La edad para el primer celular
A diferencia del permiso para conducir o para ver determinadas películas en el cine, no hay reglas claras que estipulen cuándo debería una persona tener su primer celular.Según la Dra. MarielFernanda Musso, profesora de la licenciatura en Psicología e investigadora del Instituto de Ciencias Sociales de la UADE, la edad apropiada depende de varios factores que deben analizarse en cada caso particular: "Uno de ellos es el nivel madurativo del niño; es decir, qué tan preparado está para comprender su uso como una herramienta de comunicación para una necesidad concreta. Además, debe ser capaz de hacerse responsable de un uso adecuado del mismo y cuidarlo para evitar posibles robos".Musso estima que entre los 10 y 12 años de edad las personas empiezan a contar con mayores y mejores recursos cognitivos para reconocer la diferencia entre un uso instrumental o lúdico del celular."Los hijos deben saber que el uso del teléfono puede ser restringido de acuerdo con el cumplimiento de ciertas normas o reglas, ya explicitadas de antemano", dice Musso. Por ejemplo: no usar el celular cuando está realizando la tarea escolar. Si esto no se cumple, se pierde el derecho durante cierta cantidad de días a utilizarlo.A los padres que saben que no desean que sus chicos tengan aún su propio teléfono, pero se sienten abrumados por la insistencia, Musso les responde: "Se sabe que los niños utilizan argumentos que incluyen elementos de presión, y a veces es muy difícil rebatirlos sin enojos de parte del hijo. Pero los padres deben sentirse, en primer lugar, seguros de estar haciendo lo correcto, dado que mucho más importante que complacer al hijo es educarlo".Entre el plano de las ideas y la praxisLas diferentes visiones de la realidad, muchas veces nos muestran miradas parciales y hasta sesgadas de lo que podríamos denominar el plano de los hechos.En ocasiones los hombres y mujeres tendemos a parcializar nuestra mirada de acuerdo a nuestras subjetividades, a tal punto de negar la praxis y convertir el plano de las ideas, en "nuestra realidad".De todos modos, la realidad es tan arrolladora que ni siquiera la negación más grande puede cambiar los hechos.Negar la existencia de la inseguridad no revivirá a los muertos, negar la existencia de la inflación, no hará nuestros sueldos más abultados, negar la existencia de la corrupción no hará más honestos a los funcionarios, negar el plano de la praxis, no hará convertir los símbolos en sus representaciones, sino deberíamos reescribir íntegramente la teoría de la semiótica.Siempre existió y seguirá existiendo el plano de las ideas en relación al plano de lo real, lo fáctico, lo práctico, pero, cuando ambos mundos parecen antagónicos nos invade el interrogante más grande junto a la incoherencia.Ni la praxis sin ideas, ni las ideas sin la realidad. Una ciudadanía ejercida responsablemente necesita de un sano equilibrio entre lo que es y lo que pensamos que es, porque negando la realidad, será imposible modificarla. Ni íconos, ni índices, ni representamenes, lo que se necesitamos es un real e ideal compromiso civil.
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