Alberto Américo Saffre
El único “luthier-arpista” del país es gualeguaychuense

Es músico, luthier y docente en escuelas y profesorados de la ciudad, pero además tiene un talento particular: es la única persona a lo largo y ancho de Argentina que sabe cómo reparar un arpa clásica y a la vez tocar este complejo instrumento.
En el mundo de lo clásico perdura un instrumento tan histórico como fascinante: el arpa. A lo largo del tiempo, Entre Ríos ha sido de las pocas provincias cuyos conservatorios han formado a músicos arpistas. Uno de ellos es al día de hoy el único luthier de este instrumento en la Argentina, y con certeza el único que además es arpista: el gualeguaychuense Alberto Américo Saffre.
Activo docente en las escuelas y profesorados de la ciudad, Américo se ha dedicado no sólo a la enseñanza de la música, sino también a la compleja y costosa labor de reparar arpas clásicas, en algunos casos restaurando por completo piezas que son únicas en su tipo y están cargadas de historia.

Américo creció en una familia de clase trabajadora donde la música religiosa estaba presente. En algún momento de su juventud, despertó un gran interés por el arpa paraguaya primero, y por la clásica después, llevándolo a anotarse en el Conservatorio de Concepción del Uruguay dado que era de los pocos que ofrecía la posibilidad de estudiar este instrumento. “Muchos en mi familia pensaban que era una pérdida de tiempo”, contó y destacó el apoyo fundamental que tuvo de quien sería su profesora y mentora, Elena Carfi: “Lo que más recuerdo es que fue una persona que apostaba muchísimo por sus alumnos y la confianza o apoyo que uno no tuvo en la familia con ella lo tenía. Siempre dije que fue la revancha que me dio la vida”.
Carfi no sólo le enseñó con gran dedicación, sino que también lo ayudó a conseguir su primer arpa y sus primeros clientes, dado que por aquellos años Américo comenzaba a incursionar en la luthería de la mano de un chileno y un gualeguaychuense dedicados a este oficio en nuestra ciudad. Gracias a eso pudo costear sus estudios y hacer una gran experiencia. “El grueso de arpistas en el país lo manejaba ella entonces me daba algunos trabajos. A mí me servía. Hubo un momento en que estaba viajando semana de por medio o una vez al mes en traffic a Buenos Aires a hacer ‘service de arpa’ o para traer y llevar otros instrumentos”, señaló.

Conseguir un arpa no es nada fácil. Américo todavía recuerda cuando en sus comienzos vio un arpa que le gustaba, y tras hacer las cuentas descubrió que para poder comprarla tendría que trabajar durante 80 años con su sueldo de aquel entonces sin gastar un solo peso.
Tampoco es sencillo aprender a tocarla: “Necesitás por lo menos cinco años para estar tocando medianamente bien. Cinco años donde vas a tener un plazo de no menos de ocho horas diarias de estudio”, afirmó el músico, quien compartía esas largas prácticas con sus compañeros de conservatorio. “Nos llevábamos tan bien que nos hacíamos el aguante. Íbamos a la sala donde estaban las arpas, tomábamos mate, charlábamos, nos escuchábamos, veíamos si estábamos haciendo las cosas bien o no”, comentó.
Una de sus colegas, también discípula de Carfi, fue Cecilia Rodríguez, arpista del Teatro Colón, quien en su momento le vendió un arpa. “Era una chiquita, una Erat (no confundir con Erard), cuyo fabricante lo había conocido a Beethoven”, mencionó. Y agregó a modo de anécdota que “más que con el prestigio, el arpa venía con un desgaste tremendo. Tenía tantos problemas que la desarmé entera”.
Esa es otra de las complicaciones que presentan las arpas clásicas: no hay demasiadas en el país y las que cada tanto aparecen en el mercado a menudo han pasado por muchas manos y están deterioradas. Esto vuelve el trabajo de Américo una odisea que lo que ha llevado en más de una ocasión a viajar cientos de kilómetros en busca de un arpa para luego abocarse al desafío de restaurarla. Para esto último, construyó un taller dentro de su casa y fue haciéndose con las maderas y materiales exactos para utilizar. “Cada instrumento te trae mucha información porque ha pasado por un montón de manos”, comentó.

Entre desarmadas, parcialmente reparadas y funcionando, el luthier tiene cuatro arpas que, hasta donde se sabe, son las únicas que hay en Gualeguaychú. Una de ellas fue fabricada en 1880; se trata de un modelo italiano que imita el estilo francés de las arpas Erard y es única en el país.
Las arpas Erard son toda una insignia, ya que llevan la marca de quien dio origen al instrumento. “El que inventa el arpa de orquesta, que le pone pedales para tener bemol y sostenido en la misma nota, se llamaba Sebastián Érard. Él inventa este modelo que arrasa con todos los otros instrumentos que habían pretendido entrar a la orquesta”. Este francés, que vivió entre 1752 y 1831, también fue un reconocido fabricante de pianos y muchos de estos llegaron a la Argentina entre 1880 y 1900, aproximadamente.
Partiendo de este dato, Américo se las ingenió en sus comienzos para restaurar a la perfección más de un pieza: “Yo buscaba pianos Erard que estuvieran destruidos porque a mí lo que me interesaba era la madera para usarla en las arpas antiguas, utilizando el mismo pegamento. Cambiaba una tapa y el arpa no cambiaba su sonido o este era casi el mismo. Utilizaba la misma madera, con la diferencia de que antes la habían puesto en un piano, y yo la reformaba y la ponía en un arpa”, contó.
Aunque en el mundo se siguen fabricando arpas, en Argentina –y otros países- se encontraron en apogeo durante el siglo XIX. “Antiguamente a las mujeres no las dejaban estudiar. Entonces, si un padre tenía dinero, su hija tocaba el piano; y si tenía mucho, tenía que tocar el arpa. Era un signo de estatus; el surgimiento del arpa de pedales es en pleno movimiento del Romanticismo y el instrumento toma una impronta total. El foco a nivel cultural lo tenía Francia”, aseguró.

De esta manera, el trabajo de “luthier-arpista” combina investigación histórica, amplio conocimiento del instrumento, oído musical, paciencia y una cuidadosa mano para la labor artesanal. Actualmente, Américo se encuentra tomando un descanso de su trabajo de luthería, pero su conocida buena disposición, su pasión por lo que hace y la excepcionalidad de ser único en todo el país difícilmente le permitan dejar que este fascinante instrumento caiga en el olvido.
Acerca del arpa
El arpa es un instrumento de cuerda pulsada formado por un marco resonante y una serie variable de cuerdas tensadas entre la sección inferior y la superior. Este instrumento tiene sus orígenes en Egipto y Grecia, cuyas civilizaciones fueron las primeras en teorizar la armonización musical y desarrollaron las técnicas para construir instrumentos cordófonos. El sonido se obtiene al tocar las cuerdas con los dedos.
Las arpas se conocen desde la Antigüedad en Asia, África y Europa; se remontan al menos al año 3500 a.C. El instrumento alcanzó gran popularidad en Europa durante la Edad Media y el Renacimiento, donde se evolucionó dando lugar a una amplia gama de variantes. Se extendió llegando a las colonias europeas, particularmente en América Latina.
Mientras que algunos miembros antiguos de la familia del arpa se extinguieron en Oriente Próximo y Asia meridional, hay descendientes de las arpas tempranas que todavía se tocan en Birmania y en África subsahariana, mientras que otras variantes difundidas en Europa y Asia han sido recuperadas por músicos en la era moderna.
El arpa clásica (sobre la que se centra esta nota) es usada actualmente en las orquestas y conservatorios de Argentina y el mundo, mientras que su versión celta, andina, llanera y paraguaya aparece ligada a la música típica de países como Irlanda, Paraguay, Perú, Venezuela, México, Alemania y Colombia.