EL RELATO DEL HORROR
El infierno de las drogas en primera persona: Un grupo de madres pide desesperadamente que las ayuden

Sus relatos son estremecedores; sus historias, el reflejo de lo que padecen muchísimas familias de la ciudad. La droga en las escuelas, el consumo problemático y sus consecuencias; el prejuicio de buena parte de la sociedad que, lejos de tenderles una mano, las apunta, las culpa. Y, sobre todo, el cuestionamiento a la ley que, actualmente, les impide internar a sus hijos.
Luciano Peralta Este domingo los argentinos volvemos a elegir al próximo Presidente. Esto, a pesar de los muchos problemas del país, no deja de ser una muy buena noticia. La joven y maltratada democracia argentina continúa fortaleciéndose en el mayor período histórico sin interrupciones militares, sin golpes de Estado. Lo que, a la luz de los sucesos que se multiplican a lo largo y a lo ancho del continente, y que tienen, como el emblemático caso chileno, a los tanques de guerra como protagonistas, es una realidad que debemos cuidar. Pero no podemos quedarnos con eso. La democracia que abrazamos en el '83, esa con la que "se come, se cura y se educa" hoy es apenas un anhelo del pasado, una esperanza agonizante y hecha flacos por gobiernos incapaces, cómplices o declaradamente promotores de las políticas que, en nombre de la libertad y el progreso, no hicieron más que ensanchar la brecha -hoy abismal- entre las grandes mayorías, cada vez más empobrecidas, y las minorías que, desde que el país es país, se beneficiaron haciendo negocios con el Estado o directamente siendo parte de la estructura del mismo. ¿Las consecuencias? Más de 30 % de la población debajo la línea de pobreza, un sistema de salud público colapsado y escuelas que son el mejor ejemplo de la creciente desigualdad: los que pueden, migran del sistema público al privado, aunque la inmensa mayoría no tiene esa opción. Pero, en este marco, que de auspicioso no tiene nada, existe un problema todavía más grave que la muerte lenta del hambre y la de las colas de los hospitales: la droga. La droga mata, y no es un slogan. Y, aunque no todo es lo mismo -de hecho, la gestión que termina hoy se atrevió a eliminar el Ministerio de Salud, con lo que ello implica-, en esto me animo, sin temor a caer en generalizaciones burdas, a afirmar que la Argentina no ha tenido jamás una política de Estado que atienda el flagelo de las adicciones.
"Mi hijo iba al club y hacía doble turno en el colegio. Pero lo paradójico es que conoció la droga en la escuela, en la ENET. Y, para que se entienda que no todo es lo mismo: el chico que lo convidó, probó y salió; mi hijo no pudo". La que habla es Carina, y si bien su hijo logró recuperarse -lleva 1 años y medio sin consumo-, ella tiene claro que fue gracias a la internación que hizo en Concepción del Uruguay, en la asociación civil Del Prado. La droga en la escuela no es producto de la imaginación de una madre desesperada. Es una realidad. Una triste y preocupante realidad. "Antes si fumaban porro sentíamos el olor, pero con la cocaína es muy difícil", contó, en una ocasión, una autoridad escolar, recuerda una de las madres. "Aspiraba cocaína hasta adentro del aula, en los asientos de bien atrás", relata sobre su hija, otra, con la frialdad de quien ha sufrido demasiado. "Mi hijo tiene 15 años y lo he buscado por Gualeguaychú entero. Salía para ir a la escuela, pero no iba, no volvía y no comía. Hasta la moto nos robó para consumir", comparte Marta. Y, enseguida, identifica el momento que se desató el calvario: "Él empezó a consumir cuando arrancó la escuela secundaria". De las seis, Carina es la que más hace hincapié en las limitaciones terapéuticas que hoy encuentran. "Nosotras tenemos toda la responsabilidad y la buena disposición para ocuparnos de nuestros hijos, pero hay un problema: no nos dejan. ¿Por qué? Porque hace diez años se aprobó una nueva ley de Salud Mental, la 26.657. Nuestros hijos y nuestras familias son una especia de conejito de india para la experimentación de esta ley, que sostiene, supuestamente en defensa de los derechos del paciente, que toda persona mayor de edad decide si hace un tratamiento o no. Y que el adicto tiene que tener la voluntad y la convicción para ser internado". "El proceso de atención debe realizarse preferentemente fuera del ámbito de internación hospitalario", sostiene el Artículo 9 de la norma aprobada por el Congreso de la Nación en 2010, y en una frase, en apenas 13 palabras, sintetiza la "traba jurídica" a la que apuntan las madres. "El adicto, por ahí, ahora se quiere curar e internar, pero dentro de dos minutos su postura es totalmente diferente. Para ciertos casos, no para todos, las comunidades terapéuticas sirven y son necesarias", refuerza Carina. "Mi hijo pudo, o está pudiendo, y si bien es una cuestión de voluntad, la voluntad la pueden tener cuando están desintoxicados, cuando empiezan a ser esa persona que eran antes de la enfermedad", insiste la madre de dos jóvenes con problemas de adicciones antes de hablar de su hija (28), un caso mucho más grave: tiene dos hijos, y la bebé, que próximamente cumplirá un año, "nació con consumo, positiva en cocaína al nacer, con un distrés respiratorio, producido por el consumo prenatal". Consumo responsable Con los ojos cargados de lágrimas, Paola toma la palabra: "Sabemos que, más allá de la buena predisposición que tienen en el Salud Mental del Hospital Centenario, que es el lugar de referencia para internación, el que hace el abordaje inicial, esto no alcanza". "Mi hija hizo todo: tratamiento ambulatorio, narcóticos anónimos, casa-grupo, grupo-casa. Pasó por el Hogar de Cristo y por todos los lugares que en algún momento nos dieron esperanzas. Pero el consumo siempre pudo más. Antes de que su hijo cumpla los dos años, se fue, él quedó conmigo, y ella desapareció por seis días. Estuvo en la calle, drogándose", relata. "La encontramos en las peores condiciones, en un rancho, sucia y con la misma ropa con la que se había ido una semana antes. La saqué de ahí con la orden de un psiquiatra y la llevamos al hospital. Al otro día, cuando había aceptado la internación, en Salud Mental le dijeron que no era necesario que se interne, que tenía la posibilidad de hacer un tratamiento ambulatorio", recuerda. Y hace una grave denuncia: "cuando ella le dijo al psiquiatra que se quería internar, él le contestó: '¿sabés que lo que quiere tu mamá es secuestrarte en un centro privado?, tu derecho es estar libre en la sociedad y tener un consumo responsable; si vos podes manejarlo, no es necesario que te internes'", relata Paola. Horas más tarde, y por voluntad propia, la joven de 21 años finalmente decidió internarse. Viajaron a Concepción del Uruguay y ese mismo día fue el primero, de 90, que permaneció en tratamiento en el centro "Aprender a Vivir". "Fueron tres meses maravillosos, ese equipo hermoso me devolvió a mi hija por tres meses. Hasta que la Justicia de Concepción del Uruguay la citó para decirle que ella tenía derecho a tener un tratamiento ambulatorio. Y desde ese día todo volvió a ser lo mismo de siempre", recuerda Paola, ya quebrada en llanto. El Artículo 14 de la Ley de Salud Mental sostiene que "la internación es considerada como un recurso terapéutico de carácter restrictivo, y sólo puede llevarse a cabo cuando aporte mayores beneficios terapéuticos que el resto de las intervenciones realizables en su entorno familiar, comunitario o social". Pero el divorcio con las "soluciones urgentes" de estas madres es claro: "En el hospital pueden estar hasta 15 días, en el caso que vengan de un estados psicótico o de una intoxicación, y luego se deben insertar socialmente, algo que no ocurre, porque salen y todo vuelve a ser lo mismo", coinciden. "Yo vivo en un barrio donde venden droga" Claudia es madre soltera y, desgraciadamente, debió criar a sus hijos en una de las zonas de mayor tráfico de la ciudad. "Yo vivo en un barrio donde venden droga, y están los de siempre, esos que se hacen los amigos para meter a los más chicos en eso. Y vos sos la última que te enterás. Un día estaba en casa y se me acerca una vecina muy compungida, pidiéndome perdón por lo que me tenía que decir. Mi hijo le había robado para consumir. En ese momento cambió todo". Hace una pausa para reponerse, pero se vuelve a quebrar. Después de un rato, retoma la palabra: "Estaba atrás suyo noche y día. Terminás viviendo una vida horrible, te golpean la puerta y no sabés para qué, empezás a pasar por cualquier tipo de situación, que vengan y te digan que a mi hijo lo van a matar, que lo voy a encontrar tirado en una zanja", cuenta Claudia, con el último suspiro. Ella soportó de todo en su casa, como dos allanamientos por los robos de su hijo. Hasta que en una oportunidad su cara quedó registrada en una cámara de seguridad y no tuvo más opción que, a los 15 años, internarse. Su destino también fue Concepción del Uruguay, como en todos los otros casos. "Llegó piel y hueso, en ese momento vendía hasta lo que no tenía para consumir. Ahora está allá hace un año y cuatro meses. Hoy es otra persona, tiene media alta y sigue con el tratamiento", relata. Y, antes de pasar la palabra, hace suyo el sentimiento de muchas familias: "Lo triste de todo esto es que los que se mueren o a los que matan son nuestros hijos, pero a los que venden no les hacen nada. Todos sabemos quiénes son los que venden, y nunca pasa nada". "La droga es más fuerte que el amor por sus hijos" Al igual que Carina, Susana tiene dos hijos mayores de edad con problemas de adicción. "Mi hijo más chico (22) estuvo doce meses internado y obtuvo el alta. Él decidió internarse hace dos años, cuando lo encontré, después de tres días desaparecido, debajo de un árbol en el medio del campo, muy lejos de todo. Estaba con mi hija (24), los dos muy sucios, flaquitos, en vez de cinto tenía un cordón en la cintura", relata Susana. Y recuerda la misma película que el resto: "Yo lo veía que me robaba. Él salía con la bordeadora, por ejemplo, y me decía que se la habían pedido prestada, pero yo sabía que no iba a volver más. Me llevaba platos, vasos, ladrillos...la ropa la vendió toda". Hoy, su hijo lleva un año sin consumir. Eso la hace feliz, lógico, pero la situación de su hija, la mayor, es muy crítica. Aunque comenzó a drogarse a los 15, su mamá se enteró recién dos años después. "Para mí era la mejor hija, me ayudaba en casa, me cebaba mates, yo estaba totalmente negada, la enfermedad te vuelve negadora de lo que pasa frente a tus ojos". "La llevé muchas veces al hospital con sobredosis, estaba una semana y la largaban a la calle. Donde ella volvía a recaer. Cuando cumplió 17 se fue de casa, a pesar que siempre me opuse. Su pareja le empezó a pegar, le llegó a cortar un dedo y a patearle la panza estando embarazada. La prostituía con sus amigos para conseguir droga", cuenta Susana en un hilo de voz. Hoy, su yerno está preso y sus tres nietos -de 9, 5 y 3 años- viven con ella. "Mi hija ahora vive en Urdinarrain, hablamos todos los días. Está muy mal y sufre mucho, a los nene no los ve, la droga es más fuerte que, incluso, el amor por sus hijos". "Me quiero internar" - ¿Usted dónde cree que voy a ir a la noche, cuando salga del hospital de día? - A tu casa, a estar con tu familia - No, voy a ir a drogarme. Porque estoy mal y me conozco. Me quiero internar El diálogo fue reconstruido por María Elena, y tiene a su hijo y al médico de Salud Mental como protagonistas. A pesar de la demanda del joven, que en ese momento tenía 17 años, la orden de internación no fue firmada hasta dos meses más tarde. Actualmente, lleva seis meses en Del Prado, donde cumplió la mayoría de edad. "Mi hijo tuvo cinco entrevistas en el hospital, en todas lo incentivaron para que haga hospital de día. Hasta que les dijo que si no le firmaban la orden de internación se mataba", contó María Elena, quien si bien es consciente que "puede tener una recaída", trasmite la tranquilidad de ver "bien, mucho mejor" a su hijo. Hoy, internado.
Es hora de hacerse cargo: la droga mata Gualeguaychú no es una isla. Tiene los mismos problemas que todas las ciudades del país con características similares. El consumo de drogas y sus consecuencias, tanto para los adictos, sus familias y el resto de la sociedad, es el problema de salud pública más urgente que existe en la actualidad. ¿Se hacen cosa al respecto? Si, muchas. Algunas -pocas- desde el Estado y otras desde ONGs, iglesias, etc. ¿Alcanza? No, para nada. Los jóvenes se mueren -o terminan matando a un inocente, como el caso de Lucas Bentancourt-, y si no se mueren, se enferman para siempre, terminan presos, internados o suicidados. Sus familias, enfermas. Igual o más que ellos. Cada una de estas palabras están avaladas por María Elena, por Carina, Paola, Marta, Claudia, por Mirtha y muchísimas madres que perdieron a sus hijos. Los perdieron en las garras de las drogas, de ese infierno que sólo conocen quienes lo padecen o alguna vez lo padecieron. Pero ellas no se resignan (¿alguien puede resignarse al sufrimiento de un hijo?). Desbordadas, solas, desesperadas, comenzaron a intercambiar teléfonos hace poco menos de dos meses. Salvo un caso concreto, no se conocían, viven en diferentes zonas de la ciudad y lo único que comparten es la necesidad de ayudar a sus hijos e hijas. En una entrevista con ElDía, seis integrantes del grupo contaron el padecimiento en que las drogas convirtieron sus días. Sin eufemismos, ni medias tintas, con la crudeza del dolor de madre, relataron algunas de las situaciones por las que han pasado; pidieron ayuda y, principalmente, cuestionaron el paradigma de la nueva Ley de Salud Mental, "divorciada -dicen- de la realidad que vive el adicto y su familia". Droga en la escuela y la Ley de Salud Mental Las consecuencias del uso problemático de drogas -alcohol, pastillas, cocaína y cascarilla, entre las más consumidas y nocivas- son peores que las que muchos imaginan: la pérdida absoluta de la dignidad, robos a vecinos y a la misma familia; prostitución, mayormente de mujeres; embarazos irresponsables y bebés nacidos con cuadros de salud críticos. Pero a estos extremos no se llega de un día para el otro. ¿Cómo empezó todo? "Mi hijo iba al club y hacía doble turno en el colegio. Pero lo paradójico es que conoció la droga en la escuela, en la ENET. Y, para que se entienda que no todo es lo mismo: el chico que lo convidó, probó y salió; mi hijo no pudo". La que habla es Carina, y si bien su hijo logró recuperarse -lleva 1 años y medio sin consumo-, ella tiene claro que fue gracias a la internación que hizo en Concepción del Uruguay, en la asociación civil Del Prado. La droga en la escuela no es producto de la imaginación de una madre desesperada. Es una realidad. Una triste y preocupante realidad. "Antes si fumaban porro sentíamos el olor, pero con la cocaína es muy difícil", contó, en una ocasión, una autoridad escolar, recuerda una de las madres. "Aspiraba cocaína hasta adentro del aula, en los asientos de bien atrás", relata sobre su hija, otra, con la frialdad de quien ha sufrido demasiado. "Mi hijo tiene 15 años y lo he buscado por Gualeguaychú entero. Salía para ir a la escuela, pero no iba, no volvía y no comía. Hasta la moto nos robó para consumir", comparte Marta. Y, enseguida, identifica el momento que se desató el calvario: "Él empezó a consumir cuando arrancó la escuela secundaria". De las seis, Carina es la que más hace hincapié en las limitaciones terapéuticas que hoy encuentran. "Nosotras tenemos toda la responsabilidad y la buena disposición para ocuparnos de nuestros hijos, pero hay un problema: no nos dejan. ¿Por qué? Porque hace diez años se aprobó una nueva ley de Salud Mental, la 26.657. Nuestros hijos y nuestras familias son una especia de conejito de india para la experimentación de esta ley, que sostiene, supuestamente en defensa de los derechos del paciente, que toda persona mayor de edad decide si hace un tratamiento o no. Y que el adicto tiene que tener la voluntad y la convicción para ser internado". "El proceso de atención debe realizarse preferentemente fuera del ámbito de internación hospitalario", sostiene el Artículo 9 de la norma aprobada por el Congreso de la Nación en 2010, y en una frase, en apenas 13 palabras, sintetiza la "traba jurídica" a la que apuntan las madres. "El adicto, por ahí, ahora se quiere curar e internar, pero dentro de dos minutos su postura es totalmente diferente. Para ciertos casos, no para todos, las comunidades terapéuticas sirven y son necesarias", refuerza Carina. "Mi hijo pudo, o está pudiendo, y si bien es una cuestión de voluntad, la voluntad la pueden tener cuando están desintoxicados, cuando empiezan a ser esa persona que eran antes de la enfermedad", insiste la madre de dos jóvenes con problemas de adicciones antes de hablar de su hija (28), un caso mucho más grave: tiene dos hijos, y la bebé, que próximamente cumplirá un año, "nació con consumo, positiva en cocaína al nacer, con un distrés respiratorio, producido por el consumo prenatal". Consumo responsable Con los ojos cargados de lágrimas, Paola toma la palabra: "Sabemos que, más allá de la buena predisposición que tienen en el Salud Mental del Hospital Centenario, que es el lugar de referencia para internación, el que hace el abordaje inicial, esto no alcanza". "Mi hija hizo todo: tratamiento ambulatorio, narcóticos anónimos, casa-grupo, grupo-casa. Pasó por el Hogar de Cristo y por todos los lugares que en algún momento nos dieron esperanzas. Pero el consumo siempre pudo más. Antes de que su hijo cumpla los dos años, se fue, él quedó conmigo, y ella desapareció por seis días. Estuvo en la calle, drogándose", relata. "La encontramos en las peores condiciones, en un rancho, sucia y con la misma ropa con la que se había ido una semana antes. La saqué de ahí con la orden de un psiquiatra y la llevamos al hospital. Al otro día, cuando había aceptado la internación, en Salud Mental le dijeron que no era necesario que se interne, que tenía la posibilidad de hacer un tratamiento ambulatorio", recuerda. Y hace una grave denuncia: "cuando ella le dijo al psiquiatra que se quería internar, él le contestó: '¿sabés que lo que quiere tu mamá es secuestrarte en un centro privado?, tu derecho es estar libre en la sociedad y tener un consumo responsable; si vos podes manejarlo, no es necesario que te internes'", relata Paola. Horas más tarde, y por voluntad propia, la joven de 21 años finalmente decidió internarse. Viajaron a Concepción del Uruguay y ese mismo día fue el primero, de 90, que permaneció en tratamiento en el centro "Aprender a Vivir". "Fueron tres meses maravillosos, ese equipo hermoso me devolvió a mi hija por tres meses. Hasta que la Justicia de Concepción del Uruguay la citó para decirle que ella tenía derecho a tener un tratamiento ambulatorio. Y desde ese día todo volvió a ser lo mismo de siempre", recuerda Paola, ya quebrada en llanto. El Artículo 14 de la Ley de Salud Mental sostiene que "la internación es considerada como un recurso terapéutico de carácter restrictivo, y sólo puede llevarse a cabo cuando aporte mayores beneficios terapéuticos que el resto de las intervenciones realizables en su entorno familiar, comunitario o social". Pero el divorcio con las "soluciones urgentes" de estas madres es claro: "En el hospital pueden estar hasta 15 días, en el caso que vengan de un estados psicótico o de una intoxicación, y luego se deben insertar socialmente, algo que no ocurre, porque salen y todo vuelve a ser lo mismo", coinciden. "Yo vivo en un barrio donde venden droga" Claudia es madre soltera y, desgraciadamente, debió criar a sus hijos en una de las zonas de mayor tráfico de la ciudad. "Yo vivo en un barrio donde venden droga, y están los de siempre, esos que se hacen los amigos para meter a los más chicos en eso. Y vos sos la última que te enterás. Un día estaba en casa y se me acerca una vecina muy compungida, pidiéndome perdón por lo que me tenía que decir. Mi hijo le había robado para consumir. En ese momento cambió todo". Hace una pausa para reponerse, pero se vuelve a quebrar. Después de un rato, retoma la palabra: "Estaba atrás suyo noche y día. Terminás viviendo una vida horrible, te golpean la puerta y no sabés para qué, empezás a pasar por cualquier tipo de situación, que vengan y te digan que a mi hijo lo van a matar, que lo voy a encontrar tirado en una zanja", cuenta Claudia, con el último suspiro. Ella soportó de todo en su casa, como dos allanamientos por los robos de su hijo. Hasta que en una oportunidad su cara quedó registrada en una cámara de seguridad y no tuvo más opción que, a los 15 años, internarse. Su destino también fue Concepción del Uruguay, como en todos los otros casos. "Llegó piel y hueso, en ese momento vendía hasta lo que no tenía para consumir. Ahora está allá hace un año y cuatro meses. Hoy es otra persona, tiene media alta y sigue con el tratamiento", relata. Y, antes de pasar la palabra, hace suyo el sentimiento de muchas familias: "Lo triste de todo esto es que los que se mueren o a los que matan son nuestros hijos, pero a los que venden no les hacen nada. Todos sabemos quiénes son los que venden, y nunca pasa nada". "La droga es más fuerte que el amor por sus hijos" Al igual que Carina, Susana tiene dos hijos mayores de edad con problemas de adicción. "Mi hijo más chico (22) estuvo doce meses internado y obtuvo el alta. Él decidió internarse hace dos años, cuando lo encontré, después de tres días desaparecido, debajo de un árbol en el medio del campo, muy lejos de todo. Estaba con mi hija (24), los dos muy sucios, flaquitos, en vez de cinto tenía un cordón en la cintura", relata Susana. Y recuerda la misma película que el resto: "Yo lo veía que me robaba. Él salía con la bordeadora, por ejemplo, y me decía que se la habían pedido prestada, pero yo sabía que no iba a volver más. Me llevaba platos, vasos, ladrillos...la ropa la vendió toda". Hoy, su hijo lleva un año sin consumir. Eso la hace feliz, lógico, pero la situación de su hija, la mayor, es muy crítica. Aunque comenzó a drogarse a los 15, su mamá se enteró recién dos años después. "Para mí era la mejor hija, me ayudaba en casa, me cebaba mates, yo estaba totalmente negada, la enfermedad te vuelve negadora de lo que pasa frente a tus ojos". "La llevé muchas veces al hospital con sobredosis, estaba una semana y la largaban a la calle. Donde ella volvía a recaer. Cuando cumplió 17 se fue de casa, a pesar que siempre me opuse. Su pareja le empezó a pegar, le llegó a cortar un dedo y a patearle la panza estando embarazada. La prostituía con sus amigos para conseguir droga", cuenta Susana en un hilo de voz. Hoy, su yerno está preso y sus tres nietos -de 9, 5 y 3 años- viven con ella. "Mi hija ahora vive en Urdinarrain, hablamos todos los días. Está muy mal y sufre mucho, a los nene no los ve, la droga es más fuerte que, incluso, el amor por sus hijos". "Me quiero internar" - ¿Usted dónde cree que voy a ir a la noche, cuando salga del hospital de día? - A tu casa, a estar con tu familia - No, voy a ir a drogarme. Porque estoy mal y me conozco. Me quiero internar El diálogo fue reconstruido por María Elena, y tiene a su hijo y al médico de Salud Mental como protagonistas. A pesar de la demanda del joven, que en ese momento tenía 17 años, la orden de internación no fue firmada hasta dos meses más tarde. Actualmente, lleva seis meses en Del Prado, donde cumplió la mayoría de edad. "Mi hijo tuvo cinco entrevistas en el hospital, en todas lo incentivaron para que haga hospital de día. Hasta que les dijo que si no le firmaban la orden de internación se mataba", contó María Elena, quien si bien es consciente que "puede tener una recaída", trasmite la tranquilidad de ver "bien, mucho mejor" a su hijo. Hoy, internado.
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