POR LUIS CASTILLO
La verdad, prefiero El hombre araña

En el año 1984 –curiosamente el título de una de las más famosas novelas futuristas cercanas a nuestra actual realidad- se publicaron dos libros similares; uno fue un éxito editorial, el otro pasó sin pena ni gloria al olvido.
Por Luis Castillo* La historia de la ciencia ficción es prácticamente la historia de la literatura. La creación de héroes –que en las cosmogonías se llamaron dioses- es una constante en nuestra narrativa de humanos falibles y temerosos del apocalipsis. Vivimos con la necesidad de creer en algo o alguien que posea poderes, que logre lo que nunca se pudo: un mundo de paz. Un mundo de igualdad. No Un mundo feliz, al modo de Huxley. De dicha novela, recordemos, Margaret Atwood reseñó: "Según los ojos con que se mire, Un mundo feliz retrata una utopía perfecta o su horrendo opuesto, una distopía: sus hermosos habitantes viven seguros y libres de enfermedades y preocupaciones, pero lo hacen de un modo que, queremos creer, sería inaceptable para nosotros." Y es que Aldous Huxley describe allí un mundo en el que se han cumplido los peores vaticinios del capitalismo: el triunfo del consumo y la comodidad; el planeta se ha dividido en diez zonas en apariencia seguras y estables, pero, para lograr eso, se han debido sacrificar valores humanos esenciales, y los habitantes se crean in vitro con una técnica semejante a una cadena de montaje. El canadiense William Gibson publicó en 1984, como mencionamos al principio, una obra que revolucionó el concepto de ciencia ficción en cuanto a la interacción del ser humano con la tecnología, cuestión que ya había sido tratada magistralmente –es justo reconocerlo- en la novela y su exitosísima versión fílmica Blade Runner, de 1982. La novela del canadiense se tituló Neuromante, y fue la punta de lanza de un movimiento contracultural que se conoció como: el ciberpunk. Ese mismo año se publicó The big U, algo así como una comedia juvenil de un desconocido Neal Stephenson que no tuvo ninguna trascendencia. Sin embargo, este no se dio por vencido y continuó escribiendo. Producto de esa tenacidad y de su innegable talento surgió: Snow Crash, una obra que, siendo la aparentemente más fantasiosa muestra de ciberpunk, es la que más se acerca a lo que está sucediendo. Ahora bien, ¿por qué estamos mencionando estas obras en apariencia tan lejanas a nuestra cotidianeidad, como ese género literario que es muy probable que muchos lectores desconozcan, como el mencionado ciberpunk, en este momento? Permítame mantener la incógnita unos renglones más mientras le cuento un poco de qué va la historia de Snow Crash (traducida como Golpe de nieve pese a que esa traducción literal le hace perder un poco el sentido ya que si revisamos el The American Heritage Dictionary encontramos: snow n. [...] 2.a. Cualquier cosa similar a la nieve, b. Puntos blancos que aparecen en la pantalla del televisor como resultado de una recepción débil de la señal. crash v. [...] —intr [...] 5.a. Fallar de forma repentina, como un negocio o la economía.) La novela está ambientada a principios del siglo XXI; allí, se describe un mundo sombrío, la economía global se ha derrumbado y los gobiernos han perdido su poder frente a un puñado de corporaciones. El protagonista es un repartidor de pizza y a la vez pirata informático cuyo nombre –como parte de un juego de palabras- es Hiro Protagonist (Hiro es la pronunciación de “hero” héroe en inglés) que tiene, como todo héroe que se precie, otra vida paralela en la que puede ser la antítesis de ese personaje intrascendente que es en la realidad. La transformación no es mediante un traje o un disfraz sino ingresando a un mundo virtual a través de unos auriculares y unas gafas en donde se convierte en su propio avatar (¿se acuerda de la película?) que es un notable espadachín. Ese mundo digital al que ingresa tiene un nombre muy particular que prácticamente nadie conocía hasta hace pocas semanas (excepto los lectores de ciberpunk, claro, que no se cuentan precisamente por millones), se denomina metaverso. La misión más importante del protagonista es detener un virus informático que hace que los usuarios del metaverso (que son prácticamente todos en el mundo) sufran daños cerebrales en el mundo real. No sé si va comprendiendo por dónde viene esta columna. Sigamos. Hace unas pocas semanas el dueño de Facebook, Mark Zuckerberg, sorprendió al mundo anunciando el cambio de nombre de su creación. Facebook ahora se llama Meta. “El futuro de Internet está en algo llamado “metaverso”, un mundo virtual donde la gente vivirá, trabajará y jugará.” expresó durante la presentación de esta nueva tecnología; Meta podría necesitar “invertir muchos miles de millones de dólares en los próximos años antes de que el metaverso alcance la escala que buscamos”, dijo la semana pasada en Facebook Connect, la conferencia de realidad virtual y aumentada de su compañía. Gran parte de esos dólares piensan destinarse al desarrollo de cascos de realidad virtual más baratos y de mayor calidad al igual que “sensores táctiles de alta resolución”, que podrían ayudar a replicar el sentido físico del tacto en un mundo virtual. ¿Qué es lo que se busca con tamaña inversión? que los metaversos futuros sean extremadamente adictivos. En su publicación de blog la semana pasada, Zuckerberg describió el futuro metaverso de su empresa como un lugar donde “podrás hacer casi cualquier cosa que puedas imaginar: reunirte con amigos y familiares, trabajar, aprender, jugar, comprar, crear”. Faltó agregar: segregarte. Escribe Jill Lepore: “El metaverso es a la vez una ilustración y una distracción de un giro más amplio y preocupante en la historia del capitalismo. Los tecnobillonarios del mundo están forjando un nuevo tipo de capitalismo: el muskismo. Musk, a quien le gusta burlarse de sus rivales, se mofó del metaverso de Zuckerberg. Pero desde las misiones a Marte y a la Luna hasta el metaverso, todo es muskismo: capitalismo extremo y extraterrestre, donde los precios de las acciones se rigen menos por las ganancias que por las fantasías de la ciencia ficción.” Naturalmente, se refiere a Elon Musk, el hombre más rico del planeta con una fortuna cercana a los 317.000 millones de dólares. Esta visión de Musk -que algunos periodistas ya mencionan como el “muskismo”-se basa en una mezcla de ciencia ficción y tecnocracia en donde la tecnología y la ingeniería pueden resolver todos los problemas políticos, sociales y económicos de mundo. En otras palabras, solo los nuevos elegidos -los billonarios que generan y manejan la tecnología- pueden salvar a la humanidad de la inminente catástrofe con las cuales ellos, obviamente, no tienen nada que ver. Solo salvarnos. Modernos superhéroes o nuevos semidioses que, desde su privilegiado lugar en algún seguro lugar del mundo (o de la luna o de Marte, ya que Musk está obsesionado con los viajes espaciales) salvan a quienes merezcan salvarse del apocalipsis no muy lejano. La selección de quienes vayan a salvarse ,naturalmente, corre por cuenta de los amos, claro. El escritor Douglas Adams preparó para la BBC de Londres: Guía del autoestopista, donde narra cómo los mega ricos del planeta, utilizando sus cohetes de propiedad privada, fundan colonias en otros planetas. “Y para todos los mercaderes más ricos y prósperos, la vida se hizo bastante aburrida y mezquina y empezaron a imaginar que, en consecuencia, la culpa era de los mundos en que se habían establecido; ninguno de ellos era plenamente satisfactorio”, dice el narrador. “O el clima no era lo bastante adecuado en la última parte de la tarde, o el día duraba media hora de más, o el mar tenía precisamente el matiz rosa incorrecto. Y así se crearon las condiciones para una nueva y asombrosa industria especializada: la construcción por encargo de planetas de lujo”. ¿Futurismo o ciencia ficción? Quién puede afirmarlo. Los cascos de realidad virtual (curioso oxímoron) ya están a la venta. Ya nuestros niños y adolescentes habitan –sin que nos estemos dando cuenta de eso- sus propios universos virtuales luchando a través de sus avatares, conquistando territorios, matando. El mundo de “Roblox” o “Fortnite” los hace reír, llorar, gritar y angustiarse. Utilizar monedas virtuales (cuyo pago es real vía tarjeta de crédito) como ya sucedía en el metaverso de “Snow Crash” donde usaban una moneda electrónica encriptada, similar a las criptomonedas actuales. Y la novela sugiere también la idea de gastar dinero real en bienes raíces virtuales, que no es otra cosa que lo que estábamos describiendo hace un momento. Ah, y algo más. En la novela de Stephenson las personas con menos recursos utilizan terminales públicas para acceder al metaverso ya que es importante que nadie quede afuera. Nadie. Nadie. Y mi madre que se preocupaba cuando me veía leer durante horas las revistas de historietas y temía que se me diera por creerme El hombre araña. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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