CUERPOS Y DISCURSOS QUE LASTIMAN
Gordoodio: Un debate aún pendiente y el desafío de visibilizar la discriminación más naturalizada de todas
La denuncia pública de un concejal de la ciudad se presenta como una buena oportunidad para empezar a hacernos cargo de la violencia, naturalizada y bien aprendida, que ejercemos sobre las corporalidades gordas. La palabra de dos activistas y del titular del INADI Entre Ríos nos sirve como guía para empezar a identificar prejuicios y discursos violentos.
Por Luciano Peralta “Entiendo que no soy el estereotipo de perfil político que quiere cierto sector de la sociedad, pero caer tan bajo insistiendo en las redes sociales y portales de noticias con mi condición corporal, generando carteles exponiendo mi obesidad, como que tener esta enfermedad, es motivo de burlas. solo se refleja lo mal que estamos como sociedad”, publicó en su perfil de Facebook el concejal Pablo Fernández, y cerró el posteo con el hashtag #NoALaGordofobia. Pero, ¿qué es la gordofobia? “La gordofobia o gordoodio forma parte de una serie de dinámicas de odio que no tiene nada que ve con la fobia como patología, sino que son formas de rechazo sistemático que se sostienen en discursos de odio hacia los cuerpos que son leídos socialmente como gordos. Digo que son leídos porque no existe una línea a partir de la cual uno pueda diferenciar técnicamente a las personas gordas de las personas flacas. Pero, así como todo entendemos que el semáforo en rojo significa parar y no nos ponemos a buscar la teoría que hay detrás de eso, hay personas que socialmente son catalogadas de gordas y otras que socialmente son catalogadas de no gordas”. Quien ofrece esta definición, del otro lado del teléfono, es Beltrán Horisberger. Además de comunicador, es performer, activista LGBT y activista gorde (con “e”, en inclusivo, se presenta). "La frontera actual es tener la conversación de por qué la gordofobia es minimizada y, generalmente, la respuesta de eso es porque la identidad gorda es patologizada" “Toda esa gente que es leída como gorda, obviamente que depende también del grado de esa gordura, sufre discriminación y discursos de odio para con su existencia corporal”, relata el paranaense de 29 años. Y asegura que la de los cuerpos gordos “es una conversación que todavía la sociedad adeuda y de gran manera. Porque se trata de una violencia que es minimizada muchísimo, es como que hay delitos y delititos. Y discriminar a una persona por gorda es como un pequeño delito, una cosa menor. Como que discriminar por gordo no es tan grave como discriminar a alguien, por ejemplo, por una cuestión médica”.
Buena parte de su activismo Beltrán lo vuelca en sus redes sociales y en el programa Alta Voz, de la televisión pública. Sobre el rol de los medios de comunicación en la conformación de modelos de cuerpos imposibles de alcanzar y reproductores de prejuicios, opinó: “Creo que, hoy en día, las fronteras no son los medios de comunicación, porque son espacios de representación que van a llegar, como siempre, últimos. Los medios y la publicidad siempre recogen el cambio social cinco o diez años después. Para mí, la frontera actual es tener la conversación de por qué la gordofobia es minimizada y, generalmente, la respuesta de eso es porque la identidad gorda es patologizada”. -¿Cómo es eso? -Gordo no es sinónimo de enfermo. Y esa conversación hay que tenerla con el establishment médico, que sigue patologizándonos. Los y las médicas, los y las nutricionistas siguen yendo a la televisión a decir que ser gordo es ser enfermo. Y si uno denuncia ser discriminado por gordo, generalmente, esa denuncia no es tomada enserio. Ser gordo es una diferencia corporal observable, es como decir que una persona es alta. Y no se patologizan a las personas por ser altas. Patologizar una diferencia corporal, además de erróneo, es científicamente injustificado. Todos los estudios científicos que intentan patologizar la identidad gorda tienen un enfoque súper sesgado y están desmitificados por numerosos libros. Acá, en Argentina, tenemos a Gorda Vanidosa, que es el libro de Lux Moreno, que, más o menos, resume la patologización de la gordura y el mito de la obesidad. -¿Qué sostiene ese mito? - Dentro del activismo se habla mucho del mito de obesidad porque existe una suerte de mitificación de la diferencia corporal que nos dice que la gordura es una cosa de hábitos. Hay una realidad muy fuerte, sostenida por los profesionales de la salud de HAES (método Health at Every Size, o Salud en todas las tallas), quienes tratan de tener un enfoque no pesocentrista, que dice que, si bien modificar nuestros hábitos cambia nuestra calidad de vida, hay mucha gente que modifica sus hábitos y mejora su calidad de vida, pero no baja de peso. Esto suele generar un efecto rebote, entonces la persona abandona estos hábitos, se frustra y vuelve a engordar. Cuando el único objetivo es bajar de peso y eso no sucede, ese es el resultado. Pero el objetivo tendría que ser mejorar otros estándares de salud medibles y muchísimos más objetivos, como el perfil lipídico en sangre, como la oxigenación en una ergometría de esfuerzo, un electro cardiograma o la frecuencia con la que se hace actividad física, o esto de combatir el sedentarismo, más allá de ser gordo o flaco. Esos estándares de salud se ignoran al momento de poner solamente como horizonte el bajar de peso. -¿Cómo operan los modelos de belleza hegemónicos? -En los medios de comunicación y en los espacios de visibilidad pública, como puede ser el Concejo Deliberante, el peso de la gordofobia cae significativamente de forma más leve sobre las masculinidades que sobre las feminidades. Porque en una sociedad en la que nuestros cuerpos son medidos como bienes capitalistas, en el mercado laboral, en el mercado de los afectos, de las amistades, el valor mercado de esos bienes, en el caso de las feminidades, está fuertemente determinado por cuánto adhiere ese cuerpo a los estándares de belleza. Entonces, no vemos en la televisión mujeres que pueden ser entendidas como gordas o como feas, al menos que estén hipermaquilladas y recontra tuneadas; no vemos mujeres gordas y feas en espacios de poder, o hay muy pocas, y generalmente son discriminadas por ello. Pero sí vemos gordos y feos en espacios de poder, conduciendo programas de televisión y siendo referentes periodísticos o políticos. Si nosotros viéramos versiones femeninas de Jorge Lanata o (Hugo) Moyano, entenderíamos que ahí sí hay igualdad, pero la gordofobia le pesa muchísimo más a las mujeres que a los varones. “Es preferible poner Cuestión de Peso y reírnos de un circo mediático con personas gordas, que escuchar el reclamo de una comunidad vulnerada por toda esta discriminación”, sentenció Beltrán. Ni “gorda de mierda” ni talles especiales Pocos agravios están tan naturalizados entre nosotros como el “gordo de mierda” o el “gorda de mierda”. Puede que el “puto de mierda” pelee los primeros puestos entre esos discursos de odio. No sé de dónde viene esa especial simpatía por lo escatológico, pero sí lo nocivos que son esas expresiones para quienes son blancos de las mismas. Como pasa con la violencia de género, referirse sólo a las expresiones más brutales de esas violencias (los femicidios) hace que no identifiquemos las micro violencias del cotidiano, tan naturalizadas que no suelen ser identificadas como tales. Sin atender y trabajar en erradicar estas segundas, no hay solución posible. Algo similar pasa en el plano de cuerpos gordos. La gran mayoría entendemos como insulto a expresiones tan tajantes como las de más arriba. Pero, sin embargo, no solemos cuestionar la presencia de “talles especiales” en las tiendas de ropa. Al contrario, generalmente lo vemos como como un acto de diversidad y apertura. Pero, lo cierto es que, si bien existe una Ley Nacional de Talles, aprobada hace un año y medio, no fue reglamentada en tiempo y forma, y, entonces, se cumple poco y nada. Además, ¿qué es eso de talles especiales? ¿Se imaginan carteles que anuncien “caras especiales”, “narices especiales” o “cabezas especiales”? Suena fuerte, ¿no? Bueno, no hay nada de “especial” en un cuerpo gordo. “No son talles especiales, porque no son personas especiales. Son personas gordas y son talles grandes, hay que empezar a nombrar las cosas por su nombre”, aclara Julián Ríos, titular del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) de Entre Ríos. En diálogo con ElDía, el funcionario contó que en la provincia “hay pocas denuncias por gordofobia, entre 10 y 12 (en poco más de un año). Pasa que está tan naturalizada esta violencia en la sociedad, y hay tanto prejuicio, que la gente no denuncia. Nos hemos criado en una sociedad que considera a un sólo canon de belleza, que es estar delgado, y eso está tan instrumentado en nosotros que ser gordo lo entendemos como algo malo. Hay que romper con esa idea y realmente empezar a denunciar cuando existe un maltrato por la condición física, ya sea por gordo, por flaco o por lo que sea”. “Está bueno hablar de gordoodio también, porque la fobia implica un padecer de parte de quien la tiene, pero en este caso no padecen nada”, expresó, por su parte, la joven gualeguaychuense Camila Pais, quien se define como activista gorda y por la diversidad corporal. “Por un lado, el activismo busca reivindicar los diferentes cuerpos, y la diversidad corporal busca normalizarlos”, diferenció, en este sentido. “Empecé mi militancia por haber tenido conductas autodestructivas en mi adolescencia, en relación a trastornos de la conducta alimentaria. Con el tiempo, gracias a la terapia y, sobre todo, a las lecturas, entendí que esto a las mujeres nos afecta un montón y que hay un montón de factores, pero uno de los más importante es el factor sociocultural. Que es esto de bombardearnos todo el tiempo con imágenes de cuerpos inalcanzables, que hacen, básicamente, que te enfermes”, relató. “Argentina es un país muy gordofóbico. El sistema capitalista jerarquiza a las corporalidades, pone algunas corporalidades sobre otras. Y existe una marcada diferencia entre tener un cuerpo gordo siendo mujer y siendo hombre, la presión estética recae sobre nosotras. Muchas veces se romantiza al chabón que tiene pancita cervecera, y a la gorda no, la gorda es una gorda y ya”, puntualizó, tajante, como l ejemplo elegido. Al tiempo que aclaró que “el activismo no dice que vos no puedas cambiar de corporalidad, que no puedas bajar de peso o cambiar cuestiones estéticas. El punto está en hacerlo porque vos querés y no por la presión social que te atormenta. Y eso es re difícil, porque, por ejemplo, bajás de peso y la gente te felicita como si hubieses dejado atrás algo horrible. Eso nos hace mal y se llama gordofobia internalizada”. "Existe una marcada diferencia entre tener un cuerpo gordo siendo mujer y siendo hombre, la presión estética recae sobre nosotras" Por otro lado, Camila aportó a la discusión sobre la patologización propuesta más arriba por Beltrán. “Por portar un cuerpo gordo no quiere decir que no coma bien o no haga ejercicio. Te pueden suceder diferentes situaciones en la vida que te lleven a tener una corporalidad gorda, y eso no quiere decir que te dejaste, o que comés mal. Un cuerpo gordo no es sinónimo de un cuerpo enfermo”. “El año pasado me fui sacar sangre y llegué al lugar con las zapatillas con polvo de ladrillo, porque había ido a jugar al tenis. Se me dio por coméntaselo a la persona que me estaba sacando sangre, y me dijo que no debería hacer eso, porque mi peso, y porque no sé cuantas cosas más. Y lo cierto es que hago tenis hace años y él no sabía nada de mí. Ahora me río, pero cuando salí de ahí lloré. Fue súper violento y el tipo no tenía ni idea cómo estaba atravesando mi corporalidad, no sabía nada”, relató. Y aportó: “Por ser gordo te califican como enfermo, y por ser flaco como saludable. Pero no se puede diagnosticar a una persona por lo que ves. Marilyn Wann, una de las primeras activistas gordas, dice que lo único que podés diagnosticar con algo de certeza a la hora de ver una persona gorda es tu propio grado de prejuicio”.ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
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