En el atardecer de la vida
La ancianidad es una etapa de la vida a la que no siempre se llega bien, y la cual puede no ser justamente valorada. Hay lugares del mundo en los que se tiene en cuenta a los mayores ponderando su experiencia, y se los vincula con la sabiduría. Por monseñor Jorge Eduardo Lozano (*) Otras sociedades, en cambio, inmersas en una vorágine materialista y consumista, miden a las personas por discapacidades productivas. Así, los ancianos son poco tenidos en cuenta, y llegan a formar parte de los excluidos de la sociedad.Todos conocemos abuelos jóvenes. ¡Qué sería de tantas familias y niños sin ellos! Algunos conjugan obligaciones laborales con horarios importantes de cuidado de los nietos. He visto unas cuántas situaciones en que los abuelos se hacen cargo de la educación de los nietos, llevándolos a la escuela, hablando con los docentes, ayudando con las tareas educativas. También acompañan en la catequesis, enseñan a rezar, a vivir en los valores familiares y sociales.Es cierto que andan más despacio, o tal vez sea mejor decir que menos apurados. Les gusta detenerse a conversar. Si en el barrio hay buenas relaciones de vecindad son cordiales en los saludos y algunos son muy valorados por su trayectoria.Algunas familias enfrentan con angustia el dilema de las decisiones acerca de la salud o el lugar de vivienda. Las casas son pequeñas, y cuando hace falta que el adulto mayor tenga cuidados de enfermería más permanentes, no se cuenta con lugar en casa para agregar una persona más, o no hay recursos económicos suficientes. Surgen las ideas y los sentimientos encontrados y los conflictos ante las decisiones de acudir a un lugar de vivienda particular, un hogar de ancianos.Desde que era seminarista, antes de la ordenación sacerdotal, me ha tocado visitar unos cuántos de estos hogares. Los he visto muy buenos, con calidez en el personal que trabaja a su cuidado, con buen clima de convivencia. Y esto tanto en los más caros, como en otros sencillos y humildes. La alegría de la vida no depende de lo caro de la cuota, sino de la visita de la familia y de las actividades que se propongan.A la hora de decidir, hay que pensar en qué es lo mejor para el anciano, dentro de las opciones posibles, y dialogar en familia acerca de las alternativas diversas y sus consecuencias.Pero también he visto lugares que son un espanto. Descuido en la limpieza, malos tratos, abandono de la familia, desidia en los controles de los organismos pertinentes. Hace un tiempo una persona que se dedica a visitar un geriátrico desde la Parroquia me pedía: "¡Padre, diga algo! Es una vergüenza".Muchas veces pasan semanas o meses y hay quienes no son visitados por sus hijos o nietos. Sobreviven con amargura sin mucha noción del paso del tiempo. Les pasan los achaques de los años transcurridos, algunas enfermedades o dolencias que se les han instalado, y soledades prolongadas.No son respetados en su derecho a una ancianidad digna. Son sobrantes y descartables, y se los somete a una especie de eutanasia en cuotas.Qué distinto es cuando logran formar parte de centros de jubilados, grupos de tercera edad, coros musicales o talleres de teatro. Son importantes también las salidas y los paseos.Hoy se conmemora en la Iglesia la fiesta de Santa Ana y San Joaquín, papás de la Virgen María y abuelos de Jesús. Por eso se celebra el día de los abuelos.San Juan de la Cruz escribió: "En el atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor". Si sos ya mayor de edad, andá haciendo memoria de tus actos de amor dando gracias a Dios, y pidiendo perdón por situaciones de egoísmo o falta de atención hacia los demás. Si sos un poco más joven, fijate en los más grandes, para que vivan con la alegría que se merecen.¡Que todos los abuelos tengan un hermoso día! (*) Obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
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