
Ayer cumplió 34 años desde su inauguración, y los motivos que llevaron a montarlo esconden datos claves y únicos no sólo de los trenes que circulaban por el país sino el rol que tuvo Gualeguaychú en ese universo sobre rieles.
Amílcar Nani
Está presente, como una mole silenciosa, entre escondida y al mismo tiempo asomándose a la vista de todo, entre la vegetación espesa y antológica del Parque de la Estación. Son la huella de una historia que tuvo no sólo un capítulo muy especial sino su epílogo en la ciudad. Es que allí, en ese punto paradigmático de la ciudad, detrás de las tribunas del Corsódromo, está el Museo Ferroviario de la Municipalidad de Gualeguaychú.
El museo dedicado al nacimiento, vida y muerte de los trenes en nuestra ciudad cuenta las vivencias de un pasado que a las nuevas generaciones les cuesta visualizar, cuando las personas viajaban en un transporte que iba sobre rieles y las siglas wi-fi eran una sucesión de letras inconexas sin ningún significado.
"El caminar por el Museo genera que los visitantes vayan despertando momentos que están dormidos en la memoria, y quienes no vivieron la experiencia de viajar en tren, por medio de la imaginación pueden hacerlo. A través del recorrido por las piezas, cualquiera puede disfrutar de un viaje al pasado, sobre todo porque es un viaje que se renueva porque esta institución va creciendo y ampliando su material", explicó Dardo Campoamor, encargado y guía del Museo Ferroviario municipal.
Lo cierto es que ayer el Museo Ferroviario de la ciudad cumplió 34 años, y las motivaciones que llevaron a que hoy en día sea una realidad, es motivadora y digna de ser contada. Porque más allá de que el mismo fue inaugurado un 24 de noviembre de 1984, su historia se remonta a un poco más atrás, más específicamente al 10 de junio de 1983.
Ese día en el que Raúl Alfonsín aún no había asumido la Presidencia de la Nación y la sangrienta Dictadura Militar agonizaba ante la llegada de la Democracia, un hecho clave para el universo ferroviario tuvo lugar en la Estación de Trenes de Gualeguaychú. A las 10 de la mañana de esa jornada partió con destino a Basavilbaso la locomotora N°85, cerrando de esa manera y en ese día los servicios oficiales a vapor de las grandes líneas ferroviarias argentinas, un sistema que había sido comenzado a usar un 30 de agosto de 1857 y que se utilizaba por última vez en nuestra ciudad 126 años después.
"Afortunadamente, esa vez un grupo reducido de personas, conscientes de lo que eso significaba y sumado al cariño por las vaporeras deciden que deben recuperar para Gualeguaychú al menos el recuerdo de los tiempos del silbato a vapor anunciando llegadas o partidas; los tiempos del penacho de humo coronando a las morochas que resoplaban en los andenes ansiosas por viajar", relata con orgullo el guía del museo con palabras que rozan lo poético, como si hubiera sido parte activa de todo lo acontecido ese 10 de junio de 1983.
Lo primero que este grupo de visionarios intentó conseguir fue esa mítica Locomotora N° 85, la cual les fue negada y hoy en día está abandonada y oxidada en un rincón olvidado de Concepción del Uruguay. Pero esta negativa no les hizo bajar los brazos: pusieron en marcha el plan B y fueron por la Locomotora N°81, una que se había accidentado y descarrilado en Posadas dos años antes. La restauración de la locomotora comenzó en el Galpón de Máquinas, donde los trabajos estuvieron a cargo de Enrique Aagaard, quien fuera el último jefe de dicho galpón.
Fueron meses de intensa y minuciosa tarea, y luego de mucho trabajo y de viajes para conseguir piezas de repuestos, se pudo inaugurar el Museo ese sábado 24 de noviembre de 1984.
Sin embargo, estos 34 años no han sido sencillos porque su historia nos cuenta que sufrió, como ningún otro, un prolongado abandono. Tras ver la decadencia en la cual había caído el museo, dos ferroviarios que estuvieron presentes desde los primeros días comenzaron a peregrinar por los distintos medios de comunicación denunciando el abandono, el desamparo y la desidia.
De tanto andar y tanto insistir, en mayo de 2006 comenzó un proceso de restauración del predio gracias al nexo que se formó entre Enrique Aagaard y el ex maquinista Hipólito Nóbilos con Silvio Leuze, encargado desde entonces del Parque de la Estación. "Estos son nombres que debemos recordar, porque con su decisión dejaron a la comunidad algo muy valioso", detalló el guía y encargado del museo.
Entre los trabajos de restauración se destacaron el de separar la locomotora del coche comedor y el desmonte de las bielas, que dejaron las ruedas libres para que la máquina pudiera moverse. La nueva disposición de las piezas dio como resultado un recorrido más fluido por parte del público. Por su parte, a la Locomotora N°81 le cambiaron chapas, le colocaron piezas faltantes (entre ellas el mítico silbato perdido), se volvieron a ensamblar las bielas, se pintó y luego (como acto simbólico) se encendió fuego en la caldera.
El 29 de septiembre de 2007 fue la reinauguración, pero esa vez la Locomotora N°81 y el Coche Comedor 5462 dejaron de ser las únicas atracciones: fueron emplazados una zorra tipo bomba, un velocípedo, un bogie tipo araña, un pulsometro, un motor bombeador de fuel oil también a vapor, varios carritos, un encarrilador de doble mano, la Cruz de San Andrés y la torre de señales. Más tarde se agregaron la campana de la estación, el nomenclador, la balanza para vagones, el kilómetro 311 y el banco antiguo de la estación, entre otras piezas infaltables para contar con estilo propio la historia de los trenes que recorrieron el país y llegaron alguna vez a Gualeguaychú.