GUALEGUAYCHÚ
La niñez, entre los derechos consagrados formalmente y una realidad que golpea duro

Este domingo es el día del niño o día de la niñez, según el rótulo resignificado por los nuevos tiempos. Lo que sigue son relatos de tres adultos que trabajan con niños desde hace mucho tiempo. La vulnerabilidad de derechos se impone, con mayor o menor fuerza, en todos los casos. Falencias, necesidades básicas insatisfechas y el reflejo de la institución familia en crisis, pero también, respeto, contención y un camino de amor que vale la pena contar.
Por Luciano Peralta ¿Día del niño, del niñe o de les niñes? ¿Día de la niñez? No importa, o al menos no a los fines de este artículo. ¡Ojo! Cómo nombramos a las cosas es súper importante; de hecho, es lo que las define, pero lo que sigue no trata sobre definiciones, sino de algo mucho más grande. Los relatos corresponden a tres personas que trabajaron, trabajan y seguirán trabajando, al menos por un tiempo, con niños. Mercedes Pons, Luis Bentancourt y Graciela Marchessi contaron a ElDía su visión de la niñez. Hablaron de valores, derechos, necesidades, roles, alegrías y tristezas. Un aporte para pensar qué celebramos -o qué deberíamos celebrar- hoy. Regalar momentos Dolores Pons es psicopedagoga y madre de tres hijas y un hijo. Además, dedica gran parte de sus días al proyecto Jesús Niño, un espacio de contención para los hijos de quienes asisten al Hogar de Cristo, espacio barrial de La Cuchilla que acompaña a personas con problemas de consumo.
"La vulnerabilidad de los derechos del niño es lo central en todo esto; es por lo que velamos. Nosotros nos encontramos con hambre, con falta de cuidado, de cariño; nos encontramos con soledad, con negligencia... Y estoy hablando de falta de cuidado de lo básico: desde la higiene hasta la exposición a los peligros de estar en la calle, chicos que andan solos muchas veces", dice Dolores, quien también es parte de la Red Conin y lleva muchos años trabajando en el barrio. -¿Cuáles son los derechos del niño? -El derecho a jugar, a estar limpios, a tener cariño, cuidado, amor, contención; el derecho a ser escuchados, a poder expresar sus emociones... El derecho a aprender cuáles son sus derechos, el tener conocimiento de eso para poder manifestarlo cuando algo no está bien. Cuando uno se dedica a escucharlos un ratito, cuando te permitís ese espacio de silencio, enseguida empiezan a salir cosas. Cuando vos tenés esa conexión desde el cariño y ellos sienten que a vos te importan, es cuando afloran los sentimientos y nosotros podemos comenzar a acompañar esa infancia. -Escucharlos es importante... -Por supuesto. Si nosotros no escuchamos, no podemos acompañar, no podemos saber qué les pasa, que les falta. El saber escuchar tiene que ver mucho con el respeto y con esperar los tiempos del otro, si le das ese tiempo, seguro va a salir lo que realmente quiere decir. A nosotros nos pasa que muchos de los chicos que acompañamos no tienen a nadie, no tienen referentes claros, y también vienen de padres que sufrieron la vulneración de sus derechos, que tampoco tuvieron referentes claros. Jesús Niño es el espacio de primera infancia del Hogar de Cristo. En las últimas semanas, el grupo que lo conforma viene trabajando con la idea de "regalar buenos momentos". Es que, mayormente, los chicos que conforman el espacio vienen cargados de historias de violencia, de ausencias, de malos momentos. "Regalar un pequeño buen momento es algo tan simple como sanador. Un buen momento puede ser escucharlos, tomarte un mate al sol, hablar de lo que sea. O pequeños momentos de tranquilidad, que para las familias que nosotros acompañamos muchas veces es un montón", dice Dolores. "A veces se plantean las metas en términos de 'ser felices', que es algo demasiado grande. Por eso, lo de los momentos es un fin más inmediato: un momento de alegría, un momento de diversión o de paz, es muchísimo más valioso de lo que pensamos", asegura la psicopedagoga. Asimismo, destaca la necesidad de no sólo respetar los tiempos de los niños, sino también los de los de los padres. Porque nadie nació sabiendo ser padre o madre; porque los vínculos no vienen con la cuna o con el chupete, son una construcción en el tiempo. "Nosotros trabajamos mucho en las revinculaciones entre padres e hijos. Y ahí no hay que forzar nada, si sale, sale; si no, hay que saber esperar. Tenemos que saber manejar mucho las expectativas y los tiempos de uno, que no son los de los demás. El modelo que cada uno tiene de padre no es el único modelo, eso hay que considerarlo mucho", reflexiona Dolores antes del cierre de la entrevista. A los chicos hay que escucharlos Por una tragedia su rostro ganó la tapa de los diarios de Gualeguaychú. El asesinato de Lucas Bentancourt, que conmocionó a la ciudad como ningún otro crimen, lo obligó a encabezar las multitudinarias marchas en las que exigió justicia por su hijo. Lucas era (es) su hijo. Tanto lo es que Luis lo lleva en el tapabocas que se quita de la cara para esta nota. El rostro de Lucas es parte de su propio rostro. Pero no quiero hablar de Lucas, o al menos no como el eje central de la nota. Hablemos de los niños, de los chicos que aprendieron a jugar de la mano del profe Luis. Hablemos de la vida, de los viejos tiempos, de los actuales, y de la primera idea que el entrevistado dispara: "somos chicos una sola vez". Luis tenía apenas 15 Años cuando incursionó en eso de estar a cargo de un equipo de fútbol. Fue en su barrio, el de su club, Pueblo Nuevo. "Acá, donde estamos haciendo la entrevista, era el bajo, acá estaban las canchitas. Nosotros jugábamos contra los del alto, que eran los de Pellegrini para arriba. Jugábamos por una gaseosa, por mandarinas, por centavos jugábamos en esa época", cuenta Luis con una nostalgia indisimulable. "Te puedo hablar de chicos desde los 8 a los 16 años, siempre trabajé en esas edades. Yo logré entender, de grande, que somos chicos una sola vez y que los chicos quieren jugar. Entonces, no hago diferencia entre el gordo, el flaco, el rubio, el morocho, el que tiene y el que no tiene. Acá juegan todos", aclara, como una definición de presentación. -¿Todos lo entienden así? -Las cosas han cambiado mucho. Antes, si vos te enojabas con un amigo capaz no lo hablabas, ahora se van a las manos. Los chicos traen muchos problemas de la casa. Por eso, nosotros tenemos que hablar mucho con ellos, respetarlos y también escucharlos. Te doy un ejemplo: hace dos años empecé a trabajar en el barrio Totó Irigoyen. En este tiempo el vocabulario y el respeto cambió un ciento por ciento. Ellos tienen que saber que tienen que respetarme y respetarse entre ellos... un abrazo, una palmadita en la nuca, mostrarles interés por cómo están, esa es la forma de llegarle a los pibes, y a los jóvenes también. -¿Con los padres cómo te llevás? -Al padre que me trae el chico una de las primeras cosas que le digo es que él viene a divertirse; que lo dejen disfrutar el fútbol; se gana, se empata y se pierde. Jamás tuve problema en decirle a un padre que no grite, que no lo exija. Ese tipo de cosas pasa cuando el entrenador es exitista, cuando quiere ganar a toda costa, en esos casos el padre exige, lo obliga al chico, lo reta, no lo deja disfrutar. Luis nació y se crió en el barrio Pueblo Nuevo. En su época de jugador era un nueve "un poco duro" -según él mismo reconoce-, pero hacía muchos goles. Con su club salió campeón en todas las categorías y lo cuenta con orgullo. "Menos en Primera A", aclara y enseguida recuerda el ascenso de 1973. Como entrenador también pasó por Defensores del Oeste y ahora dedica buena parte de sus horas a sus chicos (y no tanto) del Totó Irigoyen. "A las criaturas hay que entenderlas, son chicos. A nosotros, por ahí, nos costaban lágrimas tener un par de medias; hoy, ellos tienen todo. Y están acostumbrados a eso. Hay que hacerles entender que las cosas valen, que la pelota es para compartir, que todos son iguales. Hay que tenerles paciencia", dice con la sabiduría de más de 40 años de experiencia. "Hoy por hoy, camino por la calle y me encuentro a muchos chicos que ya son hombres, muchas veces los cruzo con sus hijos. Siempre una palabra de aliento, un abrazo; esa es la satisfacción más grande que puedo tener. El agradecimiento de ellos es el campeonato más importante que he ganado en esta vida", sintetiza, justo antes de que se acerque a saludarlo uno de aquellos "chicos" de la categoría 83 de Pueblo Nuevo. "Ves lo que te digo, esto es lo más lindo". Comer (sólo) en la escuela Hace 29 años que Graciela Marchessi es cocinera en la Escuela República Oriental del Uruguay, conocida popularmente como Maestra Torrilla, o Escuela Torrillla, a secas, porque antes uno de los ingresos daba a la calle que lleva el nombre de la educadora. Miles de niños crecieron con sus típicos panes de carne, el arroz con albóndigas o el "salpicón deportivo", nombre que la propia Graciela inventó para entusiasmar a sus comensales de ocasión. "Yo les presentaba el salpicón deportivo -revuelto de papa, arroz, capaz un poco de carne, huevo, etc.- y ellos se comían todo, recontentos", recuerda con una sonrisa. "Arranqué el 21 de septiembre de 1992", cuenta Graciela con precisión sobre la fecha en la que comenzó a cocinar en la escuela. Y sigue: "Empecé colaborando para el día de la primavera, estuve haciendo buñuelos para los chicos, de las ocho de la mañana a las cinco de la tarde. Ese día la cocinera me invitó a ayudarla, era una mujer mayor. Al tiempo se jubiló y quedé a cargo de la cocina". -¿Para cuántos chicos cocina? -Y, hoy, para 180, y a veces hasta 200. Antes eran muchos más, había menos escuelas y todos venían acá. -Toda una vida con niños... -Sí, siempre rodeada de chicos... A la hora de comer, me voy a hablar con ellos, o a veces ellos mismos vienen y te cuentan cómo andan, qué les pasa. A veces, una caricia, una palmada, una sonrisa les hace cambiar la expresión de la cara. Hay muchas criaturas que están necesitadas de cariño. Además, hay muchos problemas en las familias y los nenes vienen a la escuela con todo eso... -¿Muchas falencias? -Muchas, pero muchos. Cuántas veces los nenes llegan sin medias, o con las zapatillas mojadas, y se los cambia en la escuela. Tenemos ropa que nos donan, entonces podemos atender al chico que, en pleno invierno, llega desabrigado. Por eso te digo, llegan de la casa con un montón de problemas... En la escuela, que hace un tiempo funciona a horario completo -es una institución NINA- los alumnos desayunan, almuerzan y meriendan. "Hay, y hubo siempre, chiquitos que comen solamente en la escuela. Que desayunan, almuerzan y meriendan, se van a la casa, y hasta el otro día no vuelven a comer. Es una realidad triste. Cuántos chiquitos hay que al otro día vuelven con las manitos sucias, con la carita sucia, con la misma ropa", lamenta Graciela. "Muchos chicos hablan, pero también a muchos les cuesta y se cierran. Pero con el tiempo, se les va buscando la vuelta, y se les llega", asegura esta madre de dos hijos y una hija, que también fueron a la Torrilla. Y destaca el rol de la directora y del equipo de contención psicológica de la institución, quienes "han tenido que atender de todo, porque pasa de todo lamentablemente". "Ya estoy grande", asume Graciela y adelanta que se jubilará dentro de dos años. "Ahora me dedico a hacer los postres y a ordenar un poco todo, pero trabajo con dos chicas que son las que se ponen al hombro la comida de los chicos. Hay que darle espacio a la gente joven".ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
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