Educación escolar y diálogo
El autor de la nota reflexiona sobre la primacía de la pregunta en la teoría y la práctica escolar con riguroso estilo filosófico. Lo que sigue constituye un importante aporte al conocimiento pedagógico.
Leonardo Sittoni
Especial para Enfoque Educativo
La teoría y la práctica de la educación pueden aprender considerablemente de la obra del filósofo alemán Hans-Georg Gadamer (1900-2002). Si bien su producción intelectual no pertenece al ámbito pedagógico, hay en su gran libro "Verdad y método" algunas ideas profundas sobre el diálogo que podrían resultar de interés para la comunidad educativa.
En primer término, es preciso destacar la primacía de la pregunta: sin ella el diálogo es inconcebible. "La pregunta va por delante", dice Gadamer, y sostiene que "una conversación que quiera llegar a explicar una cosa tiene que empezar por quebrantar esta cosa a través de una pregunta... Preguntar quiere decir abrir. La apertura de lo preguntado consiste en que no está fijada la respuesta". Si es así, la pregunta es la clave del aprendizaje y, por extensión, de la convivencia. Comúnmente, cuando algo no se entiende, o cuando dos o más no se entienden, ha faltado la apertura que se origina en el preguntar, ha faltado la pregunta misma. Lo que entonces sucede forma parte de la experiencia de todos: el malentendido y el desinterés se apropian del espacio que pudo haber pertenecido a un escucharse recíproca y productivamente. A veces ello obedece a que se escatiman la paciencia y el esfuerzo que son imprescindibles para "quebrantar una cosa".
Como la pregunta bien planteada tiene un sentido, el docente y los alumnos son urgidos a tratar de entender lo interrogado. Esto conlleva que sólo puede hablarse de una educación dialógica cuando se está dispuesto a escuchar las razones del otro sin prejuzgarlas de antemano. Y si la pregunta no está correctamente planteada porque -como dice Gadamer- "lo que se pregunta no está destacado con claridad... y no hay nada que decidir", la tarea del docente -e incluso la de los otros estudiantes- parece consistir no en anular la pregunta mal formulada o en sustituirla por otra distinta, sino en repreguntar para que el sentido surja. Aunque suene contradictorio, en un contexto escolar la pregunta sin sentido tiene sentido, y no debe pasarse de largo ante ella.
Nada se rechaza con tanta vehemencia como aquello que se muestra absurdo. La pregunta va en la dirección de encontrar un sentido y no es un privilegio del docente sino que pertenece a todo el que quiere saber. Es difícil imaginar a un ser humano que no quiera saber nada.
Resulta importante que quienes dialogan lleguen a advertir la diferencia entre saber y opinar: "Saber quiere decir siempre entrar al mismo tiempo en lo contrario. En esto consiste su superioridad sobre la opinión, en que sabe pensar las posibilidades como posibilidades". Por eso, cuando una conversación concluye en la mera expresión de las opiniones personales se deja ver que falta dar un paso más: que el alumno (y, a veces, el docente) que se manifiesta en un sentido determinado deje entrar en su horizonte de comprensión la alternativa de otra respuesta y la posibilidad de que ella sea más razonable que la propia. Precisamente, Gadamer señala con particular intensidad que "la opinión es lo que reprime el preguntar". De ahí que mostrarse contrario a transformar las aulas en el reino de los opinantes tenga un sentido profundo y plenamente justificado: está en juego la posibilidad misma del conocimiento. En efecto, si no hay saber sin pregunta, y si la opinión dominante acalla el preguntar, se interrumpe la búsqueda de la verdad cuando los que dialogan no se esfuerzan por avanzar hacia la cosa misma.
Pero se entendería mal el punto anterior si se creyera que para no reprimir el preguntar se debe reprimir el opinar (lo que, además, implicaría suprimir las diferencias de los sujetos y, así, la riqueza del diálogo). Más plausible es apelar al modelo socrático de la desorientación como condición de posibilidad de un preguntarse que va más allá de la radicación inicial en un pseudosaber. "El arte de preguntar es el arte de seguir preguntando, y esto significa que es el arte de pensar", y "el que posee este arte será el primero que busque todo lo que puede hablar a favor de una opinión". De aquí se sigue que en la conversación no se trata de silenciar la voz del interlocutor atacando su argumento, sino de examinarlo con él para encontrar "su verdadera fuerza". Es que "para llevar una conversación es necesario que los interlocutores no argumenten en paralelo".
Además, como recuerda Gadamer, en realidad no se lleva una conversación, más bien -si es un diálogo auténtico- la conversación lo lleva a uno: "Lo que saldrá de una conversación no lo puede saber nadie por anticipado". Para este maestro de la hermenéutica filosófica, "lo que sale en su verdad es el logos, que no es ni mío, ni tuyo, y que por eso rebasa tan ampliamente la opinión subjetiva de los compañeros de diálogo, que incluso el que lo conduce queda como el que no sabía".
Otro aspecto esencial es que el diálogo nunca puede considerarse terminado: el que dialoga permanece abierto a escuchar nuevas razones. Pedagógicamente significa que siempre se puede seguir aprendiendo. Por eso, un miembro de la comunidad educativa no debe creer que sobre un asunto dado ya no haya nada más que pensar ni que decir.
Y puesto que la enseñanza escolar no pretende limitarse a la transmisión de contenidos conceptuales sino que también busca educar para saber convivir y saber ser (Unesco), por encima de todo hay que recordar que "el acuerdo en la conversación no es un mero exponerse e imponer el propio punto de vista, sino una transformación hacia lo común, donde ya no se sigue siendo el que se era". Llevando esta idea al plano de la educación, lo que el diálogo logra es un cambio en la sustancia ética de las personas que se adentran en la desafiante aventura de vivir juntos. El diálogo, entonces, es la forma en que el lenguaje se realiza en la vida y es en sí mismo un valor que la escuela -tan necesitada de sentido- no puede permitirse obviar.
PERFIL DEL AUTOR
Leonardo Sittoni nació en Carlos Paz (Córdoba) en 1971. Es Profesor en Filosofía, Psicología y Pedagogía (IES Victoria Ocampo) y Licenciado en Tecnología educativa (UTN). Actualmente, enseña Filosofía en el nivel medio y tiene a su cargo diversas materias filosóficas en el nivel superior.
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