Kirchner nunca se fue, Menem volvió, y juntos casi hacen un desastre
El 28 de junio del año pasado, la gente votó sabiamente. En lugar de darle todo el poder a uno o a otro, optó por repartirlo, con un claro mensaje. Diálogo, consenso, acuerdo, menos discusiones y más acciones. Algunos, a más de 7 meses de aquel urnazo aún parecen no haberlo entendido. Y siguen chocando contra la pared.Por Jorge BarroetaveñaDurante 72 horas Carlos Menem consiguió lo que buscaba. Reverder algo del antiguo interés que los medios tenían por él y ponerlos pendientes de cada uno de sus pasos. El miércoles, a las tres de la tarde, nadie sabía dónde estaba. En el Congreso, en el hemiciclo del Senado ninguno se atrevía a arriesgar un pronóstico. Adolfo Rodríguez Saá, demudado, no sabía cómo hacer para disimular su desazón en la banca. En los días previos, él y Romero, el salteño, se habían convertido en los garantes, ante los radicales y el resto del arco opositor, de la presencia del riojano. En esas horas previas, los votos se contaban de a uno y pesaban más que el oro. La cifra mágica para poner de espaldas la kirchnerismo era 37. Con ese número se aseguraban tener quórum, poder arrancar la sesión y votar la nueva composición de la Cámara, con mayoría opositora en las comisiones.Hasta un puñado de horas de antes, desde el bloque radical estaban convencidos de los 37 votos, sin embargo, en la famosa acta, esa firma 37 de Menem nunca apareció. A esa altura hacía horas que el gobierno había cortado todos los lazos, aunque en el despacho del siempre atribulado Piccheto, empezaban a intuir que algo estaba pasando.Cuando llegó el momento clave, Néstor Kirchner había dado órdenes precisas: bajar a dar quórum pero levantarse si la oposición no lo conseguía sola. Todos querían evitar el papelón de las cámaras de televisión enfocando la tropa oficialista desembarcando en sus bancas, como ocurrió en diciembre en la Cámara de Diputados. La estrategia fue la correcta. A partir de las tres el fantasma de la ausencia de Menem se corporizó y la oposición comprobó que sólo no podría aprobar lo que buscaba. Ningún orador le dio largas al asunto y fue Pichetto, otra vez, el encargado de dar el golpe final. "Vamos a seguir negociando", dijo, se levantó de la banca y con él, el resto de los senadores oficialistas. Sanz y Morales de la UCR, comprobaron que el traspié ya estaba consumado y no podían hacer nada para disimularlo.Menem, que debe haber estado viendo todo por televisión, sonrió contento. Al fin, igual que cuando la Resolución 125, todos los ojos se depositaron en su frágil figura. La explicación oficial la dio le propio riojano horas después: el ninguneo del peronismo disidente lo había obligado a dar un gesto de autoridad para que le prestaran atención. Lejos están los tiempos en que nada se movía en el peronismo sin su consentimiento. Es más, el ex presidente se ha vuelto una pesada carga de sobrellevar para cualquiera que tenga aspiraciones presidenciales o al menos para hacer una decorosa carrera política.Nadie sabrá a ciencia cierta si hubo coqueteos con Néstor Kirchner. La causa armas, todavía pendiente y que podría complicar feo a Menem, fue señalado como la piedra de la negociación. Sospechas no faltan. Kirchner es el mismo que alguna vez dijo que la de Menem era la presidencia más brillante de la historia y compartió muchos palcos en el sur. Las críticas y las diatribas contra los '90, suelen ser para muchos políticos de ahora, una pose para quedar políticamente correctos. En esa época claro, fueron copartícipes y defensores, sin ningún pudor, de lo que hoy condenan con fervor.La ausencia del ex presidente le permitió al gobierno respirar por una semana y sembrar cizaña entre los opositores que rápidamente salieron a pasarse facturas por la derrota. Igual, fue una victoria a lo Pirro. Menem anunció que estará esta semana en su banca y votará contra los deseos de la Casa Rosada, permitiendo así, si no hay fugas, que la oposición se quede con el dominio de la mayoría de las comisiones clave y le aseste al gobierno otro golpe político.Es que una vez que la bruma se disipe, la entente antikirchnerista quiere meter mano en temas cruciales. Rubén Giustiniani, socialista de Santa Fe, fue claro sobre los objetivos que persiguen: el 75% de los recursos que genera la Argentina se los queda el estado nacional y apenas el 25% restante va a parar a las provincias. Con semejante masa, es inconcebible que haya provincias que aún tienen en capilla a sus maestros y no saben si empiezan las clases, por falta de fondos. El ánimo que describió Giustiniani le permite, increíblemente, estar de acuerdo con Reutemann, su archienemigo provincial. Esta lógica es la que parece ignorar el gobierno que apuesta todo a una división o una pelea entre socios que considera inviables.Si la oposición está dispuesta a meter mano en la distribución de los recursos, es probable que un conflicto imprevisible se desate. A esta altura, el debate por las reservas, es menor para el gobierno, comparado con lo que sería perder los fondos si el impuesto al cheque se coparticipa. Lo que tanto se declamó durante la campaña, debería comenzar a cristalizarse, con los tironeos lógicos, cuando de la distribución de recursos se trata. Indec, Consejo de la Magistratura, retenciones, son un cóctel demasiado pesado, pero todos se aprestan a dar el golpe. ¿Hasta dónde llegará la fortaleza opositora y el ánimo por acordar cuestiones básicas? Llegó la hora de saber si, lo que votó el electorado el año pasado, empieza a verificarse en la práctica. Las fuerzas están parejas y nadie tiene el poder suficiente como para imponerse sobre el otro. Están obligados a negociar y acordar, algo difícil de pensar para el grueso de nuestra clase política. Ahí está el desafío, resta saber si estarán a la altura de las circunstancias.
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios
Este contenido no está abierto a comentarios