
Inmersas en la revolución de la comunicación, las personas no pueden procesar la cantidad impresionante de información a la que tienen acceso, fenómeno que se ha dado en llamar "infoxicación" o "infobesidad".
Antes de Internet, Jorge Luis Borges imaginó la Biblioteca de Babel, donde se almacenaban todos los libros existentes en un laberinto interminable de galerías hexagonales.
Hoy, esa Babel existe en formato digital, ya que cada año se genera más información que la existente desde que comenzó a escribirse la historia de la humanidad.
La explosión de las redes sociales, la fotografía y el video digital, el auge de la telefonía móvil, el e-mail y la navegación web han expandido la información digital hasta límites insospechados.
Es tan copiosa y abundante esta provisión y está servida a una velocidad de vértigo, que se verificaría un inédito problema cultural: la imposibilidad de asimilación humana.
Este desequilibrio entre la producción y el consumo en el plano intelectual plantea un dilema a la humanidad: cómo gestionar el exceso de información. Porque como ya dijo Michel de Montaigne:
"Una cabeza bien formada será siempre mejor y preferible a una cabeza muy llena".
La metáfora de la alimentación puede servir para explicar el problema. El cuerpo que no puede absorber los excesos, se indigesta y se enferma. Friedrich Nietzsche, curiosamente, decía que toda profunda cultura es obra de un rumiante. Es decir, de lo que se trata es de concentrarse en algunos "alimentos", los imprescindibles, para extraer sus nutrientes, por una paciente meditación, de suerte que la clave está en la asimilación.
Los nutricionistas, en tanto, advierten que la sobrealimentación debilita tanto como el ayuno. Ceder a la glotonería más que al hambre, picotear sin discernimiento en cualquier situación, daña el cuerpo.
Las personas deben subordinar la cantidad de los alimentos a la calidad de la digestión. Para ello deben ser lo suficientemente clarividentes para descubrir el régimen alimenticio que más les conviene.
En el plano cognitivo es lo mismo: la glotonería informativa produce efectos dañinos en el espíritu. Más información sólo provoca mayor confusión, puesto que bloquea la capacidad de análisis y procesamiento.
Y la intoxicación informativa está ligada a otra patología: la ansiedad por informarse, o "infomanía", que se caracteriza por la búsqueda constante de estímulos informativos, y una agobiante sensación de angustia y vacío que es necesario llenar con más datos.
Sin llegar a casos extremos, lo cierto es que el exceso de estímulos informativos genera estrés y aturdimiento, una sobresaturación que abruma, dificultando no sólo la atención y adecuada comprensión de los mensajes, sino también la priorización.
El punto es que, a causa de su profusión, los datos no pueden ser procesados.
El bombardeo de mensajes que hoy se multiplica a través de las redes sociales anula la capacidad de discernimiento que requieren las decisiones humanas.
Aquella información instantánea y carente de contexto, que busca llamar la atención y conmover al receptor, termina logrando lo contrario: la "disfunción narcotizante" de la que hablaba Paul Lazarsfeld, uno de los teóricos pioneros de las ciencias de la comunicación.
La superabundancia y disponibilidad de información han convertido lo que era un recurso escaso y valioso en el pasado, en un insumo crítico que requiere hoy de un gran esfuerzo intelectual para ser procesado.