El caballo argentino y el Zorzal Criollo, una historia rioplatense en común
El turf nació unido al tango. Casi se puede decir que fueron paridos juntos. La historia del tango señala su nacimiento arrabalero a mediados del siglo XIX entre los conventillos y el puerto, y sólo pocos años después se inauguró el hipódromo de Palermo. Juntos nacieron y crecieron, con tangueros escribiéndoles a las carreras y jockeys y pura sangre dándoles alegrías a grandes estrellas del tango.Carlos Gardel e Irineo Leguisamo, inseparables amigos, son la imagen más representativa de esta hermandad. Gardel tuvo varios caballos de carrera y siempre buscaba que se los montara El Pulpo, con su pericia legendaria. A su vez, el Zorzal Criollo cantó varios tangos al turf y uno, Leguisamo solo , especialmente dedicado a su amigo. Y es justamente Carlitos quien hoy vuelve a estas páginas, y lo hace de la mano de un caballo del que se dice que "es Gardel". Claro, es Invasor del que se habla, el caballo del momento, el que ganó la Breeders Cup, el que fue galardonado como el mejor del mundo.
Pero ¿qué es lo que tienen en común el Zorzal Criollo y el pura sangre que fue premiado en los Estados Unidos? Lo que ambos comparten es su crianza rioplatense, y se dice así porque justamente sus vidas transcurrieron entre las dos orillas del ancho río.
Gardel, si se le da crédito a lo que dice el museo de Tacuarembó, nació en aquella localidad uruguaya a fines del siglo XIX para luego trasladarse al barrio del Abasto, en Buenos Aires. Aquí fue donde conoció la gloria y donde grabó esos tangos inolvidables.
Invasor nació en el haras Clausán, en tierra bonaerense, y fue vendido al año de vida a unos propietarios uruguayos. Fue en Montevideo donde tejió su carrera a la fama ganando todas las competencias en las que se presentó, incluyendo la Triple Corona.
La cosa no queda ahí porque también coinciden en que sus trayectorias siguieron en el exterior. Gardel viajó a los Estados Unidos para filmar varias películas, una de las cuales dejó esa imagen inmortal de Carlitos en la cubierta de un barco entonando el tango "Volver". Invasor también llegó a tierra norteamericana y allí ganó cada clásico en el que fue presentado, tocando la cima cuando se impuso en el Classic. Ese triunfo fue el que terminó de hacer rendir a sus pies a todo el turf de aquel país, que lo galardonó con el Eclipse.
Como se dijo, el turf y el tango siempre estuvieron hermanados, con tanta poesía tanguera dedicada a las carreras y tanto gran caballo que dio alegrías a los poetas burreros. Hoy, el gran Invasor, cuya historia se asemeja a la del inolvidable Carlos Gardel, está tranquilo en su stud, saboreando las mieles del éxito y esperando que algún guapo se anime a escribirle un tango.
Por José Maestre
De la Redacción de LA NACION
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