Enclave local donde adentrarse al pasado aborigen de la zona

Restos fósiles de animales prehistóricos, pero sobre todo las huellas de la presencia de los antepasados aborígenes. La experiencia antropológica que vivieron alumnos del ISPED en el sitio que atesora la investigación de Manuel Almeida. Marcelo Lorenzo Para entender la historia natural y humana de Gualeguaychú, y su zona de influencia, hay un sitio obligado: el museo arqueológico "Manuel Almeida", donde abundan piezas que testifican la existencia de culturas humanas pretéritas.Este diario acompañó a los alumnos de 1° año de la Tecnicatura en Niñez, Adolescencia y Familia del Instituto Superior de Perfeccionamiento y Especialización Docente (ISPED) en una visita al lugar, que tuvo como cometido pedagógico saber también en qué consiste la labor de un arqueólogo.La explicación didáctica realizada por Raúl Almeida tiene un valor adicional, toda vez que se trata de alguien que estuvo cerca y hoy continúa la labor iniciada por su padre, un pionero en la investigación antropológica lugareña.Este museo de la ciudad -al que concurren periódicamente estudiantes de todos los niveles educativos- guarda el legado de 40 años de investigación del profesor Manuel Almeida en el terreno.La novedad es que un grupo de académicos de la Universidad de la Plata, a su vez científicos del Conicet, dedicados a la antropología arqueológica, están trabajando desde hace un tiempo sobre la información que posee el enclave.Esta gente está asombrada de la labor del profesor gualeguaychuense, del rigor y la disciplina metodológica que empleó para la confección de una base de datos que aún resta clasificar.Quizá no sea una exageración decir que antes de Almeida parecía que todo empezó con los conquistadores, como si la historia local hubiese comenzado con su llegada.Gracias a la obstinación de una persona sin credenciales académicas (era un arqueólogo autodidacta), pero con gran coraje para enfrentar los estereotipos intelectuales establecidos, se corrió el velo que mantenía en el olvido a los primeros pobladores de estas tierras.La figura de Almeida está asociada, así, a la reivindicación de los indígenas de la zona, sobre todo a la del pueblo chaná, el cual ocupó gran parte de este espacio geográfico. PERIPLO INTELECTUAL Cuenta Raúl Almeida que su padre empezó como naturalista, amante de la biología y del ecosistema de la zona, para acabar como arqueólogo e intérprete de la cultura aborigen."Al principio, en sus andanzas por el río Gualeguaychú, empezó a encontrar huesos, es decir se topó con los restos fósiles de animales prehistóricos, que se extinguieron hace millones de años", relató.El estudio de los seres vivos, a partir de los restos de animales y de plantas, ocupa a los paleontólogos. Y en el museo se hallan, justamente, testimonios de la evolución geológica y biológica del sur entrerriano.En la zona de Ceibas, por ejemplo, se encontraron vértebras de una ballena. ¿Cómo es posible aquí la presencia de fósiles marinos? La razón es que la parte alta de esa región, así como Ñandubaysal, fueron costa del mar."La barranca marina, hace aproximadamente 12 mil años, ingresó sobre el continente y luego, hace alrededor de 5 mil años se retiró", contó Almeida.En el museo, además, está el caparazón de una tortuga terrestre, cuya extinción se produjo hace un millón de años. Fue hallado partido en 278 piezas en una barranca en el Arroyo El Cura.Por otro lado, se exhiben huesos y muelas de mastodontes y gliptodontes, pertenecientes a la era Cuaternaria o Antropozoica.En sus expediciones al río, después de la gran creciente del '59, Almeida hizo un descubrimiento que iba a producir un giro en su trabajo intelectual: encontró pedazos de cerámica.Es decir, se topó con elementos materiales producidos por humanos. "Fue entonces que se empezó a interesar por quiénes habían sido esos primeros habitantes", refirió su hijo.Fue el encuentro entre el investigador y el aborigen de esta zona, el chaná, cuya imagen de tipo humano simple, de escaso desarrollo cultural, empezó entonces a revisarse.Esto a partir de que se supo sobre el dominio que tenía de la fabricación de cerámica. De aquí viene el título de "ribereños plásticos" adjudicado luego a este pueblo originario.En el museo Almeida, así, se pueden observar las expresiones del arte chaná, como distintos tipos de asas y vasijas grabadas con figuras y formas de animales como loros, lechuzas, patos y cabezas de serpientes. CÓMO ERAN Hurgador metódico de los antiguos asentamientos humanos, el profesor Almeida pudo a través de los restos materiales documentar la existencia y el perfil cultural de "los vencidos", como solía decir.Hoy sabemos, así, que los pueblos originarios de esta zona llevaban una vida seminómade, como cazadores y recolectores. Permanecían un tiempo en el lugar hasta que los recursos disminuían y luego se trasladaban algunos kilómetros a otro espacio.Los asentamientos donde vivían eran levantados en las proximidades de los ríos, arroyos y lagunas. Su entorno ecológico eran los humedales, vírgenes en épocas pretéritas, y por tanto abundantes en fauna y flora.Los chaná se alimentaban de la caza de ciervos, carpinchos, vizcachas, de las aves y de sus huevos; de la recolección de plantas (chañar, palmera y vainas de algarrobas); y del río pescaban armados, sábalos, bagres y surubíes.Se trasladaban en canoas, que construían de un solo tronco, gracias a las cuales viajaban grandes distancias, lo cual les permitía el intercambio de bienes con otros grupos humanos.Las investigaciones etnográficas demuestran que en el siglo XVI, cuando se produce la llegada del español, existían en esta región litoral tres grupos étnicos diferenciados: los chanás, los guaraníes y los charrúas.Los charrúas, de personalidad belicosa, se encontraban en lo que hoy es la República Oriental del Uruguay, aunque solían cruzar para este lado, siguiendo su concepto del espacio geográfico como algo sin límites, según explicó Raúl Almeida.El pacífico chaná, en cambio, era un grupo humano más propenso a quedarse en un lugar. El guaraní, en tanto, fue una raza muy hábil para la navegación y el trueque, y de ahí que se los haya catalogado como los "fenicios" del río Uruguay.Un rasgo característico de estos pueblos originarios -como es el caso del chaná- era su proximidad y dependencia con el ecosistema, lo que alimentó en ellos una concepción sacra de la naturaleza, que era vista como una fuerza divina. UN FIN TRÁGICO Estos pueblos fueron vencidos por los nuevos amos que arribaron a estas tierras en el siglo XVI. El hombre blanco no sólo ejerció sobre ellos violencia física, con el objeto de someterlos, sino también simbólica, borrando su cultura.Raúl Almeida contó que su padre, que debió interesarse de los archivos españoles, dio con una célula del rey de España donde éste se horroriza de cómo sus compatriotas trataban a los nativos de esta zona."Los indios disparaban al monte y los españoles salían a buscarlos, para lo cual usaban perros grandes, tipo mastines. Cuando los agarraban los dividían: los jóvenes por un lado y las mujeres para los cuarteles de los soldados. Pero a los niños y a los viejos los carneaban para darle de comer a los perros", explicó Almeida.Muchos indígenas, privados de sus familias, y ante un horizonte de sometimiento, morían de tristeza o se suicidaban. "Pero seguramente mucha sangre chaná esté presente entre nosotros, porque muchos se fueron perdiendo como peones de estancia, o se fueron mestizando con otros grupos humanos", relató por último.
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