DIVERSIDAD SEXUAL Y FIESTA POPULAR
Mujeres, trans y carnavaleras: “El Carnaval de Gualeguaychú es un producto LGBT”
Ruth Zárate, Gaby Gironés y Manu González coincidieron esta temporada en la pasarela del Carnaval del País. Sus testimonios son los de miles. Miedos, prejuicios y tabúes. Pero también alegría, festejo y compromiso por un espectáculo que las abrazó desde el día uno. En esta nota, el aporte de las licenciadas en Arte Guillermina Bevacqua y Cecilia Chesini Remic.
Luciano Peralta
“El carnaval de Gualeguaychú es un producto LGBT. En los 80, José Luis Gestro se pronunciaba como un hombre gay y, sin desmerecer el trabajo de nadie, fue el gran hacedor del Carnaval del País”, dice Manu González, no desde su rol de responsable del área de Género y Diversidad de la Municipalidad de Gualeguaychú, sino como una integrante más del mayor espectáculo que tiene la ciudad en términos culturales.
Es un buen punto de partida. El bautizado Carnaval del País se transformó, en su última etapa, que contempla, más o menos, las últimas tres décadas, en una formidable industria cultural, en la que las diversidades sexuales ocupan un rol fundamental y fundacional.
Aunque la historia es larga y los precedentes son muchos respecto a la diversidad sexual en el espectáculo -imposible no traer al texto a La Barra Divertida de Juancho Martínez, una de las leyendas vivas de estas latitudes-, el desfile de mujeres transgénero es algo relativamente novedoso, de fines del siglo XX y principios del XXI.
“Arena fue la primera nuestra, de Gualeguaychú, porque creo que ese año (1999-2000) había salido Florencia de la V en O ‘Bahía. Era una estrella de la televisión, entonces estaba todo bien. Pero como Arena no era una estrella estaba todo mal”, cuenta Ruth Zárate, quien años después se ganó el título de la primera mujer transgénero en ser directora de comparsa, también en O’ Bahía.
Ese “todo mal” hace referencia a las resistencias que generó dentro Marí Marí la llegada de esa mujer, rubia y despampanante, sobre todo entre las integrantes de la comparsa.
“Lo de Arena fue maravilloso porque, además, era una diosa, hermosa, grandota, espléndida, una mujer que no había nada para criticarle. Porque era buena persona, buena compañera, super humilde. Pero ¿Cómo una travesti, un travesti en ese momento, iba a ocupar ese espacio? Un espacio que le perteneces a la mujer cis”, dice Manu, con la claridad de las buenas docentes.
Ruth Zárate y Manu González, en el Museo del Carnaval de Gualeguaychú
En ese momento, el respaldo del director José Luis Gestro fue determinante para sortear las resistencias y en adelante las cosas se fueron dando con mayor naturalidad. Hoy es más habitual ver desfilando a mujeres trans, aunque el paso de los talleres a la pasarela sigue siendo lento y paulatino.
“Preguntándome dónde habían estado las travestis en la historia del teatro argentino, empecé a dar cuenta que la disidencia, la desobediencia sexual, siempre había estado en escenarios del carnaval”, dice, para esta nota, la licenciada y profesora de Arte, Guillermina Bevacqua, en referencia a su tesis “Cartografía escénica-performática de las travestis en los carnavales: desbunde de resistencias y territorios libertarios”.
“Si en Buenos Aires podemos dar cuenta de prácticas de las disidencias y desobediencia sexual en el carnaval desde principios del 1900, en nuestra provincia de Entre Ríos, al ser una sociedad mucho más conservadora, la disidencia empieza a aparecer mucho tiempo después”, dice la uruguayense, quien, además hace hincapié en que generalmente esos roles siempre estuvieron ligados a los talleres y la confección de trajes.
En el capítulo “El devenir travesti”, Bevacqua explica que “sin pretender aunar categorías diferenciales, nos referimos al devenir travestí para dar cuenta de aquella performatividad que cuestionó los patrones de legibilidad sexo-genérica de lo hombre/mujer en una obra de arte en movimiento, tal como concibe al carnaval el historiador correntino Marcelo Fernández (2007)”.
"De esta manera, como una procesión insurgente que encontró en los ritmos abyectos de la cultura popular un lugar de enunciación política, el devenir travestí en los espectáculos del carnaval se presenta lleno de brillo y orgullo contra la segregación y marginación a la que se ven expuestas sus trayectorias vitales minoritarias. En palabras de Marlene Wayar, estas incursiones en las fiestas del carnaval fueron “una estrategia plebeya para resistir y transformar el curso de las cosas”
Gaby Gironés, en los talleres de la comparsa O’ Bahía, la misma que le abrió las puertas del carnaval hace casi 20 años
“Es como que le esquivaba un poco a la comparsa, por los miedos y prejuicios que traemos”, dice Gaby Gironés, una apasionada del carnaval. “Yo vine a estudiar, me fui incorporando muy de a poquito, en mi ciudad veíamos el carnaval por el canal y también tengo recortes de diario, siempre fue mi pasión”, recuerda sobre los carnavales de Victoria, su ciudad natal.
“En O' Bahía empecé a trabajar en el taller en el 2004 y recién en 2007 tuve mi primera experiencia en la pasarela. No era un momento fácil, estaba en medio de la transición. Para ser varón me faltaba y para ser mujer también me faltaba, y para salir tenías que ser muy perfectito”, recuerda, con distancia crítica. “Hoy me doy cuenta que tenía miedo a pasar vergüenza, no sabía que era tan inclusivo el carnaval”.
Esta edición del carnaval, Gaby Gironés se pone en la piel de Tina Turner (Foto: @fotosenzo_gchu)
“Hice de todo en la comparsa -dice, por su parte, Manu-, hice maquillaje, trabajé en carrozas, me acuerdo de trabajar con todos mis compañeros varones y yo ahí, la mariquita en el medio. El carnaval me dio un montón de cosas, aprendí mucho, en ese momento abre tenido 15 o 16 años y, más allá de la fiesta, el carnaval me dio la posibilidad de aprender a coser, a bordar, a teñir plumas, aprendí a armar desde tocados a grupos coreográficos. Me dio mucha herramienta creativa, el carnaval es una escuela en sí”.
Feliz, Manu González despliega toda su magia carnavalera en la pasarela del corsódromo
Cecilia Chesini Remic dirigió la comparsa Kamarr en 2015 y próximamente presentará su primer libro, “Un corso a contramano, el papel de la mujer en el arte popular de carnaval”, un trabajo centrado, sobre todo, “en la poética del punto de vista femenino, la ornamentación del cuerpo, los mandatos y estereotipos de la cultura occidental judeocristiana y, en especial, la rebeldía contra esos cánones”.
El trabajo, que rescata lo hecho por las mujeres creadoras del espectáculo, como María Rosa Arakaki, Lilita Irigoyen y María Elena Taibo de Dacal, entre tantas otras, y discute permanentemente los roles de género, en su página 39 sostiene: “El hecho artístico se convierte en una operación de modificación del mundo circundante a nivel filosófico más que material. La tantas veces invocada relación entre arte y vida tiene así una manifestación funcional, en tanto ofrece una oportunidad de modificación de la realidad al interior de las comunidades en las cuales ocurre”.
“Creo que esto es así, tanto en el caso de la mujer como de las disidencias”, dice, ahora, en diálogo para este artículo.
“Históricamente, el carnaval es rebeldía de la norma. Creo que, consciente o inconsciente, las disidencias se dieron cuenta de eso y fueron al carnaval para expresarse y para encontrar un lugar de pertenencia que, en días normales y en un contexto normal, no encontraban”, explica.
“Lo primero que aparece es el travestismo, y la Barra Divertida hizo un uso extensivo de esa posibilidad. Al punto que Juancho Martínez en la época de la dictadura, sumamente conservadora y expresamente homofóbica, cuando tenías que pedir permiso para disfrazarte y comunicar de qué te ibas a disfrazar, él no le pedía permiso a nadie. Y cómo fue que se ganó el respeto que nadie se animó tampoco a pedirle nunca el permiso. Y salía travestido, algo que era impensable en ese momento”, destaca la licenciada en Artes Visuales y diplomada en Carnaval y Fiestas Populares.
Del taller a la pasarela y de la sátira al glamour
Lohana Berkins, referente del activismo travesti en Argentina, alguna vez escribió: “Hay cosas de la lógica del carnaval que aún se repiten a conciencia: entendí que el lugar que nos dejaban era bufonesco, pero aun siendo la bufonesca de la Corte, yo estaba en la Corte. ¡Estamos en la Corte! Y esa Corte entendida como lugar de realidad, porque lo paradójico y triste era que ese lugar, donde justamente no hay ninguna realidad, para nosotros sí era un bastión de legitimación real”.
“Muchas veces las travestis estamos en el lugar de la satirización”, dice Manu González y, en esta línea, reflexiona Ruth: “A veces pasa que si hacés reír está todo buenísimo, sos como la payasa, pero si te ponés en el rol de salir espléndida ya hay otra mirada, porque aparece eso de ‘se quiere hacer la diosa, la linda’, ahí aparecen los cuestionamientos, y pasa mucho eso”.
“Nosotras siempre fuimos trabajadoras, estuvimos en el taller, fuimos el alma creativa de muchas comparsas, de muchas creaciones artísticas de primer nivel como es el carnaval, sin dudas. Además, nosotras hicimos nuestras transiciones en el carnaval. Éramos compañeros de trabajo y, de repente, estábamos buscando un lugar como una chica más, con todo el desafío que implicaba eso”, dice Manu, y entre risas recuerda aquel primer traje de romano, a sus 16 años. “La cosa era estar”, sostiene, consecuente.
“Lo que para una chica común es absolutamente normal, para nosotras tiene su desafío. Las miradas, cuando la gente te reconoce como una mujer trans, cuando la comparsa se detiene sentís que todo el mundo posa sus ojos sobre vos, te miran, cuchichean, comentan. Nosotras nos tenemos que preparar para eso, no es que yo llego, me pongo una bombachita y salgo”, diferencia. Y, enseguida, su compañera, la exdirectora, toma el guante: “Para mí está buenísimo, capaz si me pasara que nadie me mira me muero (risas). Me encanta que pase todo eso, me encanta ser una chica trans”.
“El carnaval ayuda mucho a soltarte, a encontrarte con tus pares. El carnaval está conformado por gente de la comunidad desde sus inicios. Mi transición fue tranquila, lenta, y lo sigue siendo, como todo lo que he hecho en mi vida”, dice, por su parte, Gaby Gironés.
“Cuando otras mujeres trans me contaron lo que habían pasado yo no lo podía creer, porque no viví nada de todo eso, ni en la tele había visto algo así. Ellas contaban que tenían que trabajar en la prostitución, porque no les quedaba otra, y si escuchaban el auto de la policía tenía que salir corriendo porque si las agarraban y veían que el documento no coincidía con sus vestimentas las metían adentro y les hacían barbaridades”, agrega. Y, otra vez, toma distancia, la distancia que sólo da el paso de los años: “Hoy te puedo decir que Gualeguaychú es la ciudad más inclusiva que tenemos en Entre Ríos, y mucha gente sostiene que los es también a nivel país. No conozco tanto la Argentina, pero es algo que he escuchado muchas veces”.