
Es una de las zonas más bajas de la ciudad, y la inundación ya tapó algunas casas. Pero son muchas más las familias que resisten y cruzan los dedos para que el agua no siga avanzando. "Sabemos que no podemos hacer nada y que estamos en mano de la naturaleza", afirman resignados.
Amílcar Nani
Es un cuadrado perfecto, compuesto por unas 12 manzanas. Por fuera de ellas el mundo transcurre con normalidad. Pero en el predio que componen avenida Parque, Chalup, Buenos Aires y Caseros, la historia es otra.
Es el corazón del barrio Munilla, una de las zonas más bajas de la ciudad y una de las primeras en conocer la inclemencia de la creciente. La línea de viviendas ubicadas sobre 3 de Febrero es la más castigada, y el agua invadió por mucho lo que hasta hace unos días era un hogar.
A unos metros, como si fuera una Venecia post apocalíptica, un vecino navega en un bote a remo sobre una calle que yace bajo un metro de agua. Va con dos niñas y unos bártulos. Intenta maniobrar con los remos tratando de mantenerse por el medio, donde no hay ni árboles ni nada que pueda dañar la embarcación.
"Sabemos que no podemos hacer nada y que estamos en mano de la naturaleza", afirma Graciela a ElDía, una vecina del Munilla que vive sobre Camila Nievas. El agua tapó la calle y gran parte de la vereda, y está a 30 centímetros de la puerta de su casa. Está sentada en el porche, tomando mate con su Rodolfo, su marido. Miran el agua estancada y quieta. Agradecen que no avance hacia donde están ellos.

"Desde que cortaron el tránsito estamos más tranquilos. Las olas de los autos cuando pasan son más dañinas que la creciente. Ahora sólo tenemos que rezar para que la cosa no empeore. Mientras siga así, vamos a estar bien", relata la pareja a ElDía.
Las crocs, las alpargatas y las ojotas, calzados veraniegos por excelencia, fueron reemplazados por las botas de goma. Es la única manera que tienen los que viven en el Munilla para salir del epicentro de la inundación. Caminan lento, sabiendo lo que las olas pueden llegar a molestar.
Los únicos que rompen la armonía son un grupo de niños que juega en Borques y Goldaracena. Se salpican entre ellos, corren, disfrutan como disfrutan los chicos: sin que importe nada más y como si no hubiera un mañana.
Sobre avenida Parque, en uno de los límites de la zona afectada, hay un comercio que vende de todo, esos que se adaptan a las necesidades de la clientela del barrio. A unos 20 metros de la pared trasera, está el agua. Y el rebusque no fue, en este caso, la excepción: en la vereda tiene desplegado todo un arsenal de artículos para pesca listos para ser comprados. Cañas, anzuelos, líneas, lo que sea.

"Es que con el río en la puerta de casa, ¿qué querés que haga?", comenta Miguel, un vecino del Munilla que intenta pescar algo en la esquina de Mitre y Goldaracena. "Yo vivo acá a la vuelta, tengo todas mis cosas arriba de la cama para no perderlas si sigue subiendo el río. Sólo me queda rezar que la cosa no empeore. Yo no me voy a ningún lado porque si te vas te roban todo. Así que bueno... lo único que me queda es esperar, y ver si pesco algo".