POR LUIS CASTILLO
La alumna y el profesor
Dos personas intelectualmente brillantes, pero ideológicamente en las antípodas, como un ejemplo de respeto y mutua admiración.
Por Luis Castillo* Déjeme contarle una historia. Hoy es domingo y los domingos suelen darnos unos minutos de sosiego para leer y disfrutar de conocer personas y circunstancias que, por esas urgencias cotidianas, solemos dejar de lado. Un hombre y una mujer, maestro y discípula, ella logró transformar el mundo, él, afortunadamente, no. El 24 de noviembre de 1859 Charles Darwin publicaba "El origen de las especies" en donde exponía su teoría de la evolución que cambiaría radicalmente la biología provocando una verdadera revolución; no es para menos si recordamos que, hasta ese momento, la mayoría de los científicos occidentales compartían la idea de que Dios había creado a todas las criaturas del planeta. En su obra, Darwin muestra evidencias que explican —en forma rudimentaria aun— el mecanismo que hace posible la evolución y que él denominó: la selección natural. Cinco años más tarde, en 1864, el filósofo británico Herbert Spencer escribía en el libro "Principios de la biología": "Esta supervivencia del más apto, que he tratado aquí de expresar en términos mecánicos, es lo que el señor Darwin ha llamado “selección natural”, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida". En este momento me parece interesante hacer un paréntesis y recordar que, junto a Darwin, hubo otro enorme científico que no solo hizo grandes aportes a la teoría evolutiva, sino que sin sus ideas y apoyo es poco probable que “El origen de las especies” hubiera visto la luz. Este hombre fue Alfred Wallace y fue precisamente él quien, tras leer la obra de Spencer le sugirió a Darwin sustituir el término selección natural por “supervivencia del más apto”. Este le respondió que estaba "totalmente de acuerdo" con lo que planteaba y calificó la expresión de Spencer como "excelente". Ahora bien, a Spencer no solo le preocupaba la biología, sino que estaba interesado por la economía, la literatura, la sociología, la educación y la psicología; es en este contexto que acuñó la polémica expresión “Darwinismo social” mediante el cual intentó aplicar las leyes de la evolución a las ciencias sociales sosteniendo que diferentes tipos de sociedades competían “como en el mundo natural”. En un momento histórico de plena expansión capitalista, a decir de Carolyn Burdett: "La idea de una “lucha por la supervivencia”, que era fundamental para la teoría de la evolución biológica de Darwin, era asimismo una forma poderosa de describir la economía capitalista competitiva de Reino Unido en la que algunas personas se volvieron enormemente ricas y otras lucharon en medio de la pobreza más extrema". Spencer pensaba que el progreso era inevitable y que los políticos no debían interferir desde el Estado, la forma natural de forzar el progreso —en su opinión— era a través de la supervivencia del más fuerte, del más apto, y no faltaron quienes, siguiendo esta línea de pensamiento, afirmaban que los conceptos biológicos podían aplicarse a las comunidades humanas. “A finales de la década de 1870, se empezó a escuchar la frase “darwinismo social” y, en las décadas siguientes, se utilizó el “darwinismo” para describir y justificar una amplia gama de posiciones políticas e ideológicas en competencia", afirma Burdett. Por su parte, Julia Kindt y Tanya Latty, profesoras de la Universidad de Sidney, califican el darwinismo social como "una interpretación particularmente despreciable de la teoría de Darwin", hubo quienes “trasladaron las ideas de la "lucha por la existencia" y la "supervivencia del más apto" a la sociedad humana y la usaron como argumento en contra de los beneficios sociales para los desfavorecidos” afirman, y rematan "En la consecuencia más grave, esto conduce al racismo, la eugenesia, las esterilizaciones forzadas y la eutanasia de las personas “no aptas”". Por lo tanto, no son pocos los que afirman que a este tipo de mirada no debería llamarse “darwinismo social” sino que sería más correcto denominarlo “spencerismo social”. Parecido no es lo mismo. Ahora bien, Borges hablaba de “el azar, salvo que no hay azar, salvo que lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad”; ese concepto marca un nuevo capítulo en esta breve historia que estoy narrando. A ver si me sigue. Los últimos años de Spencer no fueron agradables. Solo y prácticamente olvidado, los más de sus días estaba sumido en una profunda depresión. Apenas una persona lo visitaba con cierta frecuencia. Una ex alumna llamada Beatrice Webb, alguien de quien seguramente usted nunca escuchó hablar y que, sin embargo, es considerada una de las tres mujeres que más influyeron en la historia económica mundial. Junto al hombre que, de algún modo, intentó justificar procesos de injusticia y de violencia inexcusables bajo un manto biologicista, esta mujer que lo acompañaba muchas veces en respetuoso silencio cada tarde, sostenía ideas absolutamente contrapuestas que él, naturalmente, no compartía ni reprochaba. Conozcamos algo de su historia. Beatrice Webb, nacida en 1858, era hija de un rico empresario de Liverpool que, aun cuando siempre vivió en la abundancia, desde muy joven se sintió atraída por las ideas socialistas y creció permanentemente preocupada por trabajar sobre todo aquello que sirviera para acabar con la miseria y explotación laboral indiscriminada tan característica de la Inglaterra de la revolución industrial y que con maestría y dureza nos hiciera conocer Charles Dickens a través de sus entrañables personajes como David Copperfield. O, en otro plano, menos literario y más pragmático, Marx y Engels. A los 32 años conoció a Sidney Webb, como ella intelectual socialista con quien se casó y trabajaron en conjunto en casi todos sus libros; el primero de ellos en 1894 fue "La historia del sindicalismo", dedicado al origen y crecimiento de los sindicatos desde el siglo XVII, en 1897 publican “Democracia Industrial" uno de los libros clave para entender la evolución del socialismo no marxista en Inglaterra y en donde remarcan el papel protagónico que deberían llevar adelante los sindicatos en las negociaciones colectivas y, además, introducen la, para ese momento, revolucionaria idea de un “Mínimo Nacional” por ley y para todos los ciudadanos, que incluyese aspectos como educación, sanidad, ocio e ingreso salarial; en definitiva, planteaban que el Estado debía garantizar a sus ciudadanos una vida digna y, para ello, debía prestarles una serie de servicios básicos desde que nacen hasta que mueren. Beatrice lo llamó house-keeping state ("Estado administrador") pero no es otra cosa que la raíz de lo que luego se conoció como Estado del Bienestar. En 1919 publica un libro titulado "Los salarios de hombres y mujeres: ¿deberían ser iguales?” ¿Leyó bien la fecha? 1919. Un informe parlamentario que pasó a la historia y marcó todo un rumbo fue el conocido como The Minority Report, que sería una pieza clave para el Estado del Bienestar en la Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial; allí se lee: "(…) se aseguraría un estándar mínimo nacional de vida civilizada (…) para todos los ciudadanos por igual, de cualquier clase y sexo, con lo que queremos decir una alimentación suficiente y una formación adecuada en la infancia, un salario adecuado mientras se esté en condiciones de trabajar, atención médica en caso de enfermedad y unas ganancias modestas pero aseguradas para la invalidez y los ancianos". Por otra parte, junto a su marido, creó y protegió la London School of Economics and Political Science, con el objetivo de formar economistas críticos, que aportaran beneficios para todo el país, y no únicamente para los más ricos; esta escuela tuvo un papel trascendental en el desarrollo y la consolidación de la Economía como una disciplina académica. Como escribe acertadamente Ramón Sánchez Tabarés, lo que más afectó a Beatrice fue haberse dado cuenta de que "el desvalimiento de la gente, la pérdida de sus puestos de trabajo, la falta de instrucción, de sanidad, de acceso a los bienes públicos no podía resolverse simplemente con caridad sino que había que introducir elementos políticos para que la vida de la gente fuese más adecuada"; creó entonces, junto a su esposo, las bases intelectuales del Partido Laborista, "cuyo propósito era rehacer la sociedad y la economía británicas mediante fuerzas políticas pacíficas". Como a la historia, dicen, le gustan las paradojas y las ironías, la tumba de Herbert Spencer está a pocos metros de la de Karl Marx; la de su pupila dilecta —una de las madres de la sociología, opositora a los privilegios, cuyas últimas obras "Comunismo soviético: ¿una nueva civilización?" y "La verdad sobre la Unión Soviética" muestran la profunda admiración que sentía por la Unión soviética—, está en la Abadía de Westminster. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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