Las enseñanzas del bambú aplicadas a la vida

En plena temporada de egresados, más allá de los festejos por el final de las diferentes etapas escolares, surgen las reflexiones sobre el tipo de educación que reciben los chicos, el rol de las instituciones, los docentes y las familias. ¿Es posible enseñar sentimientos?Florencia CarboneNo hay forma de escapar. Diciembre es así: el mes de los egresados, propios o ajenos. Hijos, sobrinos, nietos, primos, amigos, amigos de los amigos, hijos de conocidos... alguien cercano se recibe.Y con el paso del tiempo la tradicional fiesta de egresados adquirió más relieve. Hoy arranca con toda la pompa desde la sala de 5, en el Jardín de infantes, sigue en el primario (sexto o séptimo grado según la provincia), el secundario y la universidad. Todos tienen en común el festejo del final de una etapa (y la alegría por el inicio de una nueva).Hace algunos años, casi sin querer, conocí una historia que me resultó curiosa. Y pidiendo excusas especialmente por el uso de la primera persona y la anécdota personal, esta semana, cuando intercambiábamos mensajes por watsapp en el grupo de padres de mi hijo menor (sí, esos grupos se padecen en todas las latitudes) para ver qué les decíamos a nuestros hijos durante el acto de despedida de séptimo, aquella historia volvió a aparecer.Soy de las que no cree en las casualidades. Es más, estoy convencida de que la vida está hecha de causalidades, y entonces pensé que ese relato tenía que ser parte de la despedida del primario.¿Sabían que en el Lejano Oriente está la especie vegetal de crecimiento más rápido del mundo? No sé si será exagerado, parte del atractivo del relato o exactamente cierto, pero según aquella historia que había leído hacía varios años, si te quedás quieto mirándolo, hasta podés verlo crecer. Y dicen los expertos que no es raro porque la planta crece hasta ¡32 metros por mes! Lo que significa algo más de un metro por día, es decir, alrededor de cinco centímetros por hora.Se trata del bambú, la criatura viva de -supuestamente- más rápido crecimiento.Pero el bambú tiene una característica muy especial. Si hoy te dieran una semilla y la plantaras en el jardín de tu casa, la pusieras en la mejor tierra, la regaras y te esmeraras en cuidarla, después de varios meses no conseguirías que apareciera siquiera un mínimo brote.Gran decepción y sentimiento de fracaso: ¡justo en mi jardín, el árbol más rápido del mundo no funciona! Seguramente vendrían replanteos y cuestionamientos varios: la calidad de la tierra no era la adecuada, los cuidados no fueron suficientes, el clima no es el indicado... ¿y si la semilla era de mala calidad?Nada de eso cuenta.La respuesta correcta es que el bambú es una planta muy sabia y durante sus siete primeros años (sí, tal como lo leen, siete años) crece hacia abajo para expandir sus raíces hasta lo más profundo. SABIDURÍAComo es sabio, el bambú sabe que es fundamental prepararse bien y que son esas buenas raíces tejidas en siete años las que después le permitirán transformarse en el árbol de más rápido crecimiento.En ese momento me puse a pensar qué significaba tener una buena escuela para nuestros hijos. ¿Cómo se traducen siete años de buenas raíces en los chicos? ¿Qué es importante para que después puedan crecer "bien"?Alegra como padres ver que tras siete años en una escuela, nuestros hijos -y la familia toda- aprendió que crecer rápido y alcanzar el éxito significa superar las propias dificultades, valorar el esfuerzo propio tanto como el ajeno, alegrarse con los logros del otro, compartir los buenos momentos y acompañar en los otros. Pero no siempre es así.La escuela, como reflejo de la sociedad de la que somos parte, no siempre nos prepara de esa forma. CONQUISTAR EL CORAZÓNSantiago Moll, que es un profesor catalán, autor de un Blog que se llama Justifica tu respuesta y no tiene desperdicios (súper recomendable para docentes y padres), suele dar pistas -y ayudas- para lograr que ese potencialmente rico período de la vida estudiantil sea concretamente enriquecedor.Moll se presenta como alguien que "ayuda a los docentes a mejorar su práctica en el aula, a incorporar nuevas metodologías y a conquistar el corazón de sus alumnos" y a juzgar por sus ideas, lo logra.En sus posteos tanto en el blog como en su cuenta de twitter, pueden encontrarse artículos como uno titulado "Metacognición: cómo hacerse buenas preguntas para aprender".Moll cita a dos autores que postulan que es posible enseñar a los alumnos a adquirir un hábito que les permita elaborar las mejores preguntas para obtener las mejores respuestas. Y explica que enseñar a formular preguntas es una excelente manera de implicar a los chicos en aquello que los docentes quieren que aprendan.A continuación da ejemplos de diferentes de categorías de preguntas:*Preguntas que animan a dar razones. ¿Por qué pensás así? ¿Cómo justificarías que lo que acabás de decir es cierto?*Preguntas que animan a someter a crítica lo que dice. ¿Qué le dirías a un compañero que piensa diferente? ¿Cómo sabés que esa persona está equivocada?*Preguntas que incitan a aclarar el pensamiento. ¿Qué significa para vos esa palabra o expresión? ¿Qué ejemplo pondrías para entenderlo mejor?*Preguntas que animan a sacar posibles consecuencias. Si eso fuera verdad, ¿qué podría suceder? Si alguien hiciera eso, ¿cuáles creés que podrían ser las consecuencias?*Preguntas que animan a la corrección. ¿Qué otra solución podría darse?Moll dice que un pensamiento metacognitivo pobre es una de las principales causas de que los alumnos tengan pobreza narrativa, dificultad a la hora de organizarse, para reconocer los errores y consolidar nuevos aprendizajes, inseguridad ante lo que van aprendiendo, dependencia de uno mismo y ausencia de visión de conjunto. ENSEÑAR EMOCIONESPero también habla en otro de sus artículos de la importancia de enseñar competencias emocionales en el aula.¿Qué son las competencias emocionales? Se trata de tomar conciencia de los sentimientos, entender y respetar otros puntos de vista, tener espíritu crítico, ser optimista, responsable, practicar la bondad y generosidad, respetar a los demás, identificar los problemas y resolverlos, fijarse metas realistas, comunicarse y hacerse entender, expresar sus pensamientos y sentimientos, cooperar en beneficio del grupo, negociar para resolver conflictos, saber decir que no y pedir ayuda, entre otras cuestiones.¿Y qué dirían de "Cinco maneras de enseñar a premiar el error entre tus alumnos"? En sociedades exitistas como la actual suena, al menos, raro.Moll es tajante: "Se puede y se debe premiar el error". Y hay que enseñar a hacerlo. ¿Por qué? Muy sencillo. Premiando el error se consigue que los alumnos ganen confianza, refuercen su autoestima y mejoren su autoconcepto."La escuela desde siempre ha castigado el error, lo ha penalizado. Y ese ha sido uno de sus mayores errores. Y diré por qué. Porque un alumno que nunca se equivoca nunca aprenderá nada nuevo", dice Moll que también para este caso acerca un "botiquín de auxilio" para los docentes (y los padres, por qué no):*Premiar las intervenciones, no las respuestas. Intenten dejar muy claro desde el principio que el error forma parte del aprendizaje. Del error se puede aprender, del error te podés reír, no de los compañeros, sino con los compañeros Por eso, tenés que premiar la acción y la participación y dar un valor secundario a las respuestas que te den tus alumnos.Si premiás las intervenciones, entonces harás que tu clase sea más participativa, más plural, que todos los alumnos tomen el riesgo de equivocarse. Todos, sin excepciones.*Insistir en que el error es el inicio de la respuesta correcta. Es muy frecuente preguntar oralmente a los alumnos. En el caso de que se equivoquen a la hora de responder, aprovechá este error para centrarte en la respuesta que dio, no en la pregunta que vos querías que diera.*Matizar los errores y acentuar los aciertos. Hemos quedado en que no hay respuestas erróneas. Simplemente, que hay respuestas que necesitan más preguntas para que se acierten. En este sentido es fundamental la primera respuesta que des cuando un alumno te responda de forma errónea. Por el contrario, debés acentuar, reforzar al máximo cuando se acierte.*Compartir el error. Siempre pensé que el error es la viva imagen de la soledad. Cuando te equivocás te quedás completamente solo con tu error. Nadie quiere acompañarte. Hay que cambiar esa percepción tanto como sea posible. ¿Cómo? Enseñando a tus alumnos a pedir ayuda a sus otros compañeros e intentado que sean ellos quienes lo elijan, no tú. Con ello se consigue algo fundamental: compartir el error, la primera frustración que se siente al no tener la respuesta que querías."La escuela de hoy aborrece el error, penaliza el error, castiga el error, cuando el error es una extraordinaria oportunidad de educar a tus alumnos. Por eso, no eduques a tus alumnos para que nunca se equivoquen. Educa a tus alumnos para que cuando se equivoquen, cuando cometan un error, sean conscientes del aprendizaje que eso implica y del valor que tiene para su autoestima, para su inteligencia emocional. Los peores errores de la vida son los que no cometemos", dice Moll.Y volviendo a la historia del bambú, a estos tiempos de fiestas de egresados, de festejos de finales de etapas y planes para el futuro, vale la pena reflexionar sobre el significado de ese período de "enraizamiento" que representa la escolaridad, sobre el papel de la institución escolar, el de los docentes, pero también sobre la responsabilidad de los padres y de los propios chicos en el proceso.¡Ah! La fiesta de egresados estuvo linda. Fue muy emotiva. Despedimos a "nuestros bambúes". Cada uno de los chicos supo encontrar en estos siete años sus fortalezas. Cada uno supo descubrir, con sus tiempos y posibilidades, lo que le apasionaba más allá de aquello en lo que era bueno.En el grupo -una simple muestra estadística que se repite seguramente en cualquier grupo de egresados de cualquier rincón del país- hay artistas, cantantes, bailarines y dibujantes. Charlatanes, músicos, apasionados por la Matemática y la escritura. Poetas, amantes de las Ciencias y la Historia, la pintura, el rugby y la tecnología. Pianistas y futbolistas, guitarristas, capos en construir aviones de papel, cocineras y cocineros. Pero hay, sobre todo, buenos chicos. Chicos llenos de ilusiones, con raíces fuertes. Chicos de muy buena madera.El termino éxito proviene de una palabra que en latín significa salida, por eso se refiere al resultado final y satisfactorio de algo.Etimológicamente, felicidad deriva de una palabra que significa fértil o fecundo.Que estos días de clima generalizado de egresos sean sinónimo de metas cumplidas pero, fundamentalmente, de seres humanos que más allá de llenarse de saberes teóricos crezcan en valores y sean capaces de construir con generosidad una sociedad más justa y equitativa para todos. Que sean exitosamente felices.
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