a su padre.Isabel nunca se olvidó de su bebé, y siempre se preguntó qué sería de su vida, qué familia lo habría adoptado y cómo lo habrían criado.Las mismas preguntas comenzó a hacérselas Diego, a medida que fue creciendo. Sus padres siempre le contaron que él había sido adoptado y no le ocultaron nada. A él le inquietaba saber quién sería su madre, por qué lo había abandonado. "Siempre decía que cuando fuera grande lo iba a averiguar", reconoce. Y así fue. Desde Mendoza, su lugar de residencia, y con la ayuda de Lorena, su pareja, Diego comenzó a hacer averiguaciones a partir de las pocas pistas que tenían: el acta de adopción donde figuraba una tal Magdalena, que había firmado como tutora en nombre de su hija adolescente.PistasLa pareja comenzó a buscar información hasta que logró encontrar datos de Isabel Guaiquillán. Sabían que se había criado en el campo y que, por ese motivo, probablemente nunca se había ido de la zona.A través de una mujer que vivía en Zapala y de un hombre que trabajaba con la comunidad mapuche, se enteraron de que Isabel trabajaba en la posada La Escondida, en Villa Pehuenia."Siempre esperaba el llamado de mi hijo", recuerda Isabel. Finalmente, ese llamado se concretó.A partir de los datos que había obtenido Diego, tomó coraje y la llamó. "Soy Diego o Juan Pablo, como me quieras decir", relata el joven. "Mi mamá me pedía disculpas y me decía que nunca quiso regalarme, que los dos habíamos sido víctimas", asegura.Después de aquella tan esperada charla, el reencuentro era cuestión de coordinarlo. Diego fue el que tomó la iniciativa y se fue hasta Pehuenia, junto con su pareja y su pequeño hijo, Ciro. El reencuentro fue un mar de lágrimas contenidas por años, de miradas y charlas interminables.Un periodista, conmovido por la historia, reconstruyó todo lo que habían vivido y el diario Uno de Mendoza los volvió a reunir para la foto. La imagen refleja todo el amor y el cariño que se tienen Isabel y Diego.Fuente: lmneuquen.com.ar
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