POR JORGE BARROETAVEÑA
El reloj corre: en política no se puede tener contentos a todos
El peronismo no conoce de experiencias de liderazgos bifrontes. Allá por los '70 cuando la izquierda se atrevió a cuestionar a Perón todos sabemos cómo terminó la historia. Hoy, Argentina no es los '70, y el conflicto se dirimirá en el campo de la política. Pero el conflicto está. Cómo se resolverá es la cuestión.
Por Jorge Barroetaveña En los tiempos en los que Néstor Kirchner reconstruyó la figura presidencial, era impensable que algún aliado cuestionara sus decisiones. Más tarde, con Cristina consolidada en la Presidencia, nadie se atrevía a levantar la voz para algún cuestionamiento. El que lo hacía era eyectado de ese mundo. Más lejos en el tiempo, Menem peleó en su presidencia con el duhaldismo pero algunos límites nunca fueron traspuestos. A 10 meses de haber asumido, el Presidente recibe tantos cuestionamientos de la oposición, algo normal, como de los propios integrantes de la coalición. Acá está el tema. La decisión del gobierno de condenar las violaciones a los derechos humanos en Venezuela provocó una catarata de cuestionamientos de figuras públicas del kirchnerismo. El colmo fue dejar trascender que el Presidente podría llamarlo a Maduro poco menos que para pedirle disculpas por el voto argentino. La versión corrió fuerte durante todo el día hasta que alguien con sentido común se encargó de desmentirla. "Cristina y Cuba están detrás", arriesgó D'Elía, una especie de vocero sin cartera de los ultras "K". A esas voces se sumaron Alicia Castro que pomposamente renunció a una embajada que nunca tuvo (dijo que Alberto la llamó y le pidió que reviera su dimisión) y Hebe de Bonafini que le pidió disculpas a los venezolanos en nombre de no se sabe quién. Durante todo el día el Presidente fue sometido a la zaranda pública por sus aliados, menoscabando su autoridad. En el medio quedó el Canciller Solá, objeto habitual de crítica que, como es habitual, optó por no contestar nada. Hay un solo límite que el kirchnerismo no ha cruzado aún: Cristina y su palabra. La vice riega su silencio con esmero. Deja que hablen en su nombre y no los corta. Discute por teléfono con el Presidente, y allana los cuestionamientos. Pero en el Senado hace los deberes (los de ella y los del gobierno) y en política económica, apoyó la negociación por la deuda y ahora con el FMI. Después no duda en apuntarle a medio gabinete, y s queja de la falta de gestión. De la tibieza 'rosada' a la hora de encarar algunos temas, el de la justicia entre ellos, o lo de Venezuela. Sin embargo hay una línea que todavía no cruzó. Es que al paso político genial que dio el año pasado al convocar a Alberto para que la devolviera al gobierno le falta lo más importante: gestionar. Demostrar que esa alianza heterogénea que los llevó al poder está en condiciones de hacer un buen gobierno. Por eso para algunos el problema no es económico sino político. Suena raro con el país hecho pedazos, caer en la política. Cuando el Presidente armó el gobierno lo hizo a partir de los acuerdos internos. Muchos ministerios fueron 'loteados' entre las distintas fuerzas políticas y buena parte de los organismos del estado quedaron en manos del kirchnerismo. Sólo la historia tendrá el veredicto final de si Alberto no supo o no quiso o no pudo. Pero esta conformación ha condicionado su gobierno. Cristina en el fondo lo debe saber bien, por eso sus cuestionamientos al gabinete son injustos. Ella misma contribuyó a eso. El resultado es un gobierno anodino, con pocos reflejos, que va y viene en sus decisiones. Encima lo agarró la pandemia con su secuela sanitaria y económica. Tiene además pocas caras visibles. Aunque esto quizás sea más responsabilidad del Presidente que se tiene alta estima como comunicador. Ningún gobierno debe cargar todo sobre las espaldas de su líder. Otra diferencia. Alberto no es Cristina a la hora de comunicar, mal que le pese a los albertistas. En la madeja que se convirtió la gestión del pos kirchnerismo, hay alguien que está, lentamente, marcando diferencias. Lo hizo con la seguridad y esta semana dio un paso más cuando habló de educación y la reapertura de las escuelas. Sergio Massa debe sentir que lo que le tocó a la hora de llegar al gobierno, fue poco en comparación a lo que aportó para la victoria del peronismo. Es que Massa fue el catalizador para que sectores del peronismo que estaban enojados con Cristina y siempre fueron refractarios a La Cámpora, se sumaran. Sabe además que, una porción de su propio electorado, terminó por apoyar la dupla del Frente de Todos porque estaba él. Sobre todo en la Provincia de Buenos Aires. Sutilmente, ha empezado a marcar diferencias. Esta semana fue categórico y pidió por la vuelta a clases de los últimos años de los niveles primario y secundario. Antes se había mostrado partidario de las pistolas Táser. En Diputados hace equilibrio para demorar la reforma judicial y conservar su relación con Máximo. Y al Presidente le reclama en off más firmeza en algunas decisiones. Es que ya no hay tiempo para más dilaciones. Hay que demostrar que la hoja de ruta está y es la correcta. Las agujas corren y, en política, no hay peor cosa que la indecisión y pensar que, todo el tiempo, se puede mantener a todos contentos.
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