Las mismas caras, los mismos métodos, el mismo resultado: la violencia
La violencia en la Argentina la conocemos todos. Y el peronismo en particular siempre ha tenido una relación extraña con ella. Muchas veces la sufrió, otras la toleró y en algunas la estimuló. Y lo que pasó el miércoles tiene puntos de contactos con eso.Por Jorge BarroetaveñaEl Día de Gualeguaychú En el 2.003, cuando el apoyo del aparato de la Provincia de Buenos Aires fue vital para quedar segundo de Menem en la primera vuelta, Néstor Kirchner sabía lo que le esperaba. Tenía que reconstruir un poder que nunca había tenido y que De la Rúa había dejado por el piso. Fue una tarea de orfebre, ir tallando esa madera que le diera sustento a su proyecto político. Al principio, y con sus reales en la Rosada, desdeñó la estructura que le había permitido llegar hasta ese lugar. Apostó por la famosa transversalidad y puso a distancia a la estructura tradicional del PJ. No sin razón, sospechaba de esos dirigentes, políticos y sindicales, que fueron menemistas en los años de Menem, duhaldistas en los años de Duhalde y ahora querían 'convertirse' alegremente al kirchnerismo.Pero hubo un punto de inflexión que se llamó Hugo Moyano. El camionero, cuyo poder creció y se multiplicó en la última década, pasó a convertirse en el principal apoyo del gobierno kirchnerista. El sindicalista le aseguraba al proyecto tranquilidad en las calles y un dominio relativo, pero dominio al fin, de las principales estructurales gremiales. Para Kirchner el tiempo de los piqueteros del 2.001 con D'Elía a la cabeza tenía que terminar y eso sólo Moyano con su gente se lo aseguraban. La alianza se fue haciendo así cada vez más fuerte. Endebles las estructuras partidarias del peronismo, que al kirchnerismo tampoco nunca le interesaron demasiado, la figura del camionero se fue haciendo cada vez más fuerte. Tanto que su margen de maniobra se volvió tan amplio como cuestionable.Suena risible que la Presidenta Cristina Kirchner hable de los piquetes de la protesta agropecuaria del 2.008, cuando uno de los métodos moyanistas por excelencia es bloquear plantas industriales para sumar afiliados y arrancárselos a otros gremios.Por eso, lo que sucedió en Barracas a mediados de esta semana, era el final anunciado de una película densa y peligrosa. El sindicalismo argentino ha cambiado poco y nada en las últimas décadas. Ha sido funcional a los gobiernos de turno de acuerdo a sus intereses de caja y no permitió la aparición de nuevas generaciones de dirigentes. ¿Hace cuántos años que José Pedraza encabeza la Unión Ferroviaria? ¿O que Lescano está al frente de Luz y Fuerza? ¿O Cavalieri entre los mercantiles o el propio Barrionuevo entre los gastronómicos? Salvo Barrionuevo que hace un par de años pegó el portazo, los demás han bailado al compás de Olivos, usufructuando las prebendas que da el poder y sólo alcanzan a las cúpulas.El mismo gobierno que impulsó una renovación completa de la Corte Suprema de Justicia no movió un dedo para renovar los métodos y los actos sindicales. Optó, antes que por el reconocimiento del CTA, fortalecer su unión con los grupos más viejos y tradicionales de la corporación sindical. Y lo que pasó en Barracas es la factura.En el 2.003, la muerte de Kosteki y Santillán provocó que Duhalde adelantara las elecciones y por extensión, acortara su permanencia en el poder. Pero aquellas balas que mataron a esos militantes fueron policiales y tuvieron un destino claro. Los hechos de Barracas fueron un enfrentamiento interno entre ferroviarios, tercerizados e integrantes de un partido político, el PO (Partido Obrero). En esa argamasa todo se confunde: barrabravas, patotas, trabajadores, infiltrados, policía que libera la zona y gente dispuesta a aprovechar la ocasión. Es ese caldo de cultivo, el que se vuelve propicio para la violencia. Y el gobierno tiene en esto, una gran cuota de responsabilidad. Con sus teorías de los dos demonios, y ese afán por trazar una raya que separa el bien del mal, propicia determinados comportamientos que, tarde o temprano, se vuelven inmanejables. A esta altura, ni siquiera el todopoderoso Hugo Moyano está en condiciones de garantizar la calma en las calles. Si la pelea es, por turnos, con las corporaciones, la prensa, la iglesia y cuanto adversario se plante delante, el clima de violencia se va recreando de la palabra a los actos. Y una vez que se desata ya no se puede volver para atrás.Pero la clave de esto quizás tenga nombre y apellido y sea Hugo Moyano. El camionero tiene una alianza de hierro con Néstor Kirchner y opera a gusto y placer en todo el país. Sino habría que preguntarle a Scioli por el conflicto que dejó sin recolección de residuos a millones de personas en Capital y Gran Buenos Aires. El gobernador bonaerense vio claramente la mano del sindicalista en la movida y se metió en el medio para pararla. No en vano, algunas horas antes que se desatara el conflicto, Moyano le advirtió que sólo Néstor o Cristina pueden ser candidatos presidenciales. "Para Scioli... la gobernación", fue el mensaje que llegó acompañado de la advertencia de hasta dónde podrían hacerle la vida imposible si insiste.En ese juego peligroso de banda ancha, es que se mueve el oficialismo. Los métodos sindicales, esos que el kirchnerismo dijo aborrecer y llegar para combatir, siguen vivitos y coleando. Igual que el famoso aparato del Conurbano Bonaerense con sus caciques, que antes fueron menemistas, duhaldistas y todos los 'istas' que se les cruzaron. Pero esa fidelidad es tan miedosa como endeble y Kirchner lo sabe. ¿De qué se trata pues? De dejar en claro por dónde pasa el poder y quién lo detenta. Esa es la puja que se viene.
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