EDITORIAL
El rostro como fuente de información personal
Se ha creído siempre que la cara y la expresión facial definen nuestra especificidad e individualidad. Actualmente los modernos sistemas de seguridad han instalado la práctica del "reconocimiento facial".
El refrán “la cara, reflejo del alma” sugiere la posibilidad de inferir los rasgos de la personalidad de alguien a través de sus signos faciales. Así, las personas hablan de una cara “honesta” o de facciones “agradables”, “delicadas” o “engañosas”. Los delincuentes saben desde hace mucho tiempo que pueden pasar desapercibidos alterando sus facciones, ya sea utilizando una peluca, una barba o unos lentes. En la China anterior a Confucio, hace unos 2.500 años, la lectura del rostro era una profesión. En la misma época, Pitágoras inició en la Grecia clásica el estudió de la fisiognomía y se cree que elegía a sus discípulos basándose en sus rasgos faciales. Por otra parte, el filósofo Aristóteles (350 a.C.) se atrevió a inferir nociones morales a partir del perfil de una cara. “Los hombres de frente pequeña –escribió- son inconstantes, pero si su frente es redondeada o protruyente, entonces tienen un carácter vivo. Las cejas rectas indican suavidad y buena disposición, mientras que las cejas curvadas hacia las sienes indican humor y disimulo. La mirada fija indica descaro y el parpadeo, indecisión. Las orejas grandes y prominentes sugieren tendencia a la conversación irrelevante o cháchara”. Por su parte el inglés William Shakespeare, en Macbeth (1606), consignó: “Tu cara, mi reina, es como un libro en el que los hombres pueden leer cuestiones extrañas”. Los expertos en comunicación no verbal recuerdan que la mayoría de las veces escogemos un tipo de rostro según la circunstancia social. No es igual la cara que “ponemos” cuando estamos solos en casa que cuando estamos con nuestra pareja, en el trabajo, o en un bar. Por ejemplo, todo el mundo intenta no reírse en un velatorio o cuando un amigo cuenta una experiencia dolorosa. Se diría, por tanto, que escondemos y mostramos sentimientos de acuerdo a la circunstancia. El afán innato de adaptación nos lleva a educar nuestra expresividad, moldear nuestro rostro social. El semblante muestra el grado de diplomacia de cada quien. Poner la cara adecuada facilita la buena convivencia, pero no siempre conviene maquillar los sentimientos. “El rostro es un curriculum vitae”, asevera Rose Rosetree, autora del libro “Leer el rostro”. En tanto que Teresa Baró, experta en comunicación no verbal, da a entender que a partir de los 40 años tenemos el rostro que nos merecemos. “Los expertos en morfopsicología afirman que sobre la base de la herencia genética, hemos ido moldeando una fisonomía, reflejo de nuestra forma de ser, de las actitudes que predominan en nuestra vida y de los sentimientos frecuentes”, explica. El punto es que al mirar un rostro recabamos mucha información: el estado de ánimo de esa persona, su actitud, sus intenciones y sus emociones. Según el catedrático de Psiquiatría Enrique Rojas, la personalidad asoma en la cara: “En el rostro reside la esencia de la persona”. En los últimos años el “reconocimiento facial” se ha convertido en un área de investigación activa que abarca diversas disciplinas. Involucra tanto a investigadores del área de informática como a neurocientíficos y psicólogos. Se utiliza principalmente en sistemas de seguridad, aunque este uso es criticado porque vulneraría derechos personalísimos.
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