A LOS 89 AÑOS
Murió Cormac McCarthy, el genio oscuro de la literatura estadounidense
Muchas de sus obras, como No es país para viejos o La carretera, fueron llevadas al cine con gran éxito.
Faulkner, Shakespeare, Rabelais, el Gótico Sureño, Lovecraft, Melville, Hawthorne, la mitología clásica... Harold Bloom consideró una vez que, con ese equipaje, Cormac McCArthy se convirtió en un escritor de escritores, un novelista cuyos textos son también, secretamente ensayos de crítica literaria que dialogan con su canon particular. Pero la obra de McCarthy ha sido algo más amplio, ha ido más allá de la literatura: la física, la religión católica, la paternidad tardía, la descomposición de la materia... En los libros de McCarthy están también la ciencia y la mística, la tierra, la fascinación por la entropía y una forma de fatalidad que parece tomada de otro tiempo. Como si McCarthy fuese un narrador oral de la Baja Edad Media que hubiese caído en nuestro tiempo y hubiese aprendido a escribir y hubiese asimilado nuestra cultura... Cormac McCarthy ha muerto a punto de cumplir 90 años, con cuatro o cinco novelas que le dieron una influencia inimaginable hoy para cualquier novelista: El cuidador del vergel, Meridiano de sangre, Todos los bellos caballos, La carretera, En la frontera, No es país para viejos...
Es curioso pensar en que Cormac McCarthy es compañero de generación de Thomas Pynchon, otro escritor de escritores, esquivo y misterioso como él. En todo lo demás, Pynchon y McCarthy se podrían explicar por oposición. Pynchon escribe o escribía divagaciones urbanas y alucinadas, miniaturas encadenadas en enormes novelas que son como esos dibujos que revelan una imagen cuando se miran fijamente durante el tiempo suficiente. McCarthy, en cambio, prescindió de cualquier juego de disfraces o de espejos y eligió la brutalidad. Sus libros han sido viajes desde un punto A hasta otro B en el que todos los lectores sabían en qué iba a consistir el camino: en sentir la tristeza de la degradación de la realidad y en buscar algún resquicio de dignidad humana en las grietas de las ruinas. En la frontera, por ejemplo, era como una novela picaresca de viaje ambientada en el Oeste en la que hubiese desaparecido el humor. En Meridiano de sangre el periplo era la caza del hombre por el hombre. En Todos los bellos caballos, la novela amable y romántica de McCarthy, el viaje era un impulso de romanticismo que terminaba mal. En El cuidador del vergel, el protagonista es un autoestopista inocente que descubre la crueldad del mundo. Y de La carretera apenas hay que dar explicaciones.
Hay una idea de la narrativa que dice que todas las novelas estadounidenses cuentan la historia de alguien que se va, ya sea por un sueño o por una vergüenza, y que, al marcharse, se despide de la inocencia. ¿De qué escapaba Cormac McCarthy? Sus datos biográficos son pocos. McCarthy nació en una familia católica de Rhode Island pero pronto estuvo afincado en Knoxville, en Tennesse, en un paisaje húmedo, empobrecido e idealizado por la literatura: las alucinaciones de Lovecraft, las obsesiones de Willam Faulkner, las crónicas más o menos románticas de la derrota de los confederados en la Guerra Civil, el terror pseudorreligioso del Ku Klux Klan, como sacado de relato de Dante Alighieri... Todo eso era Knoxville en los años 40 y 50.
De McCarthy se sabe que fue un niño inconformista y, hasta cierto punto intelectual, pero no especialmente interesado por la literatura, al menos hasta la edad adulta. Se sabe que tuvo algunos años erráticos: tomó el apodo familiar de Cormac (Carlos en gaélico) de su padre, entró en la Universidad de Tennesse y dejó los estudios para servir en el Ejército en los años de la Guerra de Corea. Paso aquel tiempo en Alaska. Volvió a las aulas y las dejó otra vez antes de conseguir su licenciatura porque estaba decidido a ser escritor. Se casó, tuvo dos hijos, se separó, vivió de los cuentos que publicaban las revistas y de las becas de ayuda a la creación literaria y publicó El cuidador del vergel con 32 años. Después, en algún momento, se fue a vivir a El Paso, en Nuevo México, en el otro gran territorio de su literatura y tuvo un hijo más cuyo impacto, evidentemente, condujo a La carretera.
Nuevo México y el Oeste fueron el otro campo de experimentación de McCarthy. Los libros de su Trilogía de la frontera de los años 90 (Todos los hermosos caballos, En la frontera y Ciudades de la llanura) son como versiones de Moby Dick de tierra adentro, libros en los que la naturaleza engulle los anhelos de orden y gloria de sus personajes y los convierte en seres grotescos. McCarthy no fue nunca un escritor político pero sí que refutó en sus libros de vaqueros la idea la fundación de los Estados Unidos a través del ferrocarril y la Santa Biblia.
O puede que lo de la Biblia no lo refutase nunca, sólo que en vez de elegir el amable Nuevo Testamento al estilo de las Mujercitas de Louisa May Alcott, McCarthy prefirió que sus personajes leyeran los capítulos más tenebrosos del Antiguo Testamento.¿Qué era el Juez de El cuidador del vergel sino un hombre enloquecido por la soledad y con delirios de pantócrator?
Hay infinitos artículos académicos para explicar la religiosidad de las novelas de McCarthy, para analizar con qué veta del cristianismo y sus contrarios se relacionan los infinitos personajes misticos de las novelas de McCarthy: predicadores radicalizados, eremitas que viven en la frontera como si estuviesen en el Mar Muerto, admiradores atormentados de Kierkegaard, de Nietzsche, de la tradición gnóstica... La interpretación más interesante es la que relaciona a McCarthy con Dostoievski: sus cristianos son personajes desquiciados por un anhelo de pureza imposible de cumplir, hombres solitarios que buscan con desesperación alguien que los escuche, que los redima y los consuele de no haberse podido hermanar con Dios.
El hambre de Cristo lleva hasta La carretera, la novela más famosa de McCarthy, la que sintetiza el conjunto de su narrativa y, a la vez, la que la niega, como en un negativo fotográfico en el que lo blanco sale negro. En La carretera, hay un niño que lo entiende todo y quizá viva por encima del dolor y de la realidad, como si fuese un mesías. Su viaje es el motor del libro, como en casi todas las historias de McCarthy, y el paisaje es el una inmensa ruina en un mundo distópico. La novedad es que en La carretera, el tema no es el descubrimiento de la brutalidad, sino el alivio del amor entre un padre y su hijo. El niño de la novela no habrá de preguntarse ¿por qué me has abandonado? sino que construirá con su padre, con su compañero ante el horror, una relación conmovedora, hecha de unas pocas palabras, de apenas algunas líneas de diálogos esenciales.
La otra sorpresa de La carretera es que revelaba en McCarthy, el místico, el gótico, el grotesco, a un escritor realista. La carretera llegaba al corzón de sus lectores porque el amor entre el padre y el hijo les resultaba reconocible.
«Querías saber cómo eran los malos. Ahora lo sabes. Puede volver a suceder. Mi trabajo es cuidar de ti. Yo fue designado para hacer eso por Dios. Mataré a cualquiera que te toque. ¿Entiendes?», dice el padre de La carretera a su hijo en un pasaje de la novela. Nombra a Dios y se dice designado por Él como un chiflado y encadena en un par de frases la esencia del amor paterno y la brutalidad del mundo de McCarthy