MADRES, ABUELAS Y TRABAJADORAS
Feria y trueque, alternativas que se robustecen durante la crisis: la experiencia de las mujeres de Suburbio Sur
Casi todas se iniciaron en el mundo feriante durante la crisis del 2001. Hoy, varias de ellas son abuelas y hace más de diez años mantienen viva la feria de Suburbio Sur, una herramienta económica y de encuentro. La realidad actual golpea tan fuerte como en aquellos años. Son cerca de 25; en esta nota, la palabra de seis de ellas
Por Luciano Peralta
“Mi marido era changarín en ese entonces y yo trabajaba en casas de familia. Después del trabajo me dedicaba a poner en condiciones la ropa para la feria, la lavaba, la planchaba y la cosía si era necesario”, dice Alicia, al recordar los primeros años del siglo, cuando los clubes del trueque se multiplicaban al calor de la crisis y en escenarios de los más diversos, como los galpones del puerto o los clubes Sarmiento, Juvenil del Norte y Primero de Mayo, entre tantos otros lugares.
Alicia es madre de siete hijos y abuela de 13 nietos, y una de las primeras que se arrimó a la feria de Suburbio Sur. “Me encanta la experiencia de la feria, te digo la verdad. Es un espacio que una disfruta, si venimos con algún problema de la casa acá lo hablamos, compartimos y se pasa”, cuenta, sentada en ronda, junto a sus compañeras en el salón de usos múltiples (SUM) del barrio.
La feria de Suburbio Sur tiene sus raíces en 2001, cuando la crisis, producto de un país cada vez más desigual e injusto, hizo estallar todo por los aires. Como siempre, los sectores más pobres se llevaron la peor parte y una considerable porción de la clase media entró en desgracia.
La feria fue, y es, hija de la necesidad. En los primeros años las feriantes trocaban alimentos y elementos de necesidades básicas de la casa. (Hoy siguen haciéndolo). La cosa se armaba en la vereda de alguna vecina, primero, y en uno de los espacios verdes del barrio, después. Ahora, hace un tiempo que arman sus puestos en la puerta del SUM.
Son cerca de 25 feriantes, y si bien la mayoría vive en la zona, las que no, buscan la manera de poder estar los tres o al menos alguno de los días de feria (lunes, miércoles y viernes de 16 a 18hs.). Lo hacen, sobre todo, para darle continuidad al grupo, ya que, además de lo económico, “es un espacio terapéutico”, según coinciden.
“Junto a mi esposo empezamos en esto en el 2001. Hacíamos milanesas de entraña y las llevábamos a todos lados a donde había truque. Al final, nos quedamos con tantos créditos que no sabíamos qué hacer”, recuerda Claudia sobre aquellos años en que los clubes del truque se llenaban de esos papelitos de colores que, durante un corto tiempo, sirvieron para comprar y vender bienes y servicios entre las capas más empobrecidas del tejido social argentino.
Con el tiempo, y “los desbarajustes de la economía”, las milanesas mutaron en productos de pastelería y el trueque en venta ambulante. Hoy Claudia, además de ser parte de la feria de Suburbio Sur, tres veces a la semana sale casa por casa a ofrecer su producción.
“Es un espacio para nosotras”, dice Daniela sobre la feria. Ella compra y vende mercadería, generalmente ropa, aunque si consigue buenos precios carga su auto de yerba, aceite o “lo que haya”, reconoce y acompaña con una gran sonrisa.
“Compro en otras ferias y hay conocidas en comercios que me venden la ropa más barata y algunas me las dan, directamente. Vengo acá y en la semana salgo al campo con el bolsito, recorro las casas de mis parientes, que se juntan para cuando llego con la ropa”, cuenta la madre de tres hijos, uno discapacitado, a su cargo. “Salimos juntos a todos lados y venir acá, a la feria, para mí es un descanso también, porque nos distraemos, hablamos de nuestras cosas y los días se hacen más llevaderos”.
Todas las feriantes son madres, varias de ellas abuelas. Carina tiene nueve hijos, junto a su pareja tenían una carnicería en el barrio, pero se vieron obligados a cerrarla cuando a él le dio un ataque cerebro vascular (ACV). “No pudimos seguir trabajando como veníamos, entonces me empecé a sumar a la feria de a poquito”, cuenta, con el más chico de los nueve en brazos. “Tuve diez, pero uno falleció”, agrega.
Como tantas familias de Gualeguaychú, durante el verano Carina se dedica al puesto de ventas que tiene en el corsódromo. Y el resto del año trata de estar presente en la feria, aunque no siempre puede. “Hago repostería: tortas, panes dulces, bolitas de frailes, rosquitas… ahora hace varios meses que prácticamente no estoy haciendo porque estoy con un problema en una pierna y no puedo salir a vender”, comenta, mientras su hijo parece querer dormir.
Liliana es feriante, también desde el 2001. “Para mí siempre fue igual”, responde sobre las cíclicas crisis económicas. “Si bien mi marido trabajaba, al tener cinco hijos costaba que la plata alcance. Y la feria ayuda, siempre suma. Hoy es igual”, dice y enseguida explica que si bien vende de todo un poco -productos de pastelería, de perfumería, plantas, etc.- “las plantas siempre salen, y no es como la comida que la tenés que vender o consumirla, a la planta si no la vendés hoy te la llevás a tu casa y la vendés la próxima”.
Las feriantes se conocen, se nota que comparten ese espacio hace mucho. Se las ve compañeras. Además del tiempo y los productos de la feria, comparten un grupo de WhatsApp, en el que se dan ánimo si alguna está mal u organizan las reuniones periódicas en el SUM, por ejemplo.
“Yo lo hago, más que por la parte económica, para sentirme bien, tener compañeras, amigas, escuchar otra gente”, dice Mónica, isleña que a los 13 años se fue a vivir a Buenos Aires y hace nueve llegó a Gualeguaychú. “La feria fue muy importante para adaptarme a la ciudad. Yo vengo de Vicente López y acá encontré una contención hermosa, la parte social, humana, es muy valiosa”, dice la modista madre de dos hijos “grandes”.
Sobre el final de la charla, Claudia vuelve a tomar la palabra, remarca el carácter abierto y participativo de la feria, y que no es necesario anotarse “ni nada de eso, tienen que venir no más”. Al tiempo que refuerza la idea de volver a hacer ferias itinerantes, “para conocernos con las feriantes de otros barrios, aprender de otras experiencias y fortalecer este tipo de espacios”.