POR LUIS CASTILLO
Hikikomori y el efecto mariposa

La historia de la humanidad es la historia de las personas en comunidad. "El hombre es un ser social por naturaleza" afirmaba Aristóteles enfatizando la necesidad que tenemos de los demás para sobrevivir.
Por Luis Castillo* La supervivencia de la humanidad, sin dudas, está directamente relacionada con la cooperación. “Por separado –asegura Farhad Manjoo- nosotros los primates lampiños de cerebro grande somos criaturas bastante ridículas, presa fácil para cualquier Simba con cuerpo de papá que deambule por las llanuras. Pero si nos juntamos, conseguimos dominar la tierra y el cielo”. Las distintas especies de homínidos que nos precedieron conformaron comunidades de pequeños individuos, algunos de ellos nómadas que recorrían su universo en busca de alimentos accesibles o climas más benignos; otros, por diferentes circunstancias o razones, permanecían en refugios que fueron evolucionando junto con sus moradores. En realidad, siempre hubo mucho de suposición o especulación más que de certezas sobre estos aspectos, pero, si de certezas se trata, lo que resulta indudable es que la solidaridad y el apoyo mutuo entre los miembros de una comunidad fueron los elementos indispensables para que estas especies perduraran durante más o menos tiempo. Con el transcurrir de los siglos y la consolidación de la agricultura como herramienta fundamental de supervivencia, las comunidades humanas comenzaron a asentarse y a constituirse sociedades más numerosas y complejas. Se conformaron, entonces, ciudades, bajo diferentes jerarquías sociales y el comercio comenzó a desarrollarse entre los distintos grupos humanos. En definitiva, se completó la frase aristotélica de que “el hombre es un ser social y político”. La organización de la sociedad requiere inevitablemente de la naturaleza política del hombre, y esta organización —afirmaba en su libro Política—, deriva en el derecho, gracias a la virtud de los ciudadanos y a la práctica de la justicia. Pobre Aristóteles, si viera hoy que, al decir de Joan Manuel Serrat “la tierra cayó en manos de unos locos con carnet”. Lo que es indiscutible entonces es que, desde siempre, necesitamos no solamente estar “con” los demás, sino que necesitamos “de” los demás. Sometidos o no a diferentes amenazas o por diferentes circunstancias, no podemos prescindir del “otro”. Basta con imaginarse la resolución individual de cuestiones elementales y básicas como la alimentación y la vivienda (quizás podríamos imaginarnos ser modernos Robinson Crusoe y construir nuestras casas, tarea que deberíamos dejar de lado para atender eventualmente nuestra granja o nuestros cultivos, ya que deberíamos proveernos nuestro alimento diario; dando por sentado que estamos cerca de un río de aguas límpidas o haber hecho un pozo para extraer agua con las herramientas que previamente deberíamos haber fabricado). Pero bueno, nadie quiere imaginarse a sí mismo como un náufrago, sin embargo, se describe en su reemplazo al Síndrome de Hikikomori. Recordemos esta particular entidad. El Hikikomori —o síndrome de aislamiento social juvenil— se ha descrito como un fenómeno tanto psicopatológico como sociológico en el que ciertas personas se aíslan por completo de la sociedad durante meses y se recluyen en el hogar con el objetivo de evitar cualquier compromiso social tales como la educación, el trabajo y las relaciones sociales. Este trastorno afecta de manera principal a adolescentes o jóvenes que buscan aislarse del mundo; se los describe encerrados en sus habitaciones de la casa de sus padres (naturalmente no tienen vivienda propia aún), rechazando todo tipo de comunicación y su vida comienza a girar en torno al uso de Internet y de las nuevas tecnologías. Como es fácil darse cuenta, este cuadro es propio de ciertos entornos socioeconómicos particularmente elevados en donde la alimentación se resuelve pidiendo pizza por internet y pagándola con la tarjeta de crédito de los padres. En el extremo opuesto, podemos ver otros jóvenes, en la misma búsqueda seguramente de evitar enfrentar una realidad que es o la viven como adversa, acelerando la muerte con estupefacientes destructivos creados especialmente para pobres. Recordemos que aislamiento proviene de a-islar, estar en una isla; no necesariamente física, obviamente. Ambos grupos de jóvenes, de uno y otro extremo de la socioeconomía, solo mediante la cooperación y la inclusión podrán volver a sentirse parte de un mundo que, de una forma u otra, los ha expulsado. La reciente pandemia dejó en claro, entre otras tantas cuestiones, que sin la solidaridad y la cooperación es imposible la supervivencia. En este momento crucial en donde se cuenta con la posibilidad cierta del control de la morbimortalidad de este virus gracias a las vacunas, nos enfrentamos a otro gran problema y a la vez una paradoja: nunca se pensó que iba a lograr producirse una vacuna en un tiempo record como en el que se llevó a cabo, sin embargo ¿qué importancia tiene eso si no podemos hacerlas llegar a la mayoría de la población mundial pobre o si los privilegiados en este mundo desigual que tienen acceso a las vacunas no se molestan en ir a inocularse? En esta época de cambios vertiginosos, así como hay nuevas circunstancias o situaciones a las cuales enfrentarse hay otras —la mayoría quizás— que se resignifican. Así, el efecto mariposa (concepto que parecía haber caído en desgracia) retorna con más fuerza de verdad y de angustia. ¿Qué es el efecto mariposa? Este término se lo debemos a Edward Norton Lorenz, matemático y meteorólogo norteamericano quien, en 1972, presentó una conferencia titulada: Predictibilidad, ¿El aleteo de una mariposa en Brasil hace aparecer un tornado en Texas? La interrelación de causa-efecto se da en todos los eventos de la vida. Un pequeño cambio puede generar grandes resultados o, hipotéticamente, “el aleteo de una mariposa en Honolulu puede desatar una tempestad en Gualeguaychú”. “La deforestación de la selva amazónica —refiere el citado Manjoo— bien podría afectar el nivel del mar en Florida, pero quizá sea difícil establecer una causa común entre los agricultores pobres de Brasil y los jubilados de Boca Ratón”. No obstante, es evidente que este efecto mariposa no solamente se puede aplicar a situaciones físicas sino tener también su correlato social. Más aun en un mundo empequeñecido por la globalización, en donde una huelga de trabajadores en un país asiático puede hacer quebrar una empresa en Chipre o en Tucumán. Pero claro, pese a lo que se empeñan en querer demostrar ciertos tecnócratas, los seres humanos somos mucho más que complejos ejercicios matemáticos; cuando Elinor Ostrom recibió el Premio Nobel de Economía en 2009, en su discurso de entrega del premio expresó que “los seres humanos tenemos una estructura motivacional más compleja y mayor capacidad para resolver dilemas sociales de las que nos han atribuido los economistas de la elección racional”. Las investigaciones de quien fuera la primera mujer en recibir esta distinción, han sido de gran utilidad por sus aportes sobre la gestión de los bienes comunes; ella hace hincapié en el estudio de la gestión de recursos comunes tales como ríos, bosques, zonas de pasto o sistemas de irrigación. Tradicionalmente se decía que este tipo de recursos no estaban bien administrados. Sin embargo, Elinor Ostrom sostiene que “a través de unas prácticas o hábitos cooperativos, se pueden preservar los recursos naturales y evitar la destrucción del medio ambiente”. Suele afirmarse que, para que un bien común sea gestionado de forma correcta, es necesaria la intervención total del Estado o su privatización. No obstante, esta economista defendía la idea de que la propia comunidad puede gestionar los recursos comunes de manera sostenible, sin sobreexplotarlos, en decir, las comunidades pueden autogestionar los recursos comunes. Recursos comunes. Recursos de todos. Recursos de la humanidad que debemos proteger evitando la expoliación, la destrucción y su final desaparición. La economía nació como una necesidad social de intercambiar bienes y servicios que satisfagan la necesidad colectiva y no en lo que se ha transformado que no es sino una herramienta de dominación y destrucción indiscriminada. Directamente a través de la generación de pobreza e indirectamente mediante la destrucción de los recursos naturales. La avidez del poder económico no puede estar por encima de los intereses de la comunidad, volver a reencontrarnos en la mirada del otro y ver en la cooperación la única alternativa de la supervivencia a partir de la búsqueda del bien común no debe ser ni un sueño ni una utopía sino una necesidad y una urgencia, un imperativo ético y al mismo tiempo pragmático; de allí que, una vez más, se deba apelar a las herramientas de la política para el logro de estos objetivos y es que, como afirma Augusto Costa, debemos: “"pensar críticamente sobre los riesgos de adoptar como verdades incuestionables las premisas del pensamiento económico dominante; para comprender lo que se dice y lo que se omite en los discursos políticos; y para conocer qué es lo que se oculta detrás de los mensajes y eslóganes proselitistas que nos llegan a través de los medios de comunicación y de las redes sociales". No alcanza con soñar un mundo mejor, hay que hacerlo. Y es entre todos. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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