Federales versus unitarios, o el triunfo de la lógica maniquea

La demonización del otro, que prevalece en la cultura política argentina, ya primó en la lucha entre federales y unitarios, reflexionó la profesora Nora Martín, durante las Jornadas Bicentenario organizadas por el Instituto 'Sedes Sapientiae'. Marcelo Lorenzo En el siglo III de nuestra era, el herético Mani vio el mundo dividido en dos: los hijos de Dios y los hijos del Demonio. Cuando "demonizamos" al otro que piensa distinto, somos así maniqueos.Este modo binario de ver las cosas, que básicamente imposibilita acordar con el rival, a quien finalmente se trata de destruir, ha sido la lógica que prevaleció en la construcción del país y tuvo como precursores a unitarios y federales.Pero también ha sido el modo simplificado en que se ha enseñado la historia entre nosotros, de suerte que un proceso tan complejo y largo como la guerra civil argentina, entre 1820 y 1880, ha sido tergiversado siguiendo idéntico patrón maniqueo.Esto explicó la profesora Nora Martín, durante las Jornadas Bicentenario que organizó el Instituto 'Sedes Sapientiae', los días 24 y 25 de octubre último.Titular de la cátedra de Historia Argentina del profesorado de Historia que se dicta en dicho instituto, Martín abordó el tópico "Unitarismo-Federalismo: distorsiones y prejuicios", oportunidad en la que salió al cruce de algunos mitos del pasado.Según dijo, esta primera división entre argentinos, surgida de la discrepancia sobre cómo organizar el nuevo país tras la Revolución de Mayo, se dirimió no con la palabra sino con la dialéctica de las armas, convirtiéndose en una verdadera tragedia.La solución armada es consonante, y acaso corolario necesario, de esa tendencia a trazar una línea divisoria entre dos bandos irreconciliables, de mirar todo en términos antinómicos, donde no hay lugar para los matices y se desprecia el debate."Las guerras civiles son las peores para un país. Porque dividen familias y dejan una secuela de odio que perdura en el tiempo. En nuestro caso, que involucró casi medio siglo, instaló una mentalidad donde se divide a las personas en buena y malas", refirió la expositora.El proceso de emancipación en territorio argentino se enfrentó con una severa escasez de recursos. "El nudo del problema fue económico", explicó Martín señalando que el control de la Aduana de Buenos Aires desató una larga y cruenta lucha.Era un problema heredado del Virreinato del Río de la Plata, cuya constitución en 1776 supuso que esta parte del imperio español ya no dependiera financieramente del Virreinato del Perú, cuyos ingresos provenían de la minería.Los ingresos de la Aduana porteña, así, debieron sustituir las remesas peruanas convirtiéndose Buenos Aires en un distrito clave, al punto de devenir en epicentro de la revolución.Inmediatamente se desata una disputa entre las regiones, Buenos Aires y el interior, el puerto y las provincias, cuyo correlato fue el enfrentamiento entre el partido unitario y el federal.Según Martín, el virreinato no sólo dejó el problema económico entre regiones sino también una cultura política de imposición, propia de la monarquía. "Aquí no existía el ejercicio de la discusión. Hay muchas maneras de resolver un problema y eso implica que hay puntos de vista diversos. En estas condiciones hay que acordar. Pero este ejercicio no existe en una monarquía absoluta", apuntó la disertante. Qué querían unos y otros Todos los intentos por conformar el nuevo estado independiente, su forma de gobierno, cuyo sustrato eran las tensiones económicas entre regiones, fueron dinamitados por la intolerancia que emanaba de asumir una visión maniquea de la realidad, destacó la académica."¿Por qué estallan las guerra civiles? Por la imposibilidad de cada parte en conflicto, en nuestro caso las regiones, de ceder algo. Cuando se cede se pierde por supuesto. Pero también se gana", reflexionó Martín.Y añadió: "En nuestra historia, unitarios y federales no estaban dispuestos a acordar, pese a que cada uno tenía razones parciales legítimas. Por eso prefirieron la guerra a la paz"."De lo que se trató -explicó- fue de imponerle el proyecto al otro, a costa de su eliminación. El proyecto propio se imponía por medio de la fuerza y el miedo. Acá nació la antinomia amigo- enemigo. Cuando se desata una tragedia de este tipo, se acabaron las ideas, los matices, el disenso, el pluralismo".Los unitarios postulaban que una república representativa moderna, que importara instituciones e ideas liberales europeas, fuera gobernada por una élite, con base en Buenos Aires."Debía ser una república representativa pero con voto calificado -añadió la expositora-. Partían del supuesto de que no todos podían votar porque del 1.800.000 habitantes que había, el 80% era analfabeto. A partir de eso sostenía que una república con tantos analfabetos no funcionaba. Y por tanto este sector propuso un plan de educación para formar el ciudadano de la futura república". El grupo unitario, además, "propugnaba la inmigración, la agricultura, el comercio, la instalación de entidades financieras y de modernos inventos por ejemplo en el transporte, y la creación de instituciones al estilo europeo".Los unitarios querían un gobierno fuerte y único, con base en Buenos Aires, por temor a que el país se fragmentara en distintas regiones que ya eran muy desiguales."Y acá viene una distorsión -apuntó Martín-. Se confunde unitarismo con centralismo. Unitarismo es centralización del poder político, pero eso no quiere decir que se gobierne a favor de una región".Al respecto, la académica precisó que este proyecto modernizante era defendido por las elites del interior del país, que eran liberales y constitucionalistas pero repudiaban el centralismo porteño, una postura que fue dominante por ejemplo en Córdoba.Quienes se oponían al unitarismo eran los federales, "los cuales defendían las autonomías provinciales" frente a cualquier intento de supremacía económica de Buenos Aires, que contaba con el codiciado puerto de ultramar y las rentas que reportaba.Los caudillos eran los referentes políticos del Interior del país y decían representar a sus pueblos, frente al "egoísmo" porteño. Pero según Nora Martín el federalismo no era un fenómeno homogéneo sino diverso y al mismo tiempo contradictorio. La interna federal "Existían al menos tres federalismos: el de Buenos Aires, el del Litoral y el del interior, y cada uno tenía intereses económicos distintos", explicó la disertante.Esto explica por qué razón, indicó, una vez vencido el unitarismo, el proyecto federal no termino de cuajar ya que sus disidencias internas, disimuladas mientras duró la amenaza unitaria, estallaron luego con fuerza.En efecto, tras la derrota unitaria, que produjo que su miembros más conspicuos se exiliaran fuera el país, Juan Manuel de Rosas, que se presentaba a sí mismo como jefe natural de los federales, terminó instalando un régimen dictatorial para mantenerse en el poder."¿Qué ocurre? En verdad, desde 1830 en adelante (régimen rosista), la lucha no fue entre unitarios y federales, sino entre federales. Es decir hubo una gran interna dentro del federalismo", afirmó Martín.Al respecto llamó la atención sobre esta paradoja: la provincia de Buenos Aires, que podría creerse a priori muy unitaria, curiosamente era la geografía donde más federales había.La respuesta es económica: el rosismo, como expresión del federalismo de Buenos Aires, defendía la soberanía provincial y eso incluía el control de la Aduana del puerto, circunstancia que lo enfrentó a cualquier proyecto que pretendiese sacarle dicha Aduana.Hay que pensar que el partido unitario, en su proyecto de convertir a la "ciudad" de Buenos Aires en capital del nuevo Estado, le daba a este distrito el manejo del puerto y la Aduana, sustrayéndoselos así a la provincia, la cual de esta manera perdía esa fuente de ingresos.¿Qué quería Rosas, un poderoso hacendado de la provincia de Buenos Aires? "Pues seguir manejando la Aduana, extender la frontera provincial frente al indio, desarrollar la ganadería, tener un presupuesto equilibrado y que hubiese orden, aunque sea a palos", respondió la disertante.Ahora bien, este proyecto colisionaba con las provincias del litoral fluvial (Entre Ríos y Corrientes), una geografía federal. Y esto era así porque Rosas, que defendía los intereses del puerto de Buenos Aires, se obstinó en prohibir el comercio con el exterior a través de los ríos del Litoral.Según Nora Martín, para neutralizar estas diferencias al interior del partido federal, Rosas desarrolló una propaganda asentada en la demonización de los unitarios. "Viva la Santa Federación, mueran los salvajes unitarios", fue el grito de guerra predilecto del régimen.Finalmente el régimen rosista cayó por la presión del bloque del Litoral -movimiento liderado por el entrerriano Justo José de Urquiza-, convirtiéndose la libre navegación de los ríos en un objetivo plasmado en el acuerdo de San Nicolás y en la Constitución de 1853.Con el tiempo, y tras el resurgir de los intereses porteños, sobre todo luego de la batalla de Pavón (1861), que supuso la derrota de la confederación urquicista a manos de Bartolomé Mitre, volvió la política maniquea de demonizar al vencido."Quienes fueron perseguidos por el régimen rosista instalaron una versión unilateral de la historia según la cual todo el horror provino de la dictadura rosista y del federalismo incivilizado", apuntó la disertante.Por último, Nora Marín llamó a pensar y a narrar la historia superando la lógica amigo-enemigo, que según ella le ha hecho un enorme daño al país, esto a favor de la verdad histórica y de la convivencia plural entre los argentinos que piensan diversamente."A veces pienso que en el análisis que hacemos de los procesos históricos, en el aula, estamos creando alumnos maniqueos, que creen que todo es una lucha entre buenos y malos. De esta manera, no le permitimos pensar que la realidad es compleja, está llena de matices, y que en todas las posturas hay aspectos rescatables", concluyó.
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