EL HASTÍO DE ROGAR POR DERECHOS CONSAGRADOS
La desesperación de la madre de un joven con autismo por la falta de cobertura de la obra social: “se lavan las manos”

Sandra Vargas es la mamá de Tomás, un adolescente de 15 años diagnosticado con Asperger hace más de seis. En julio fue operado de sus pies planos, pero, como pasa en muchos casos, la obra social no hace más que poner palos en la rueda para no garantizar la cobertura médica que necesita para una correcta rehabilitación.
Convivir con el autismo es un problema enorme para muchas familias. No por la condición de la persona en sí, sino por la falta de cumplimiento de quienes deberían garantizar el derecho a la salud.
Esto no es nuevo, ni mucho menos. Las cosas están mal hace tiempo y, lamentablemente, las soluciones no llegan, o son parciales y lejos quedan de facilitarle la vida a las familias, que deambulan por las obras sociales, llevado y trayendo documentación, realizando gestiones administrativas que no les corresponden, gastando hasta lo que no tienen para no recibir, luego, ningún reintegro. Esa es la vida a la que el sistema de salud argentino condena a miles de familias que transitan el autismo.
Podrán decir que no todas las obras sociales son iguales, y es verdad. Podrán argumentar, también, que cada caso tiene sus particularidades y que las responsabilidades son compartidas, que también es verdad. Pero las justificaciones no alcanzan, no sirven de nada a esta altura de las cosas.
El caso de Tomás es uno de miles. Pero, obviamente, para él y su familia es lo más importante del mundo. Tiene 15 años y fue diagnosticado con Asperger recién hace seis. Se trata de una condición que afecta la capacidad de sociabilización de las personas y agudiza su inteligencia en temas específicos. Otra característica es la sensibilidad auditiva, que en su caso se transformó en hipersensibilidad.
En marzo de este año, Sandra, su mamá, realizó una rifa para poder comprar los auriculares especiales que necesitaba para llevar una vida más saludable. “La primera vez que me los puse me sentí muy contento de no poder escuchar nada, y con el pasar de los días me fui dando cuenta que puedo hacer muchas más cosas. Ahora lo tengo configurado sólo para escuchar las voces, por ejemplo”, contó a Ahora ElDía en esa oportunidad.
También, ya en ese momento, dejó ver la gran necesidad de operarse de sus pies planos, para “tener una vida social normal”. En julio, finalmente, llegó esa operación. “Hace tres años que queremos hacer esta cirugía, pero el papá no quería poner la firma, nosotros estamos divorciados por violencia de familia. Finalmente, este año logré que lo haga (él es el titular de la obra social), la cirugía fue cubierta, pero después empezaron, otra vez, los problemas. No me cubrieron la internación domiciliaria, me pusieron mil excusas. Eso fue en octubre. En noviembre el médico volvió a hacer todos los pedidos porque, supuestamente, estaban incompletos y, a la semana, me respondieron que sólo se había autorizado kinesiología, pero que yo tenía que buscar los profesionales. Pedí una cartilla, no me quisieron dar nada”, contó Sandra, harta de pasar por estas situaciones.
Pero eso no es todo. La misma situación tuvieron que pasar con los traslados. A pesar de que la obra social tiene que garantizar los traslados del paciente, nunca se lo informaron a su madre, quien costeó los gastos de remises hasta que un abogado la asesoró sore el tema. Es que además de madres parecería ser que hay que ser gestora, abogada y hacer el trabajo que las obras sociales -OSPE, en este caso- no quieren hacer.
“Ni siquiera me dieron una cartilla de remises que trabajen con ellos. Me mandaron a averiguar, remís por remís, quién trabaja con la obra social”, explicó, indignada por semejante situación. “Yo no soy la titular, pero estoy a cargo del nene. Para algunas cosas me pasan y me solicitan información, pero para otras no. ¿cómo es la cosa entonces”.
“Tomás necesitaba muletas, unas botas y silla de ruedas. La obra social lo tenía que cubrir, pero se desligaron. Yo tuve que comprar las muletas, las botas y salir a conseguir una silla de ruedas. Ahora, Tomás no está haciendo kinesiología, yo no puedo pagarla. Por eso es mi desesperación, porque quienes la tienen que cubrir no lo hacen y mi hijo la necesita. Yo aguanto, tengo paciencia y espero lo más que puedo. Pero todo tiene un límite, no puede ser que cobren lo que tiene que cobrar y se laven las manos, porque eso hacen: se lavan las manos. No puede ser que se manejen con semejante impunidad sin que nadie haga nada”, cuestionó Sandra, enojada, a la espera de alguna solución.