
Todavía resuena en la ciudad la noticia que causó sorpresa y cayó como un baldazo de agua fría. Por el emblemático restaurante Dacal pasaron cinco generaciones y hoy sólo es un recuerdo. La historia de Adolfo, un gran emprendedor y soñador, en las palabras de su hijo Fernando.
Adolfo Dacal y Alberto Bahillo apostaron a mitad del siglo pasado a levantar un espacio que estaba prácticamente en desuso, oscuro, olvidado, para reconvertirlo en algo totalmente diferente. Fueron estos dos visionarios los que lograron el cambio en la Costanera de Gualeguaychú, pero este verano será el primero de los últimos 56 años que no estará el restaurante Dacal.
La noticia de su cierre se conoció a fines del 2018 y -salvo en los más cercanos a la familia - nadie esperó que esto sucediera. Causó el mismo impacto que originaron otros anuncios de cierre, como por ejemplo el del Hotel París, que fueron parte de la identidad colectiva de una comunidad.
Fernando Dacal hoy tiene 53 años y nació cuando el restaurante de su padre Adolfo recién tenía tres años de vida, y no tiene ni un solo recuerdo familiar de su infancia donde no esté ligado el emblemático comercio de calle Andrade y San Lorenzo.
"En la época que papá se fue a la costanera no existía nada. El inmueble donde está la heladería Bahillo era la casa de mi papá, y se la vende a Alberto Bahillo para empezar con el tema de la costanera. Era complicado ir a la costanera en ese tiempo, te agarraba el viento sur, no había gas. Pero después nosotros abrimos el boliche Sotap y de apoco se fue haciendo lo que es hoy la costanera", recordó.
"El restaurante era nuestra casa. Papá decía que él hacía las cosas artesanal. Él decía cómo debía salir la mercadería, cómo debía cortarse el lomo, el pescado, era un obsesivo de la cocina, un artesano de la gastronomía, porque su teoría era que el restaurante no era un lugar de encuentro sino un lugar para ir a comer. Decía que el negocio va a funcionar mientras haya renovación de mesas. Que la gente coma, se vaya y venga a otra gente a seguir comiendo. No le estaba tan errado, porque hoy le doy la razón", mencionó "el Pato".
Fernando se crio entre las mesas del local, con los empleados que trabajaron prácticamente desde el primer día, porque la premisa de Adolfo era manejar el lugar y al personal de la misma forma que se lleva adelante una familia. "Papá se sentaba a comer con el personal. Cada fiesta de casamiento, cumpleaños nuestro, siempre estaba invitado el personal", rememoró su hijo y contó que tras el alejamiento de Adolfo en los últimos tres años por cuestiones de salud, la intención era que el personal tomara las riendas.
Hubo algo que siempre caracterizó al restaurante Dacal por sobre el resto y esto fue la calidad de servicio del personal. "Adolfo, al ser tan obsesivo, no quería comanda, quería que el mozo memorizara las mesas. Era un ejercicio. No le importaba que se equivoquen, pero el mozo tenía que saber lo que pedía cada mesa. Y eso que el restaurante en su gloria renovaba tres o cuatro veces la mesa", comentó Fernando, quien a su vez recordó a tres grandes cocineras: Elena, Teresa y Ramona, "las pioneras de atrás de la cocina, que le fueron enseñando a las que después quedaron".
Tras el alejamiento de Adolfo los últimos tres años, fue muy difícil mantener el negocio a flote. "Se estaba con muchas deudas porque no se llegaba a facturar y había mucho personal. Aparte de los sueldos están los gastos de luz, electricidad, los servicios, fue cada vez más costoso y no se podía cobrar un plato de acuerdo a los servicios que el restaurante tenía", explicó su hijo.
"Estos últimos tres años fueron duros para nosotros, no podíamos dedicarnos a eso exclusivamente porque en el restaurante hay que estar y como los chicos estaban desde hace mucho tiempo y lo conocían más que yo, se intentó que ellos queden con el negocio un tiempo para ver qué pasaba. Desgraciadamente no se pudo llegar a buen puerto porque no es solo el verano, hay que aguantar el invierno. Además tiene que haber un cacique. Papá pasó muchas crisis pero como esta nos dijo que nunca. Porque los costos son mucho mayores. Mirá que tuvimos la época de Alfonsín, que se tenía que cambiar el precio cada 15 minutos", comentó.
También trasladó un reconocimiento a su madre, María Elena, que fue un gran respaldo para Adolfo. "Para que un tipo haya estado tantos años atrás de un mostrador tiene que haber tenido una persona al lado que lo acompañe. Si no hubiese tenido la mujer que tiene no hubiese podido llegar a estar tantos años atrás de un mostrador, o estaría solo o con la familia desarmada", indicó.
El secreto de las empanadas
También desentrañó el secreto de las famosas empanadas Dacal. "Mi abuela materna tenía una hostería en San Clemente del Tuyú y era una gran cocinera; y las empanadas que se comían en el restaurante venían por parte de mi madre y Adolfo las mejoró, les puso pasas de uva y otras cosas, pero yo llegué a comer las empanadas originales de mi abuela Rosa".
"Nosotros no tenemos más que palabras de agradecimiento para nuestro papá, que sólo se vino con una bandeja en la mano y nos hizo estudiar a los cuatro hijos, en facultades privadas, departamento en Buenos Aires. Obviamente que la nostalgia siempre va a estar, porque el restaurante fue nuestra casa y nos va a costar un montón. La comida que comíamos era de ahí, voy a extrañar el revuelto gramajo, o los ravioles de María Elena", recordó.
Por último, y referente al restaurante, contó que existen posibilidades que en el lugar se reabra otro comercio y espera que sea del rubro gastronómico, y dejó un consejo para otros empresarios del rubro: "Lo primero que tendrían que hacer es agarrar los empleados de la escuela de Adolfo, porque Adolfo era un maestro, Adolfo enseñaba, corregía y los ayudaba como personas".