
Cada tanto el dólar sobrevuela nuestra vida hasta posarse sobre nosotros y dominarnos. Es apenas un papel verde. Pero a él nos sometemos.
Mario Alarcón MuñizPor estos días y desde hace no menos de dos meses, de manera creciente el dólar interfiere todo tipo de actividad. Nos envuelve. Es tema preponderante. Sucede que padecemos de dólardependencia. No se requiere importar, exportar o viajar al exterior. En cualquier circunstancia se aparece entre nosotros y nos arrastra. Aunque jamás hayamos visto uno, él está. No hace falta tocarlo. Y puede aparecer detrás de cada cosa que nos rodea. Además guarda relación con todo: desde un campo o un auto hasta un paquete de yerba.En ciertos momentos su presencia agobia. En otros parece alejarse. Pero aún dormido, él está. Y cuando se reactiva -como en este tiempo- motiva alzas de precios, maniobras, especulaciones, mentiras, trampas. Es decir lo peor. Además de dar lugar al consabido macaneo político. Pensar en dólares"Los argentinos piensan en dólares", opinó el miércoles el jefe de gabinete, Abal Medina, en su primer informe personal al Congreso. (La Constitución -art.101-, obliga al jefe de gabinete a concurrir al Parlamento "por lo menos una vez al mes", pero Abal Medina no lo había hecho hasta ahora y ningún opositor se lo había reclamado: falla a dos puntas).La expresión del funcionario es correcta. Le faltó decir que pensamos en dólares porque la moneda argentina no ofrece seguridad. En cualquier momento, por debilidad, se dispara."Es un problema cultural", abundó el ministro y se equivocó. Es un problema de política económica y su derivación monetaria. Su persistencia en el tiempo y sus fluctuaciones, delatan la incapacidad de los dirigentes. La reiteración por períodos sin que nadie le encuentre solución, motiva que la gente busque proteger sus ahorros como mejor le parece. Y confía en la moneda norteamericana, según sucede desde hace por lo menos 40 años. ÑangapichangaAllá por 1975 (Isabelita en el poder) apareció de pronto el célebre ministro Rodrigo con la calculadora en la mano y produjo una devaluación del 150 %. Chau peso. Adiós ahorros (el que los tenía, claro).Al año siguiente llegó Martínez de Hoz haciendo la venia e inventó "la tablita", un programa de devaluaciones preanunciadas destinado a los empresarios, no al pueblo. No sirvió de nada. El peso siguió perdiendo valor, aumentó el dólar, la inflación continuó, la producción industrial cayó el 25 % y creció la desocupación. Como si eso fuera poco, varios bancos quebraron y muchísimos ahorristas tentados por las altas tasas de interés que esos bancos no pudieron pagar, perecieron en el naufragio.Tras Martínez de Hoz, en 1981 llegó Lorenzo Sigaut con una advertencia histórica: "el que apueste al dólar perderá". Y perdieron todos los que no apostaron al dólar.El "uno a uno" (convertibilidad) de Menem y Cavallo terminó en el "corralito" de 2001 del mismo Cavallo, esta vez con De la Rúa. Pesos y dólares, todos encerrados. El cuadro se completó con las cuasimonedas, de triste memoria.Llegado su turno, Duhalde aportó lo suyo: "El que depositó dólares, recibirá dólares". Son muchos los que están esperando, diez años después.Coronó la serie el vicepresidente del Banco Central, Miguel Pesce, en octubre pasado, cuando inmediatamente después de las elecciones comenzaron a insinuarse los problemas monetarios que hoy nos preocupan: "Comprar dólares es un mal negocio", vaticinó el funcionario muy suelto de cuerpo. Siete meses después el dólar vale casi el doble. Causas y efectosLa cuestión no es simple. Presenta variadas alternativas y entrecruzamientos. Pero queda claro que el "problema cultural" es de Abal Medina, no de la gente. Un tropiezo tras otro, una serie de pronósticos equivocados y falsos anuncios, sumados a los sobresaltos económicos, provocan desconfianza y desembocan de manera irremediable en el dólar.El gobierno quiere actuar pero no ataca las causas: apunta a los efectos. Entonces no adopta medidas económicas, sino policiales. Restringe, vigila, persigue, castiga. El olfato de los perros cazadólares puede más que la capacidad de los funcionarios. En esa línea terminaremos mal. No por los perros, sino por los funcionarios.En diez años se han ido del país 70.000 millones de dólares, en alta proporción capitales argentinos que buscan seguridad y previsibilidad en otros lugares del mundo. En el mismo período, sólo por pagos de intereses y utilidades, la salida ha sido de 25.000 millones de dólares. No hubo perros que los detuvieran.Estos datos, sintetizados, de dos consultoras de prestigio, revelan que el enemigo público no es el turista que lleva algunos billetes. El centro del problema está en otro lado. Y mientras no se acierte con las soluciones de fondo que movilicen la economía y la fortalezcan, seguiremos mirando el vuelo de los papeles verdes. Y empobreciéndonos.