POR JORGE BARROETAVEÑA
El oficialismo no tiene plan y la oposición sólo se mira el ombligo
La década de Néstor Kirchner se cerraba. El 2008 había marcado un antes y un después por el conflicto con el campo. Y una figura, casi desconocida, le doblaba el brazo al kirchnerismo en la Provincia de Buenos Aires. Ese señor, que hoy sólo se dedica a cuestiones empresariales, se llama Francisco de Narváez. Ayudado por el imitador del programa de Tinelli, inmortalizó cuatro palabritas. "Yo tengo un plan", repetía el candidato. "Yo tengo un 'flan', le contestaba el imitador.
Por Jorge Barroetaveña En trío con Mauricio Macri y Felipe Solá, raramente, De Narváez le ganó a todo el aparato estatal en la estratégica e inexpugnable Buenos Aires. Al día siguiente, Kirchner se hizo cargo de la derrota, dijo que revisarían los errores cometidos y renunció a la presidencia del partido. Tanto asimiló el golpe que, dos años después Cristina sería reelecta con más del 50% de los votos y una oposición insólitamente dividida. Si bien la historia no se repite calcada, siempre tiene puntos en común. Aquella reacción del ex presidente después de una derrota, comparada con la del actual Alberto Fernández. Ilusionado con el silencio de Cristina, contenta por el sobreseimiento en Hotesur y Los Sauces, intenta capear el temporal económico que mueve hasta las raíces de los árboles. Con la inflación que no cede, reservas en baja, riesgo país por las nubes y la sospecha instalada de un nuevo default, en rigor, hace lo que puede. Trata de decirle a cada uno lo que quiere escuchar, algo en lo que es especialista, y al mismo tiempo emprolijar la gestión. Su no uso de la lapicera terminó por eyectar del gobierno a Débora Georgi, a quién nunca quiso como segunda de Feletti. Demasiado tiene que soportar con el economista al frente de la Secretaría de Comercio para encima tener que bancar a su segunda. Kulfas, en 52 días de cargo, jamás la recibió. Estaba cantado que Georgi tendría que irse. Pero, ¿para qué la nombraron? En un área tan sensible como Comercio, con los precios desbocados, es evidente que las idas y vueltas tampoco ayudan a tener el panorama claro. ¿Hay un plan? Es la pregunta que siempre sobrevoló el actual experimento de los Fernández. Nunca lo hubo y es probable que tampoco lo haya en los dos años que le quedan. Paradójicamente, los puntos salientes de lo que sería ‘un plan’, es un eventual acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. ¿Raro no? Para un entendimiento el organismo exige el cumplimiento de metas, y el avance sobre puntos centrales de la política económica. ¿Reforma laboral? ¿Reforma impositiva? ¿Reforma jubilatoria? Para el kirchnerismo son todos temas tabú, pero forman parte de la receta que el Fondo le vende a los países a los que les presta. Hasta ahora, la ‘única’ condición que ha puesto el gobierno para negociar es que el ajuste no afecte el crecimiento. “Crecer para pagar”, es el slogan. En su segundo famoso ‘documento’, de la semana pasada, la Vicepresidenta recordó, por si alguien no lo tenía presente, que ‘la lapicera la tiene el Presidente’. ¿Qué quiso decir exactamente? Libre interpretación como todo lo que rodea al gobierno. Los cortesanos del Senado leyeron que toda la responsabilidad está en manos del Presidente y él deberá asumir los costos de un mal acuerdo. Los cortesanos de Olivos leyeron un apoyo rotundo a las negociaciones. “Cristina se corrió y le dejó las manos libres”, evalúan en cercanías del despacho presidencial. Parece haber madurado de todas maneras, cierto consenso sobre la necesidad inexorable de un acuerdo. Fernández sigue despotricando para la tribuna y su frente interno, pidiendo una ‘autocrítica’ del organismo sobre porqué le prestaron tanta plata a Macri. Es gritar en el desierto porque sabe que no le van a contestar nada. Las agujas del reloj marchan implacables mientras la situación de la macroeconomía empeora cada vez más. El jueves el dato salió a la luz pero no tuvo mayor impacto: los ahorristas se llevaron 400 millones de dólares de los bancos en pocos días. Después de lo que pasó en 2001, se aprendió y no habrá colapso ni la plata corre riesgo, pero la señal no es buena y se suma a otras. La política y especialmente la oposición tampoco envía buenas señales. Tanto que una movida de la Fundación Mediterránea fue la comidilla de las últimas horas. Contrataron a Carlos Melconián, para que arme un plan económico para presentarle a los próximos candidatos presidenciales. Los industriales tampoco le tienen mucha fe a los dirigentes y optaron por reflotar una estrategia similar a la que terminó con Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía. La oposición luce por ahora más enfrascada en sus disputas de poder internas que en otra cosa. Bailan arriba del Titanic porque la sociedad no les dio un cheque en blanco. Los usó para castigar a un gobierno falto de respuestas, confuso y vengativo. Mucho ego suelto que tapa el bosque. Lo único que los salva es que no son gobierno.
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