Enrique y Amalia: 61 años detrás del mostrador

En la esquina de Camila Nievas y Concordia, zona portuaria de la ciudad, se encuentra uno de los almacenes más antiguo de la ciudad, que desde hace 61 años es atendido por sus propietarios, Enrique Bajaroff y su esposa Amalia Kesselman. Fabián Miró Ambos son hijos de inmigrantes corridos por una Europa que se desangraba después de la primera guerra mundial y en las puertas de una segunda. Bajaroff y Kesselman los apellidos paternos, Serbrinsky y Straiber los maternos. Unos de Kiev, hoy Ucrania, y otros de la antigua Rusia.Llegaron desde Basavilbaso a mediados de la década del cincuenta. Primero lo hizo Enrique, quien se inició en el mundo del comercio. "Compré el local con la promesa de que su ex propietario me iba acompañar unos días, hasta que le tomara la mano al oficio, pero se fue y me tuve que hacer a los golpes, desde el primer día, el 5 de noviembre de 1955", recordó Enrique. Un año después se casó con Amalia. Y con ternura confiesa: "es el amor de mi vida, la que ha me ha acompañado en las buenas y en las malas", dice mientras abraza con fuerzas a su compañera desde hace 60 años.Contó que la conoció en un casamiento al que fue "colado" y "me encontré con esta sorpresa", reveló con una sonrisa dibujada en el rostro.Después llegó el tiempo del noviazgo en épocas muy diferentes a los actuales. "Yo vivía en el campo y ella en Basavilbaso, así que a lomo de caballo iba a verla y regresaba a las dos de la mañana a mi casa", contó. Aclaró que si bien había autos en aquellos tiempos, "el presupuesto no daba para comprar uno".Se casaron en el año 1956 y desde entonces trabajan en su almacén, que durante un tiempo prolongado supo ser de ramos generales, con el despacho de bebidas, venta de kerosén, y diferentes artículos.Lo hacen con el mismo amor de siempre, y por insistencia de sus hijos, no abren los domingos.La rutina se repite desde hace seis décadas. Abren temprano, atienden a la clientela. Luego, la clásica siesta, y después de las cinco, nuevamente al pié del mostrador, hasta entrada la tardecita. LOS INICIOSAmalia recuerda que durante varios años la calle era de tierra, hasta que llegó el asfalto, en una vecindad que "no ha cambiado demasiado".Vendían kerosén a los vecinos que lo tenían como uno de los principales insumos para combatir el frío. En aquella época era el combustible de los pobres. "Teníamos un tambor afuera y vendíamos lo que la gente nos pedía".En cuanto a la leche, se comercializaba en botellas que distribuía "un señor de apellido Del Valle, que repartía en un carro todos los días", lejos de lo que hoy es un sachet o una caja larga vida. Por su parte, el pan "llegaba en bolsas de harina y vendíamos lo que nos pedía la gente, no como ahora, que está envasado en bolsitas de medio o un kilo".La mayoría de la mercadería se comercializaba al menudeo. "Cuarto de kilo, medio kilo, rara vez un kilo", cuenta y agrega que "mucha gente pedía dos o tres pesos de yerba, lo mismo con el azúcar, la harina y otras mercaderías que envolvíamos en papel". Enrique acota que el "tomate al natural lo tenían en latas grandes y el vecino venía al negocio con una tacita para llevar lo que necesitaba". La harina y el azúcar, por ejemplo, llegaban en bolsas de 50 kilos.Una de las mayores ventas pasaba por el rubro bebidas, particularmente el vino, que se comercializaba suelto, por litro y en damajuanas. Se trabajaba mucho con barriles de 100 litros que venían con su respectiva canilla. "La gente de la bodega venía dos veces a la semana con diez cajones, mientras que un barril duraba siete días", recuerda el almacenero. TE ACORDÁS, HERMANO...Vino Semillón, Arizu, Toro, Crespi, Galardón, eran las marcas que vendían, algunas de las cuales siguen en el mercado, mientras que entre las bebidas blancas se destacaban: Caña La Palanca, Globo, Ombú y Ginebra Llave.Los cigarrillos más vendidos eran Liston, Particulares, Colorado, Jockey, además de tabaco HP para armar y las hojillas correspondientes.Entre sus clientes figuraban las familias Bulay, Caballero, Álvarez, Sittner, Arévalo y Aranda, que compraron durante años en el almacén y ramos generales.Llegaron a tener entre 20 y 30 libretas de vecinos que pagaban semanalmente, quincenalmente o mensualmente, acorde a sus ingresos. "Todos muy buenos, pero en algunos casos el poncho no aparecía", destaca pícaramente Enrique. Y Amalia acota: "la gente de antes era más pagadora que la de ahora".Ambos coincidieron en que los precios no variaban tanto y que "era más sencillo mantenerlos, mientras que ahora cambian muy rápido y hay que afilar el lápiz", aseguraron. ANÉCDOTARIOEn tiempos en que el Frigorífico era la principal industria de Gualeguaychú, para los Bajaroff era normal que un operario que iba a laburar en horas de la madrugada golpeara la ventana del dormitorio que daba a la calle para comprar una botella de caña, vino o cigarrillos. "Me levantaba y los atendía" recordó Enrique.Vivir en la zona portuaria tiene sus riesgos en casos de inundaciones. Sufrieron tres crecientes importantes, "pero la más dura fue la del '78, año en el que el agua ingresó al almacén poco más de un metro y perdimos mucha mercadería. Pero con esfuerzo nos recuperamos y acá estamos", expresó Enrique.En seis décadas de trabajo los Bajaroff sufrieron un asalto con características violentas. "Hace de esto siete años. Estábamos en el almacén tomando mate, cuando un joven llegó a comprar caramelos y me dijo que mirara lo que tenía en la cintura. No alcancé a ver qué era, pero imagino que era un arma. Me tiró al suelo con fuerza, mientras que mi esposo le arrojó agua caliente. Y al no poder robarnos, tiró al piso una balanza vieja y los cajones de huevos, y salió corriendo", recordó Amalia.Además de Del Valle, que llevaba la leche y de la panadería La Italiana, se proveían de mercadería de Strampec y de Bozzano, "a quien le debo mucho, ya que siempre tuve vía libre para comprar y pagar", destacó Bajaroff, quien también mencionó a la Cooperativa de Almaceneros. SIETE DÉCADAS DE TRABAJOEl edificio en que se encuentra el almacén está asentado en barro, y según fuentes confiables tendría poco más de cien años. Conserva buena parte de su mobiliario original y una heladera de cuatro puertas, que anda por los setenta años, una vieja balanza y el mostrador.Pero también sobreviven al paso del tiempo viejas botellas de caña, vino y ginebra.Enrique contó que comenzó a trabajar a los 12 años, y Amalia a los 14."Ayudaba en las tareas diarias de la familia, trabajando en la agricultura. Atábamos los caballos y sembrábamos trigo, lino, avena y maíz, y en tiempos de cosecha me tocaba, entre otras tareas, coser las bolsas", detalló Enrique, mientras que Amalia a los 14 comenzó a trabajar como cajera en Casa Jasovich, en Basavilbaso, hasta los 19 años, cuando se casó. AL CALOR DEL ALMACÉNEnrique y Amalia muestran orgullo por sus dos hijos, ocho nietos y dos bisnietos que alumbran sus corazones, la familia que formaron al calor del almacén.Dicen que mientras la salud los acompañe "seguiremos trabajando, ya que es nuestra forma de vida. Si nos quedamos en casa, limpiamos, cocinamos y después no tenemos nada que hacer, mientras que en el almacén estamos ocupados todo el día".
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