La sensación de sentirse fundido

"Antes el típico estresado era alguien con los pelos de punta. Hoy es un tipo tranquilo, pero emocionalmente agotado", explicó a ElDía el licenciado Daniel Wengrovsky, del Sanatorio Adventista del Plata. Marcelo Lorenzo Una ola de insatisfacción recorre la época. La pérdida de vigor, la sensación de fatiga, es un mal que consume la vida de mucha gente. La palabra agotamiento quizá sea la que mejor describe este cuadro psico-físico.El sentimiento de abatimiento se ha convertido en un tópico del momento. Y de hecho la Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que la depresión será una de las principales causas de discapacidad en el siglo XXI."Cuando las fuerzas se agotan" así se llama, justamente, el seminario que dictó el licenciado Daniel Wengrovsky en Gualeguaychú, entre el 4 y el 7 de junio pasado, un evento abierto para todo público organizado por la Iglesia Adventista local.Wengrovsky es coordinador del departamento de extensión del Sanatorio Adventista del Plata, de la localidad entrerriana de Villa Libertador San Martín (Puigari), desde donde se organizan charlas y cursos gratuitos sobre salud preventiva (como adicciones y tabaquismo)."Pero la ansiedad, el estrés y el agotamiento emocional forman parte de una temática muy demandada socialmente", reconoció ante este diario el visitante, quien es licenciado en Teología y un profesional del coaching ('coach' significa "entrenador").El interés del seminario, según dijo, es explicar qué hay detrás del fenómeno del desgaste, asociado a las crisis de la vida, y a la vez "ofrecer herramientas para gestionar el estrés". Un mecanismo natural En diálogo con ElDía, Wengrovsky sostuvo que el estrés es una respuesta natural del organismo, un "mecanismo formidable que se dispara involuntariamente" ante distintas situaciones que presenta la vida.Nacer, enamorarse, tener un hijo, cambiar de trabajo, jubilarse, viajar, son así cosas que forman parte de la existencia. Para afrontar esas situaciones cambiantes las personas tenemos ese sistema de alarma."Esa alarma me pone en alerta, me pone concentrado en aquello que está sucediendo, generando una carga importante de energía", explicó. Es todo el ser humano, como unidad psicofísica, el que reacciona.Del lado biológico todo se tensiona: los sistemas nervioso, cardiovascular, gástrico y hormonal. "Eso quiere decir que para afrontar las demandas de la vida nos estresamos. Todo ser vivo tiene estrés; sólo los muertos no lo tienen".Sin embargo, ese mecanismo que nos ayuda a adaptarnos a las situaciones cambiantes, necesita de competencias emocionales, cognitivas y sociales acordes para su funcionamiento saludable. El estrés que enfermaPero la alarma puede quedar encendida en el tiempo, consumiendo toda la energía vital de la persona, hasta dejarla exhausta. Así describió Wengrovsky el proceso a través del cual el estrés acaba siendo malsano."El problema es cuando la alarma se mantiene disparada en el tiempo. Es cuando la persona vive en un estado de alarma permanente. Entonces esa energía que en un principio jugaba a su favor comienza a desgastarla física y emocionalmente", explicó.Es ahí, dijo, "cuando el estrés se transforma en la puerta abierta a un sinnúmero de patologías y trastornos psicofísicos".Entonces, cuando se vive una situación prolongada de estrés, "la hipertensión salta, la diabetes salta, el ritmo cardíaco se acelera y puedo tener problemas de arritmia, y se corre riesgo de ACV. Tengo además gastritis, tengo úlceras".El estrés psicológico ocurre, paralelamente, cuando la cabeza no puede controlar la situación. Incapacitada de procesar las dificultades, los desafíos de la vida, el pensamiento queda enredado en sí mismo, sin salida.Las preocupaciones abruman, entonces, a una persona que no puede dirimir las contradicciones de la vida. "Imaginemos a un trabajador. Se entera que en su empresa están echando gente y entonces ya vive su despido. ¿Te echaron? No te echaron. ¿Te dijeron algo? No. Pero al otro día -razona- me crucé con el supervisor. Me miró torcido y eso significa que me tiene en la mira", explicó el entrevistado.Se da un cuadro cognitivo en que la persona no puede manejar "las preocupaciones reales e imaginarias, las presentes y futuras, e incluso aquellas que se arrastran desde el pasado, que no han sido resueltas".Pero esta situación en la cual el estrés está disparado, sin control, a la larga termina minando las fuerzas físicas y psíquicas. Deviene, entonces, el agotamiento."Ahí entramos -apuntó Wengrovsky- en un nivel de estrés más preocupante, que es el que estamos viviendo hoy. Antes el típico estresado era alguien muy ocupado, que corría a mil, con los pelos de punta, nervioso. Pero este estereotipo ha sido superado. El estresado de hoy tiene una apariencia opuesta, está tranquilo, aunque emocionalmente agotado". No acelerado, sino fundidoEl estresado más común no es el acelerado, el que va de aquí para allá, el hiperactivo, sino aquel de fisonomía tranquila, cuya apariencia sin embargo es equívoca.No está tranquilo porque domina la situación, sino porque está fundido. "Está tan agotado que la vida le pasa por el costado. Está tan fundido que todo le da lo mismo", describió el especialista."Es el cuadro más complicado. El problema es que la persona ya no responde. Ya no le funciona siquiera el mecanismo de alarma ante la realidad. ¿Ahora no le pasa nada a esta persona? Sí le pasa. ¿Y por qué no responde, entonces? ¿Por qué no dispara la alarma? Porque se quedó sin pilas, se quedó sin batería. Le pasan cosas y la persona no reacciona. Es decir, dejó de vivir o se está bajando de la vida. Se quedó sin combustible para vivir y ahora lo único que le queda es empujar". Un sentido para vivir Wengrovsky sostuvo que estos cuadros de agotamiento -que según dijo son la antesala de la depresión- se explican también por factores medioambientales."La vida se ha hecho más compleja, más tóxica, y eso afecta el equilibrio psicofísico", reconoció, aunque llamó la atención sobre el hecho de que los medios, económicos y tecnológicos, son mayores que los que tuvieron generaciones pasadas.¿Por qué razón nuestros antepasados, con menos medios, parecían más felices y menos conflictuados? En opinión del entrevistado, se han perdido algunos recursos espirituales, que fortalecían a las personas."Creo yo que está en crisis el sentido de la vida. Entramos en desesperación cuando aquello que esperamos -estar bien financieramente, tener una casa, una buena jubilación, determinadas relaciones humanas, etc.- no se da", afirmó.Y añadió: "Esas cosas que yo esperaba pueden no darse, o darse diferente respecto de mis expectativas. Ante las pérdidas o fracasos, que entran dentro de las posibilidades de la vida, muchas veces no sabemos para dónde ir".En ese estado, dijo, la pregunta de cómo seguir adelante se hace más acuciante. "Ahí es cuando el problema del sentido de la vida se hace patente", refirió el especialista.Y esto está conectado, afirmó, con la resiliencia, que es la capacidad para sobreponerse a los períodos de dolor emocional y situaciones adversas. "Así como todos tenemos el sistema de alarma (estrés), todos venimos equipados de fábrica con esta capacidad, la cual tenemos que redescubrir para superar la adversidad", señaló.Frente a los problemas cotidianos, advierte Wengrovsky, las personas pueden recurrir a la tentación mágica consistente en creer que "todos están contra mí o alguien me hizo un daño"."Otros se deprimen, se irritan, se meten para adentro, se aíslan, o se empastillan para no pensar", dijo el entrevistado, para quien sin embargo a los problemas de la vida hay que enfrentarlos, apelando a los recursos emocionales e intelectuales que tenemos todos.
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