El abismo del parlamentarismo
En el marco de una gira que realizó días atrás por Italia, el ex Presidente Eduardo Duhalde visitó al prestigioso politólogo Giovanni Sartori. En un tramo de la conversación que mantuvieron, Duhalde le preguntó qué pensaba acerca de un eventual cambio de sistema político -de presidencialista a parlamentario- en los países de América Latina.
Por Lic. Patricio Giusto
OpiniónEl ex Presidente le explicó a Sartori que "en mi país hay importantes políticos y académicos que estamos hablando de cambiar el sistema presidencialista, porque cuando el presidente no funciona los países tienen que soportarlo durante cuatro años", en clara alusión al matrimonio presidencial que, cabe recordar, él mismo promovió en 2003.La respuesta de Sartori fue contundente: "Pasar al sistema parlamentario en América Latina sería desastroso". El florentino argumentó que "no es que los sistemas parlamentarios funcionan si están bien hechos, sino que éstos funcionan si estamos acostumbrados a hacerlos funcionar bien". Luego aconsejó que "cada país tiene que saber aprender a hacer funcionar el sistema que tiene".En lo personal, comparto plenamente la opinión de Sartori. Los problemas de gobernabilidad y fragilidad institucional que se observan en la Argentina y muchos países de la región no se deben a falencias del sistema presidencialista. Nuestros problemas tienen una raíz mucho más profunda, que es la decadencia cultural y la consecuente mediocridad de nuestra clase gobernante.Prueba de ello es que en países vecinos como Brasil, Chile y Uruguay el sistema presidencialista funciona muy bien y ningún político ni académico de renombre hoy plantea la necesidad de su reemplazo. La clave está, como dice sabiamente Sartori, en reforzar y mejorar lo que hemos ido consolidando a lo largo de nuestra historia. Eso es justamente lo que han hecho dichos países.Por el contrario, en nuestro caso permitimos que el presidencialismo se desvirtúe al punto que se ha convertido en una suerte de monarquía donde el Poder Ejecutivo tiene poderes extraordinarios y maneja discrecionalmente una fenomenal caja con recursos que les pertenecen a las provincias, mediante los cuales coopta a gobernadores, intendentes, legisladores, jueces, periodistas y favorece a los empresarios amigos.La culpa de haber llegado a esta penosa situación no la tiene el sistema presidencialista, sino los hombres que lo encarnan y la ciudadanía que los elige. Pero así funciona cualquier democracia. Cuando la mayoría se equivoca, la sociedad en su conjunto sufre las consecuencias y hay que esperar a la próxima elección para enmendar el error. Considerar, como Duhalde, que esa cuestión se salda pasando al parlamentarismo es una visión superficial y despreocupada de las consecuencias negativas que ese cambio podría acarrear.En primer lugar, si bajo las actuales circunstancias cambiamos de sistema, el Congreso podría convertirse en un espectáculo mucho más repugnante que el actual. Teniendo en cuenta que hoy se negocian votos de apoyo o rechazo a leyes como si fuesen vulgares mercancías, ¿cuánto podría llegar a cotizarse en nuestro país el voto de censura o de confianza para que el Primer Ministro abandone o continúe el poder?Por otro lado, más allá de la eventual pérdida de apoyo popular y los resultados electorales, en Argentina la suerte del Primer Ministro -al igual que hoy la del Presidente- seguirá dependiendo en gran parte del ánimo de quienes comanden el aparato clientelar que, como en el caso de Duhalde, ya hemos constatado que puede ser muy cambiante.Otro aspecto a considerar es que en nuestro país no hay cultura de debate y de consenso, que es la esencia del parlamentarismo. Sería bueno incorporar esa sana costumbre para revitalizar a nuestro desfalleciente Poder Legislativo, pero no para cambiar de sistema.Este año el desempeño del Congreso fue paupérrimo. La agenda legislativa estuvo ampliamente dominada por el Poder Ejecutivo y sólo se aprobaron 85 leyes. Para colmo, en esa acotada agenda quedaron afuera los temas centrales que preocupan a la sociedad, como la pobreza, la crisis de inseguridad y el desarrollo productivo. ¿Qué parlamentarismo puede sustentarse sobre este Congreso?.Está claro que cambiar de régimen no es la solución a nuestro problema y, si así lo fuese, no estamos preparados para pasar al parlamentarismo. Lo ideal sería evitar ese absurdo e innecesario salto al abismo y trabajar entre todos para reconstruir el sistema que hoy tenemos.
Por Lic. Patricio Giusto
OpiniónEl ex Presidente le explicó a Sartori que "en mi país hay importantes políticos y académicos que estamos hablando de cambiar el sistema presidencialista, porque cuando el presidente no funciona los países tienen que soportarlo durante cuatro años", en clara alusión al matrimonio presidencial que, cabe recordar, él mismo promovió en 2003.La respuesta de Sartori fue contundente: "Pasar al sistema parlamentario en América Latina sería desastroso". El florentino argumentó que "no es que los sistemas parlamentarios funcionan si están bien hechos, sino que éstos funcionan si estamos acostumbrados a hacerlos funcionar bien". Luego aconsejó que "cada país tiene que saber aprender a hacer funcionar el sistema que tiene".En lo personal, comparto plenamente la opinión de Sartori. Los problemas de gobernabilidad y fragilidad institucional que se observan en la Argentina y muchos países de la región no se deben a falencias del sistema presidencialista. Nuestros problemas tienen una raíz mucho más profunda, que es la decadencia cultural y la consecuente mediocridad de nuestra clase gobernante.Prueba de ello es que en países vecinos como Brasil, Chile y Uruguay el sistema presidencialista funciona muy bien y ningún político ni académico de renombre hoy plantea la necesidad de su reemplazo. La clave está, como dice sabiamente Sartori, en reforzar y mejorar lo que hemos ido consolidando a lo largo de nuestra historia. Eso es justamente lo que han hecho dichos países.Por el contrario, en nuestro caso permitimos que el presidencialismo se desvirtúe al punto que se ha convertido en una suerte de monarquía donde el Poder Ejecutivo tiene poderes extraordinarios y maneja discrecionalmente una fenomenal caja con recursos que les pertenecen a las provincias, mediante los cuales coopta a gobernadores, intendentes, legisladores, jueces, periodistas y favorece a los empresarios amigos.La culpa de haber llegado a esta penosa situación no la tiene el sistema presidencialista, sino los hombres que lo encarnan y la ciudadanía que los elige. Pero así funciona cualquier democracia. Cuando la mayoría se equivoca, la sociedad en su conjunto sufre las consecuencias y hay que esperar a la próxima elección para enmendar el error. Considerar, como Duhalde, que esa cuestión se salda pasando al parlamentarismo es una visión superficial y despreocupada de las consecuencias negativas que ese cambio podría acarrear.En primer lugar, si bajo las actuales circunstancias cambiamos de sistema, el Congreso podría convertirse en un espectáculo mucho más repugnante que el actual. Teniendo en cuenta que hoy se negocian votos de apoyo o rechazo a leyes como si fuesen vulgares mercancías, ¿cuánto podría llegar a cotizarse en nuestro país el voto de censura o de confianza para que el Primer Ministro abandone o continúe el poder?Por otro lado, más allá de la eventual pérdida de apoyo popular y los resultados electorales, en Argentina la suerte del Primer Ministro -al igual que hoy la del Presidente- seguirá dependiendo en gran parte del ánimo de quienes comanden el aparato clientelar que, como en el caso de Duhalde, ya hemos constatado que puede ser muy cambiante.Otro aspecto a considerar es que en nuestro país no hay cultura de debate y de consenso, que es la esencia del parlamentarismo. Sería bueno incorporar esa sana costumbre para revitalizar a nuestro desfalleciente Poder Legislativo, pero no para cambiar de sistema.Este año el desempeño del Congreso fue paupérrimo. La agenda legislativa estuvo ampliamente dominada por el Poder Ejecutivo y sólo se aprobaron 85 leyes. Para colmo, en esa acotada agenda quedaron afuera los temas centrales que preocupan a la sociedad, como la pobreza, la crisis de inseguridad y el desarrollo productivo. ¿Qué parlamentarismo puede sustentarse sobre este Congreso?.Está claro que cambiar de régimen no es la solución a nuestro problema y, si así lo fuese, no estamos preparados para pasar al parlamentarismo. Lo ideal sería evitar ese absurdo e innecesario salto al abismo y trabajar entre todos para reconstruir el sistema que hoy tenemos.
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